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Catalunya y la calidad democrática

Mas y Junqueras acuerdan elecciones el 27 de septiembre con listas separadas

Josep Carles Rius

¿Quién ha ganado? ¿Artur Mas u Oriol Junqueras? Esta es la pregunta que domina la crónica política en Catalunya desde el día 14 de enero, cuando el President y el líder de ERC firmaron la paz y anunciaron el acuerdo que culminará en las elecciones prebiscitarias del 27 de septiembre. La tensión vivida durante dos meses por ambos políticos y su desenlace se narraron en términos deportivos. Mas logra los presupuestos y gana tiempo para crear el ‘partido del President’, que difumine una Convergència lastrada por la corrupción. Junqueras consigue elecciones anticipadas; desbarata la exigencia de la ‘lista única’ y mantiene las opciones a liderar el soberanismo. Los dos ganan, los dos pierden. Pero la pregunta clave es ¿gana calidad democrática Catalunya? Y a partir de aquí, la crónica político-deportiva ya no sirve para encontrar respuestas.

Una mayoría parlamentaria y social reivindica el ‘derecho a decidir’ su futuro en un referéndum. La negativa del Estado y la ausencia de alternativas políticas es el mayor déficit democrático que sufre Catalunya. Pero no el único. No contribuye a la calidad democrática el hecho de convocar elecciones a ocho meses vista e iniciar la campaña electoral el 11 de setiembre, una Diada que debería estar a salvo de las luchas partidistas. Como tampoco que el líder de la oposición sea el principal apoyo del Govern. Ni que las grandes decisiones políticas, de país, las tomen en una mesa, conjuntamente, representantes públicos elegidos democráticamente y miembros de asociaciones privadas, por más respetable que sea la causa que defienden. Y que este acuerdo condicione, además, la próxima cita en las urnas, las municipales.

Un acuerdo alcanzado después de dos meses de chantajes cruzados. Del espectáculo más descarnado de lucha por el poder que sus protagonistas disfrazan con eufemismos, metáforas y palabras vacías. Por eso son tan importantes estos mensajes que se cuelan de vez en cuando entre las grietas del ‘relato oficial’. El pasado día 3 de enero, en pleno pulso con los republicanos, CiU lanzaba el siguiente tweet: “El reto que ahora tenemos por delante es que los de casa vayamos juntos”. Poco después del pacto, el Govern - sí el Gobierno de la Generalitat – difundía otro tweet que decía así: “sabes que el acuerdo para impulsar el proceso de transición nacional permitirá acuerdos en las municipales con las fuerzas favorables al ‘procés’”. Ambos tweets fueron borrados a las pocas horas a causa del revuelo provocado en las redes sociales. Pero nadie puede decir que no respondan a la voluntad de quienes los emitieron.

Catalunya tiene sobrados motivos para reivindicar un cambio de estatus respecto a España, un cambio que una parte significativa de la sociedad catalana sitúa en la independencia. Es un fin legítimo que precisa de medios escrupulosamente democráticos. Si no, puede instalarse en la sociedad la percepción de que determinados líderes políticos saben que no pueden lograr un Estado, pero que esta aspiración es la que les permite conservar o alcanzar el poder. Para ello es necesario, así lo dicen, saltar de pantalla en pantalla. Ganar tiempo a base de fijar siempre un nuevo objetivo, un nuevo reto que concentre todas las miradas. Mantener encendida la llama, bien alimentada por el pensamiento hegemónico en los medios controlados por el poder político.

La sociedad catalana había transitado por el camino del ‘derecho a decidir’ sin perder su cohesión, con una madurez encomiable. Por eso resulta tan preocupante que el partido del Gobierno hable de ‘los de casa’ (¿en contraposición a quién, a ‘los de fuera’, a los que no comulgan con su estrategia?) y que aquel fugaz tweet tome forma en la fotografía del acuerdo entre CiU, ERC y las entidades soberanistas. Y que, además, ‘los de casa’ decidan, también, controlar los ayuntamientos. Con esta dinámica, muchos catalanes pueden tener la sensación de que sus instituciones no gobiernan para todos, no están al servicio de todos con la misma intensidad. Si no que las decisiones se toman pensando sólo en ‘los de casa’. De ser así, estaríamos ante un grave déficit de calidad democrática. Un déficit imposible de contar en una crónica político-deportiva. Porque en este caso no gana nadie. Perdemos todos.

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