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“La deuda siempre ha sido el mecanismo básico de la esclavitud”

El escritor Luis García Montero.

Belén Lorenzana

Aunque escribir versos es para Luis García Montero (Granada, 1958) como el mismo gesto de respirar, el poeta regresa a la novela para ahondar en la incertidumbre y el caos que nos asola. No me cuentes tu vida (Planeta), un relato sobre el desencuentro generacional provocado por la crisis, es su respuesta desde la literatura al “compromiso cívico” del intelectual.

Todo apuntaba a una generación de hijos que vivirían mejor que sus padres.

Creo que ése es el relato que se ha roto.

¿Qué ha pasado?

Es una de las consecuencias de un sistema de capitalismo financiero desatado en el que la economía productiva ha dejado de tener importancia al lado de la economía especulativa. Sin pudor de ningún tipo. Los poderes financieros están acumulando en muy pocas manos toda la riqueza del mundo. Al mismo tiempo, la socialdemocracia ha buscado su propia ruina como proyecto en la construcción de Europa al aceptar un ámbito de unidad de mercado sin un Estado que regule políticamente la economía y que ampare a los ciudadanos. Si a eso le añadimos la debilidad de la democracia española…

¿Nuestra democracia es débil?

En España hubo una Transición muy temerosa. Se dejó que los poderes financieros y jurídicos que venían del franquismo permaneciesen para impedir el desarrollo de una economía social y un Estado sólidos. El resultado es la debilidad absoluta de España para responder a una crisis, mientras Europa no tiene mecanismos para defender la democracia ante los poderes financieros. Una Europa, por otra parte, con intereses colonialistas.

¿Se refiere a Alemania?

A Alemania le interesa que el Estado español empobrezca a su población para que se puedan pagar las deudas de unos negocios que hicieron los bancos alemanes en España y que han salido mal. Ahora tenemos que pagarlo entre todos con la famosa recapitalización. La deuda siempre ha sido el mecanismo básico de la esclavitud.

¿Un clásico?

Pues sí... En el colonialismo europeo, en el Amazonas o Angola, a los indígenas se les esclavizaba dejándoles un dinero y arreglándoselas para que nunca pudieran devolverlo. Cada vez la deuda subía más y como nunca podían pagarla, se quedaban sin ningún derecho. Eso han hecho los poderes financieros con países como Grecia o España.

¿Y nuestros derechos correrán la misma suerte?

Si no lo remediamos… Nuestro país tiene muy mala memoria. Parece que la democracia nos la regaló el Rey o Adolfo Suárez, que no fue conquistada ni hubo gente en la cárcel o asesinada por luchar por ella. Entonces, como es un favor, parece que no tiene que ver con los derechos que se conquistan. Los jóvenes hoy, con todas las movilizaciones que están haciendo, están demostrando que esa inercia se puede romper.

¿Es la brecha generacional muy profunda?

Existen brechas generacionales pero más que ahondar en el abismo hay que buscar puntos de encuentro para encontrar respuestas comunes y compartidas. Escribí una vez un poema que se titulaba Tan peligrosos son los viejos cascarrabias como los jóvenes sin memoria. Es ridículo el viejo que dice: lo bueno era lo que hacíamos hace 40 años. Habla de una mirada que se estanca y no comprende la verdadera realidad. Pero me parece también peligroso el joven que renuncia a su memoria, que se cree que está inventando el Mediterráneo o que lo que sucede está sucediendo por primera vez. Renunciar a la memoria es renunciar al conocimiento de una historia, de conquista de derechos, de emancipación que debe ser la raíz de nuestra lucha de hoy.

Sin embargo, ¿no cree que la izquierda actual adolece un poco de nostálgica, que se aferra a las viejas estructuras?

Ese es un problema que me parece muy importante. La mirada crítica que quiere hacer más justa la sociedad y transformarla no puede vivir del pasado. Querer aplicar recetas económicas, de organización política, que son propias del siglo XIX o principios del XX, a la actualidad del siglo XXI es facilitarle mucho la tarea al enemigo. Es condenarte a la marginalidad y a la más absoluta ineficacia. Creo que es muy importante recuperar la memoria pero siempre como un relato que mira hacia el futuro. A mí no me sirve de nada una izquierda que se comprometa con la reivindicación de las víctimas del franquismo si ese compromiso no se resuelve en un apoyo a la gente que está trabajando ahora para hacer más justa la sociedad de mañana. En ese sentido el diálogo del pasado con el futuro es lo que convierte a la vida humana en un relato. John Berger suele decir que lo que cancela el futuro no es el silencio sino el olvido. Si nos olvidamos del pasado cancelamos el futuro. Y si separamos el pasado del futuro, si lo convertimos en una trampa nostálgica, se transforma en un peligro para todos.

