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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Los sirios lo tienen claro: ni Asad ni ISIS

Luz Gómez

A estas alturas de polarización interesada del conflicto sirio, resulta cada vez más complicado recordar algunos puntos de partida que, sin embargo, son imprescindibles para avanzar hacia una solución justa. Ni la geopolítica internacional ni la fugacidad de la actualidad están para grandes principios, y menos para matices, pero insistir en ellos es un imperativo tanto ético como político.

Así lo siguen entendiendo, a pesar de las dificultades generales y ambientales, algunas instituciones públicas como el Ajuntament de Barcelona y el CIDOB, que los días 27 y 28 de septiembre acogieron un encuentro protagonizado por un grupo de activistas e intelectuales sirios cuyas voces son silenciadas a diario por la realpolitk de la guerra contra el ISIS. Lo que quedó claro tras escuchar a Yassin al Haj Saleh, Iyad al Abd Allah, Karam Nachar, Leila Shami, Laila Alodaat, Roshak Ahmad y Yassin Swehat, es que la solución no puede venir ni del causante del mal, la dictadura de Asad, que reprimió el levantamiento del pueblo sirio por la democracia en 2011, ni de su consecuencia buscada, la yihadización del conflicto; y que la mera presentación de este escenario bipolar colapsa de antemano la discusión sobre el único futuro posible: una Siria democrática, plural y libre. Las líneas mayores desde las que abordar la situación según estos activistas son las siguientes:

1. La memoria es un arma de resistencia. Para hacer la revolución hay que saber de dónde se viene. El pueblo sirio ha sufrido durante más de cuarenta años la dictadura de los Asad, padre e hijo, que ha organizado la represión de forma similar a como ha combatido la revolución: mediante la militarización del conflicto y la alienación del pueblo. El complejo político-militar del clan de los Asad, que no es otra cosa que un Estado policial tribalizado, ha sometido a la población durante más de cuatro décadas a un régimen de control social en el que no ha quedado espacio para la disidencia. Siria se ha convertido en Asad o nada, de modo que los sirios han sido tratados como extranjeros en su propio país, y cualquier atisbo de oposición se ha considerado un complot foráneo para destruir la nación. El instrumento para hacer efectiva la descomposición social ha sido, sistemáticamente, el sectarismo, un sectarismo polimorfo: de clase, de género, étnico, cultural, confesional, regional.

Por ello, fue el rechazo de cualquier fragmentación sectaria lo que aglutinó en la década 2000-2011 a los miembros de la sociedad civil que intentaban crear bases para una convivencia igualitaria. En muchas ocasiones se trataba de unas cuantas personas que pagaban por su osadía con su libertad, pequeños grupos defensores de los derechos humanos, de las minorías o de las mujeres que trabajaban a nivel comunitario a pesar de que los soplones y matones del régimen se infiltraban en todos los aspectos de la vida. Su experiencia, junto con la de los disidentes comunistas e islamistas que llenaron las cárceles esas décadas, hizo posible el levantamiento popular pacífico en 2011. Una de las primeras misiones de los grupos revolucionarios fue crear círculos de debate con la participación de activistas de generaciones anteriores que explicaran a los jóvenes cuestiones básicas de teoría y práctica política. Yassin al Haj Saleh, histórico filósofo comunista que pasó catorce años en prisión, se alzó en “la conciencia de la revolución”, según el apelativo que le dieron los jóvenes revolucionarios.

2. El levantamiento fue transversal. En la aceleración de la movilización popular de 2011 tuvieron un papel primordial el campo y las pequeñas ciudades, con sus formas de organización patrimoniales transformadas en semilleros revolucionarios. En Siria, a diferencia de otras revueltas árabes, no hubo un Tahrir nuclear, sino que la descentralización fue muy marcada. Karam Nachar, coordinador de la red de opositores aglutinados en Al-Jumhuriya.net, defiende con firmeza que las redes de solidaridad locales y familiares fueron tanto más decisivas en la movilización pacífica y la posterior organización comunitaria que Facebook y demás redes sociales. Esto explica que arraigaran rápidamente los Comités Locales de Coordinación, en sí mismos un acto revolucionario de base. En los Comités coincidían hombres y mujeres sin experiencia ni educación políticas previas en un ejercicio desconocido de práctica democrática y gestión de la diversidad social e ideológica.

