No solo el sol: los otros 7 enemigos de la piel en verano

Foto: ConsumoClaro

Eric Santaona

  • Hay otros factores que en la época estival nos pueden producir importantes alteraciones epidérmicas, que si no se tratan bien pueden derivar en dermatitis

El sol es sin duda el principal agresor de la piel en verano, pero no el único que nos puede crear problemas, sobre todo dermatológicos. Sabemos que la exposición excesiva a la luz solar puede provocar quemaduras, reacciones alérgicas en tatuajes y numerosos problemas de sequedad cutánea que pueden derivar en infecciones dérmicas si no se tratan correctamente. 

Pero no basta con cubrirse o ponerse a la sombra para evitar totalmente los problemas de piel, hay otros enemigos que acechan a nuestro alrededor sin que quizás seamos conscientes de ello. Este artículo pretende desvelar los siete principales elementos propios del verano que, más allá del sol, pueden ser agresivos para nuestra piel.

1. El aire acondicionado

El aire acondicionado es aire frío, pero sobre todo extremadamente seco. Muchas veces se proyecta directamente sobre nuestro cuerpo, reduciendo de forma drástica la humedad epidérmica, algo que trae como consecuencia el cuarteado y agrietado de esta capa protectora, de modo que la dermis interior queda expuesta a las agresiones externas y se hace más sensible al sol, las alergias por contacto, infecciones bacterianas y de virus, hongos, etc. 

Para ser conscientes de lo adversa que puede para nuestra piel ser la exposición continuada al aire acondicionado, nada mejor que correlacionarla con la sequedad de garganta que nos dejan los ambientes excesivamente fríos de restaurantes, autobuses e incluso del trasporte público. Del mismo modo que reseca las mucosas, el aire reseca la piel si nos exponemos a él durante largos periodos. 

Por lo tanto deberemos abstenernos de usarlo en la medida de lo posible, sobre todo en las habitaciones por la noche. Si no podemos pasar sin él, al menos procuraremos mantenerlo a niveles de lo 25 o 26º centígrados y evitar la exposición directa mediante la función de modular el chorro de la bomba de calor. Por otro lado, lo contrarrestaremos con crema hidratante abundante y tomando líquidos con frecuencia. 

2. Las piscinas

El cloro de las piscinas se utiliza para mantener una agua donde se sumergen muchas personas a la vez libre de gérmenes. Pero la misma agresividad que este producto emplea contra los posibles microbios, también la tiene contra nuestra piel. En teoría hay un protocolo establecido de adición de cloro al agua de la piscina pero, sin ir a los extremos, no siempre se cumple adecuadamente y puede que en el momento en que nos bañemos los niveles sean altos. 

Si además somos de los que nos pasamos largos ratos dentro del agua, el efecto abrasivo del cloro aumentará por el prolongado tiempo de exposición. Y si a ello sumamos que al salir nos secaremos expuestos al sol, entenderemos que el impacto agresor sobre la piel se multiplica y con él la probabilidad de problemas dermatológicos. De nuevo, la reparación con crema hidratante tras una ducha se presenta como la mejor prevención.

3. El mar

La sal marina tiene doble efecto secante sobre nuestra epidermis. Por un lado el propio de la sal, que es un compuesto higroscópico, es decir altamente soluble en agua, y que por lo tanto tiende a absorber el agua capilar que se almacena en nuestra epidermis cuando nos bañamos en el mar. Por otro lado, al salir quedarán depositados sobre nuestra piel pequeños cristales de cloruro sódico que harán de lupa cuando nos sequemos al sol, aumentando los efectos agresivos de la luz solar. Como remedio preventivo, además de la mentada crema hidratante, es importante quitarnos la sal con una ducha de agua dulce, sobre todo antes de aplicarnos crema de protección solar. 

4. El calzado inadecuado

Con las altas temperaturas veraniegas aumenta la sudoración y por tanto el calor y la humedad en la zona de los pies. En consecuencia, deberemos usar calzado que mantenga la piel del pie ventilada y seca, o de lo contrario podemos propiciar la aparición de hongos, que pueden prender en zonas donde además tengamos rozaduras y pequeñas heridas.

Además, la piel húmeda y mal ventilada en contacto con las costuras y zonas duras del calzado puede provocar llagas que si no se tratan pueden llegar a infectarse. Lo ideal es utilizar sandalias o chancletas playeras, pero si queremos llevar calzado deportivo, no deberemos olvidarnos unos calcetines de algodón que absorban la humedad y protejan ante el roce.

5. Picaduras de insectos

Las picaduras de insectos, no solo de los mosquitos, pueden llegar a generar complicaciones serias si derivan en reacciones alérgicas o si nos rascamos compulsivamente hasta agrandar la herida, que en el caso de los niños puede llegar a infectarse. La mejor prevención es usar, sobre todo por la noche, fragancias repelentes de mosquitos y otros insectos, así como velas e inciensos que los mantengan alejados. 

6. Los abusos dietéticos

Las costumbres veraniegas dietéticas a veces no son las más saludables, pues contemplan mucho alcohol, grasas saturadas, café y otras bebidas excitantes que aumentan la tensión y ralentizan la circulación sanguínea. Por lo tanto, no permiten que las células epidérmicas estén adecuadamente oxigenadas precisamente en la época en la que más estrés por factores externos sufre nuestra piel. Moderarse no solo ayudará a nuestra cintura y nuestro corazón; también favorecerá la rápida regeneración de nuestra piel. 

7. La ropa ajustada

Con el sudor, sobre todo en los climas húmedos de costa, la piel se mantiene en verano menos firme y más propensa a lesiones por rozaduras o llagas. Llevar ropa demasiado ajustada puede provocar que las costuras y demás partes duras de un short o una camiseta acaben por hacernos una herida sobre todo si el roce se vuelve repetitivo, por ejemplo, derivado del hecho de andar. De la herida a los hongos hay un paso. 

En estos casos se aconseja llevar prendas un poco holgadas o bien repasar las costuras y tapar con tiritas o silicona las partes duras de la penda. También es importante arrancar bien las etiquetas, de modo que no queden partes a medio quitar que tengan consistencia cortante, así como lavar la ropa previamente si es recién comprada, para evitar el contacto con restos de tintes que nos puedan provocar reacciones. 

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