Usted acaba de crear, junto a Gaspar Llamazares, Izquierda Abierta. ¿Qué es?

Se trata de una sensibilidad de Izquierda Unida que hemos decidido convertir en partido. Puede haber gente que pertenezca a IU y gente que no, con una idea básica: la de crear un frente amplio progresista que defienda los derechos democráticos y la democracia social en este país. Es necesario convocar la unidad de la izquierda frente a las políticas del bipartidismo.

Hay quien se queja de que parece otra enésima división de la izquierda.

Todo lo contrario. Izquierda Abierta lo que pretende precisamente es servir de vínculo de unión. Por eso nosotros estamos en IU, porque nos parece que para crear un frente amplio, mal comienzo sería provocar una nueva ruptura dentro del partido. Queremos trabajar desde dentro para que el partido se abra, para que no se convierta en un partido tradicional o en una máscara electoral.

¿Máscara electoral?

Creo que buena parte de los errores de IU y de su incapacidad de recuperar votos que van a la abstención se debe a que hay mucha gente que tiene la tentación de utilizarlo como una máscara electoral y que lo que quieren es controlar por dentro el poder de manera cupular. Ese tipo de estructuras viejas se convierten en un tapón. Sería fatal caer en los mismos errores del PSOE o el PP. Muchas veces, en lugar de desarrollar nuestro proyecto, lo que nos conviene es controlar nuestro dominio interno y si el desarrollo del proyecto va a significar que perdamos el control, preferimos que no se desarrolle. De lo que se trata es de trabajar desde dentro de los partidos para evitar eso y, en el caso de la izquierda, me parece fundamental la defensa de un frente amplio.

¿Como en Galicia?

Exacto. En las recientes elecciones de Galicia, la dirección trabajó para crear un frente amplio con otras fuerzas sociales y los resultados fueron espectaculares.

¿Y qué pasó en el País Vasco?

Por mucho que se esté diciendo, yo creo que la dirección ha trabajado para controlar desde la Asamblea de Madrid a sus representantes. La fuerza de IU en el País Vasco era Ezker Batua (EB), que no era del grupo de la mayoría que hoy dirige IU. Se favoreció una escisión y, después, que se presentasen listas diferentes, lo que ha supuesto la desaparición de IU en el Parlamento vasco.

Retomando el contexto económico, si tenemos tantas experiencias previas en países latinoamericanos o, más recientemente, en Grecia, y conocemos a dónde conducen los rescates, ¿por qué seguimos los mismos pasos?

Porque tenemos una clase política que trabaja al servicio de los poderes financieros. En España, el ejemplo más claro es la Ley Hipotecaria. Cuando ha habido alternativas del BNG, Iniciativa per Catalunya e Izquierda Plural para cambiarla, los partidos mayoritarios se han encargado de bloquearlas.

¿Tiene la justicia europea que hablar de ilegalidad de la ley española para que nos pongamos a ello?

En España hay dos leyes que simbolizan nuestro problema. Una es la Ley Electoral, que manipula los resultados por una ingeniería contable que hace que un partido que no tiene más que el 30 % del apoyo de una sociedad tenga una mayoría absoluta y parezca como si todos los españoles votaran a ese partido. Y la otra es la Ley Hipotecaria. Lo relaciono porque creo que la Ley Electoral ha estado trabajando para crear un turno de partidos, controlado por las cúpulas, que está al servicio de los poderes financieros. No hay más que ver el tratamiento que han tenido figuras como el presidente del Banco de Santander cuando se ha descubierto que él y su familia evadían capital al extranjero para no pagar impuestos. O no hay más que ver qué tipo de trabajo se le ha encomendado a los inspectores de Hacienda. Sabemos que hay un fraude fiscal altísimo entre las empresas españolas del Ibex 35, que más del 80 % de esas empresas trabajan con paraísos fiscales y a la gente de las rentas más altas y, sobre todo, a las empresas de más fuerza, hasta ahora, se las ha investigado muy poco. Son muchos cientos de miles de euros los que se están estafando al erario público. Así que si comparamos el funcionamiento de la fiscalidad o las leyes hipotecarias en EE UU y Europa con las nuestras, es normal que se escandalicen y digan: ¿Qué es lo que están haciendo con los ciudadanos en España?

