¿Cómo influye el juego de los niños en la clase de adultos que serán en el futuro?

Imagen: Mark Lli

Cristian Vázquez

La infancia ha cambiado mucho en los últimos tiempos. El juego de los niños de la actualidad es muy distinto al de las generaciones anteriores: los dispositivos electrónicos (ordenadores, videoconsolas, teléfonos móviles, tabletas) introdujeron nuevas costumbres y nuevas prácticas en los modos de entretenerse y disfrutar del tiempo libre. Entonces surge el interrogante: si de niños juegan diferente, ¿serán adultos diferentes a sus padres y sus abuelos? ¿Influye el juego de la infancia en la clase de sociedad que esas personas conformarán cuando sean adultas?

Los expertos responden que sí. “Nuestras habilidades sociales, el pensamiento lógico, la capacidad de resolución de problemas y la superación de obstáculos se forjan durante la infancia a través del juego”, explica Nathalie Rodríguez Rojas, doctora en psicología y especialista en cuestiones relacionadas con el juego de los niños. Por ello, añade, “es evidente que el acto lúdico condiciona la sociabilización, la cooperación, la adopción de roles y la manera cómo afrontamos y resolvemos los conflictos”.

“Un niño que haya jugado desde los primeros años de vida será un adulto más sensible a experimentar emociones positivas y más capaz de sobreponerse a las negativas, como la depresión”, destaca por su parte un artículo de Pedro Paredes Ramos, Miguel Pérez Pouchoulén y Genaro Coria Ávila, publicado por la Universidad Veracruzana, de México. Esto se debe, afirman estos expertos, a que al “interactuar de forma gratificante con otro”, el niño “fortalece emociones secundarias, como la empatía, la simpatía y la capacidad para superar adversidades”. 

Con teléfonos y tabletas, niños más espectadores que creadores

El caso es que los dispositivos electrónicos han modificado ese panorama. Por un lado, el juego tecnológico hace que los niños, en palabras de Nathalie Rodríguez, “desde muy temprana edad participen del juego más como espectadores que como creadores”, debido a lo cual “pierden su maleabilidad y su poder detonador de lo imaginativo”. La creatividad que los juegos clásicos estimulan se pierde cuando se juega con dispositivos tecnológicos, en los que a una acción determinada (como presionar un botón o decir una palabra) le corresponde una respuesta unívoca (una luz, un sonido, etc.). 

Por otro lado, esa “interacción gratificante con el otro” ya no se produce. Un informe publicado de manera reciente por la empresa de juguetes Imaginarium así lo asegura. Mientras el 72 % de los padres reconoce que cuando sus hijos les piden jugar con ellos es para hacerlo con juguetes, solamente el 1 % sostuvo que ese pedido se da para jugar con tabletas o móviles (el 27 % de los casos restantes es para jugar de ambas formas). La conclusión es evidente: el juego con dispositivos tecnológicos es solitario e individualista.

El estudio, elaborado en junio de este año a partir de casi 15.000 encuestas a madres y padres de niños de hasta doce años de edad, revela también que la relación con el juego tecnológico se intensifica en la segunda parte de la infancia. Cuando los niños de hasta siete años expresan que quieren jugar, el 81,5 % se refiere a juegos tradicionales, como muñecos, manualidades, actividades deportivas, etc., cifra que se reduce hasta el 61,8 % en los niños de entre ocho y doce años de edad. Seis de cada diez padres se mostraron preocupados por el hecho de que sus hijos jueguen más con móviles y tabletas que con juegos 'reales', inquietud que para el 45 % de ellos se intensifica durante las vacaciones escolares.

Menos tolerancia a la frustración

Ya a mediados del siglo XX, el filósofo francés Roland Barthes se quejaba de los juguetes en su país fueran reproducciones de elementos del mundo adulto. “Ante este universo de objetos fieles y complicados -escribió en su libro Mitologías, de 1957-, el niño se constituye apenas en propietario, en usuario, jamás en creador; no inventa el mundo, lo utiliza. Se le preparan gestos sin aventura, sin asombro y sin alegría”. Y completa: “Ni siquiera tiene que inventar los resortes de la causalidad adulta: le son proporcionados totalmente listos. Sólo tiene que servirse, jamás tiene que lograr algo”. 

Esa falta de estímulo creador a la que alude Barthes se exacerba con los dispositivos digitales de la actualidad. Además, otra consecuencia importante de la falta de interacción con los demás niños es que con las tabletas o los móviles no se aprende a superar las frustraciones. “Si pierdo y me enfado, lo apago”, resume Rodríguez, “y así el motivo de mi frustración desaparece y no tengo que enfrentar ni gestionar semejante disgusto. Mi tableta no me exige que ceda, que negocie. Ni soy interpelado por el deseo de otro”.

Retrasar el juego tecnológico en los niños

¿Cuáles son entonces las consecuencias de estos cambios en la forma de jugar? Nathalie Rodríguez -quien además es responsable de una tienda de juguetes tradicionales y “responsables” (no promueven la violencia ni el sexismo) con sede en Madrid- responde: “Parece obvio pensar que los adultos resultantes de esta experiencia lúdica podrían presentar menor capacidad creativa e imaginativa, con menores competencias sociales, dificultades en su tolerancia a la frustración y más competitivos”. Una sociedad conformada por adultos que reúnan esas características no parece, desde luego, lo más deseable. 

Lo que los padres deben hacer es favorecer el acto lúdico de sus hijos, respetar el espacio de juego y servir más de acompañamiento que de guía. En particular, deben ofrecer alternativas no tecnológicas o, incluso, no ofrecer nada: si el niño se queja de que se aburre, dejarle que se aburra un poco. “El aburrimiento en los niños también es algo muy necesario para que ellos creen, piensen, fantaseen”, apunta la psicóloga Sabina del Río Ripoll, directora del Centro de Psicología y Especialistas en Maternidad.

Nathalie Rodríguez insiste en que el juego tradicional, el no relacionado con los dispositivos electrónicos, está muy lejos de ser solo una forma de que los niños pasen el tiempo: “Es el instrumento a través del cual los niños descubren el mundo y se explican lo que en él acontece, reconstruyen y reinventan la realidad. Les sirve para crear pensamiento lógico y abstracto, para desarrollar el lenguaje, para enfrentarse de manera creativa y resolutiva a los obstáculos y aprender de los fracasos. Es la herramienta para desarrollarse emocional y cognitivamente”.

Por ello, no se trata de demonizar la tecnología ni los dispositivos digitales, sino de intentar retrasar la inclusión de los dispositivos electrónicos en el juego de los niños. Y también de evitar escenas familiares en las que todos los miembros, menores y adultos, estén ensimismados con sus tabletas o sus teléfonos. Es una manera de fortalecer los vínculos emocionales y de desarrollar habilidades en los más pequeños. Y es un modo, también, de cuidar a los más pequeños: ayudar a que el mundo en el que vivirán en el futuro sea un poco mejor.

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