Estos Comités abrieron un nuevo diálogo social para afrontar la constitución de una identidad siria igualitaria, libre de sectarismos confesionales o regionales y contraria a toda forma de autoritarismo, incluido el patriarcal. Leila Shami, fundadora de la red Tahrir-ICN, y Roshak Ahmad, documentalista sirio-kurda que abandonó el país en 2015, reivindican el legado antiautoritario y antisectario de estos comités, que siguen activos hoy en las zonas liberadas por la revolución y son los mejores garantes contra la infiltración yihadista. Pero además, los Comités Locales de Coordinación materializan el auténtico carácter performativo de la revolución siria, dentro de la cual, como enumera Laila Alodaat, miembro de Women’s International League for Peace, viven varias revoluciones silenciadas: la antipatriarcal, la que combate la cultura elitista, la que signo rural, etc.

3. Asad no es el mal menor, es el responsable de la guerra. Él es el responsable del 85% de los 500.000 muertos, de 85.000 desaparecidos y de la devastación de un país que tiene la mitad de la población desplazada y 6 millones de refugiados. Insistir en las cifras no es un vano ejercicio de verosimilitud, es materializar la inmensidad del crimen. Asad yihadizó el conflicto liberando a los yihadistas encarcelados, abriendo la frontera con Irak y dejándolos hacer mientras se dedicaba a bombardear a la población. Todo ello para construirse un nuevo enemigo, el ISIS, y llegar a donde estamos: una visión distorsionada del futuro en términos securitarios: “Yo o el ISIS”.

A esta estrategia de polarización han contribuido distintos intereses: los clásicos de Estados Unidos y de Rusia, los más caseros de Irán y Arabia Saudí, y los reactivos de Turquía y las petromonarquías. Son estos intereses los que han movido el chalaneo de las negociaciones de paz, caracterizadas por quién negocia con quién y no con los sirios, como resume el filósofo represaliado Iyad al Abd Allah, de modo que toda negociación está viciada desde un comienzo y condenada al fracaso. Yasin al-Haj Saleh lo expresa de forma gráfica dando un giro a la histórica frase de Clausewitz: “La negociación con Asad es la continuación de la guerra por otros medios”.

4. La solidaridad internacional ha de ser ética y política. Solo una solución justa es una solución. La desmembrada izquierda europea tiene el deber de articular un movimiento de presión internacional que fuerce a las Naciones Unidas y la Unión Europea a implementar los mecanismos políticos y jurídicos de que disponen para acabar con el régimen sirio y llevar a los tribunales a los responsables de crímenes contra la humanidad. La división de la izquierda en dos bloques, antimperialistas alucinados y tecnócratas humanitaristas, ha secuestrado la revolución. Ni Asad ha sido nunca un paladín del antimperialismo, ni a los refugiados hay que ofrecerles únicamente asilo, sino justicia. No hay diferencia entre el orientalismo de las barricadas antimperialistas y el de la progresía socialdemócrata: ambas consideran al pueblo sirio menor de edad y sujeto a intereses superiores, los de Rusia o los de Occidente.

A pesar de este sombrío panorama, no es fuerza ni esperanza lo que les falta a estos sirios y sirias reunidos durante dos días en Barcelona. Hasta el punto de hacernos sonrojar por nuestro pesimismo, tan cómodo, tan europeo, tan inoperante. Pero ellos tienen las cosas muy claras. Lo que habría que hacer es escucharles.

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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

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