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¿Quién te crees que eres?

El 15 % de los parados en la UE encontró trabajo en el primer trimestre de 2016

Ana I. Bernal Triviño

Cansa…

Cansan muchísimo los comentarios, los debates y las indirectas del trabajador al que se ridiculiza, chantajea o amenaza por reivindicar sus derechos.

Cansa muchísimo vivir en una sociedad anestesiada, que ha aprendido y asimilado como propio un discurso contrario a sus intereses. Un discurso por el que se hace más comprensivo hacia la patronal que a sus compañeros.

Cansa muchísimo que mientras los empresarios son conscientes de sus intereses y están organizados, los trabajadores, cada vez más, están desestructurados, delatándose, jugando sucio y mirando sólo su ombligo.

Cansa muchísimo el silencio impune de las muertes en el trabajo, el silencio cómplice de los recortes en seguridad laboral, y el silencio civil y mediático de los sindicalistas encausados por ejercer un derecho a huelga con posible pena de cárcel como medida disuasoria para las protestas laborales.

Cansa muchísimo que con cada colectivo se repita el mismo guión de propaganda, para generar una opinión pública que normaliza o tolera elmundo al revés:

Donde antes se reconocían derechos alcanzados con mucho esfuerzo, ahora se venden como privilegios caídos del cielo.

Donde antes estaba la unión de la clase trabajadora para pedir mejoras laborales, ahora se conforma una masa que apoya los recortes y el empeoramiento.

Donde antes había solidaridad y compañerismo, ahora hay competitividad e individualismo.

Donde antes se creaba un sentimiento común, solidario y horizontal, ahora se crea un sentimiento egoísta donde nos miramos por encima del hombro.

Así volvemos a lo de siempre: a las críticas y a las comparativas entre profesiones. No hay nada más efectivo que pelearnos entre nosotros, dividirnos en cuantas más categorías mejor, sin ser conscientes de que más allá de gremios o títulos todos somos iguales: simples trabajadores.

Conceptos como clase obrera o trabajadora, huelga o reivindicar derechos producen urticaria entre muchos porque han admitido el significado que el capital les ha dado por interés. La finalidad de todo ello no puede ser más básica: desautorizar esos principios y venderlos como el peligro para que siempre esté presente el miedo y el riesgo de perder el trabajo. A ello le suman el componente del racismo. Cuando nos advierten del otro como “peligro”, del que viene de fuera, como el invasor que nos “roba” el trabajo. En cambio, no nos hacen sentir como amenaza al robot trabajador, el modelo ideal para el empresario: no pide aumentos de sueldo, no hace huelgas y puede trabajar 24 horas sin queja. En eso pretenden convertirnos.

A veces parecemos adoctrinados con el discurso de la CEOE y miramos más por sus intereses que por los nuestros. Por eso tememos a las huelgas. Por eso callamos con las bajadas de sueldo. Por eso aceptamos recortes de jornadas y contratos por horas. Por eso nos arrasan las liberalizaciones impuestas desde Europa. Por eso asumimos con la boca pequeña trabajar hasta los 70. Por eso enmudecemos cuando sabemos que no tendremos ni pensiones. Por eso enmudecemos siempre y toleramos los abusos, asustados y amedrentadosante el futuro incierto.

Recuerdo cuando estuve por primera vez la oficina del desempleo. Y en un tumulto,durante una de aquellas eternas colas, un señor mayor decía a uno:

-“Pero, ¡¿quién te crees que eres?!”

Aquel señor lanzó la frase sin humillar, sólo para hacernos reflexionar a las decenas de jóvenes aturdidos, cargados de títulos y de cursos con los que nos aseguraron que nunca dejaríamos de trabajar. La cola del paro fue uno de los sitios donde más aprendí de humildad, de conocer la lucha de muchas personas que habían dado, prácticamente, su vida por su trabajo. En aquellas conversaciones, entre las esperas, aprendí a respetar y sentir cualquier profesión como si fuera mía. Porque todas son imprescindibles. Todas son necesarias. Y no hay ninguna por encima de la otra.

También aprendí, como mujer, que somos doblemente discriminadas. Que nos cuesta más acceder al mercado laboral. Que la desigualdad salarial está siempre presente. Que muchas de nosotras podríamos acabar en casa cuidando sólo a los hijos, a nuestros enfermos o mayores. Que tendremos pensiones más pobres que los hombres. Que cuanto peor vaya el mercado laboral, más peligro habrá sobre cada una de nosotras, porque el paro y la precariedad generan dependencia económica. Y la dependencia económica es uno de los componentes de la violencia y el maltrato.

Aprendí que, tengas lo tengas al final, eres sólo un trabajador. Y sin trabajo, un parado. Y cuando se agota el paro, invisible. Y aunque así ya crees que no puedes pedir nada a la vida, sigues con dos anhelos diarios: callar al estómago y dormir en una cama bajo un techo. Y eso, que parece tan básico, sólo se garantiza si tienes un trabajo donde nadie apoye la retirada de tus derechos.

Cada conquista laboral tuvo lucha y sangre detrás. Es una enorme ingratitud sólo no reconocerlo, sino no dar la cara por aquellos que antes lo hicieron por nosotros. Porque entonces cedemos al capital lo que es nuestro. Y es irrecuperable. Por ello, cada día creo que hay que preguntar mirándose al espejo: “¿Quién te crees que eres?”. Para sacudirte la propaganda de encima y asumir que eres un trabajador. Porque de seguir creyendo lo que no eres, un día serás tú el próximo sin derechos, sin trabajo, sin dinero y en la cola del paro.

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