PP y PSOE, ¿tanto monta, monta tanto?

Si pienso en las bases, no creo que sean iguales. Pero si pienso en sus cúpulas, sí. La Ley Electoral y la Transición bipartidista han puesto a la política española al servicio de los grandes poderes financieros.

¿Deberíamos entonces dar la razón a Fukuyama y su fin de la Historia, la muerte de las ideologías?

De ninguna manera. A los poderes establecidos les viene bien la afirmación de que hemos llegado a lo perfecto o a lo más que se puede conseguir. No les interesa cambiar. En una época de dominios totalitarios en Europa se utilizó mucho eso de ‘el fin justifica los medios’ para acabar con derechos humanos y valores democráticos en pos de construir una sociedad perfecta. Eso fue una falacia y la Historia lo ha demostrado. No obstante, ahora es muy importante volver la frase del revés y decir: del mismo modo que el fin no justifica los medios, los medios no se justifican a sí mismos si no hay un fin que sea decente. Por eso yo no creo en el fin de la Historia. Me parece que si no unimos nuestro trabajo a un compromiso humano, nos convertimos en tecnócratas. Un juez cuando desahucia a una familia está aplicando la Ley. Si él entiende su trabajo como la aplicación de la Ley sin más, es un tecnócrata. Mejor será un profesional que no sólo quiera aplicar un protocolo, sino también intentar hacer justicia y ser decente. Parece que hay jueces que están entendiendo esto.

El Gobierno no lo ve igual.

A los poderes les interesa mucho generar una idea de fatalismo, de descrédito y de sospecha. Cualquier tipo de conciencia crítica o de organización social está inmediatamente bajo sospecha. Los sindicatos, todos unos bribones. Los partidos, todos iguales. Y los intelectuales, todos unos locos, vendidos, pesebreros, la ceja…

¿Todavía colea el sambenito de la ceja?ceja?

Pues sí, y lo cierto es que se ha hecho una caricatura doblemente injusta de este asunto. Por una parte, creo que toda persona tiene derecho a apoyar al partido político que considere oportuno. Por otra, nos han metido en el mismo saco a mucha gente que en la vida hemos apoyado al Partido Socialista.

¿Deben los intelectuales comprometerse con la política?

Creo que es muy necesario que los intelectuales estén cívicamente comprometidos, sí. Tengan o no carné. Además esto no es sólo una necesidad de la izquierda. Yo admiro mucho a Mario Vargas Llosa, muy comprometido con sus ideas. Apoya movimientos y personajes que a mí me parecen muy negativos, pero supongo que lo hace de acuerdo con su conciencia. Me parece un acto de valentía.

¿La militancia en un partido coarta la mirada crítica del intelectual?

Se puede tener el carné de un sindicato o de un partido sin que eso signifique renunciar a la independencia. Albert Camus ya lo dejó claro en su día. No puedes poner ninguna consigna por encima de tu propia conciencia personal. Se puede tomar partido y colaborar socialmente en algo en lo que crees, pero en el momento en el que el partido obra mal, tienes que tener la libertad o para romper o para tener un pensamiento crítico alternativo y decir lo que piensas.

¿Como Neruda?

Exacto. Se hizo comunista con la guerra española, fue un símbolo claro del comunismo durante mucho tiempo, se murió asaltado por Pinochet, arremetiendo contra él y contra el imperialismo norteamericano. Pero cuando descubrió lo que estaba pasando en la URSS también escribió contra Stalin y le dijo: por tu culpa hay un ahorcado en cada jardín de la Unión Soviética. A mí esa capacidad de mantener la independencia personal participando de una organización me parece que está en la base de la definición social de la libertad.

¿Qué papel juega hoy la poesía social?

La poesía tiene una dimensión social muy fuerte y muchas posibilidades. Un poeta social no es simplemente el que escribe sobre una huelga general. La poesía social ha luchado mucho por transformar los sentimientos. Un poema sobre un erotismo homosexual, un poema que ayude a pensar de otra manera las relaciones entre el hombre y la mujer… La indagación en la intimidad desde el punto de vista de la emancipación ha sido fundamental en la poesía. Ahora los partidos políticos lo van comprendiendo y meten ese tipo de debates en sus programas. Pero los poetas a lo largo del siglo XX ya avisaron de que era imposible cambiar la historia si primero no se transformaban los sentimientos y la vida cotidiana.

Entre ellos, su amigo Rafael Alberti, con quien, por cierto, viajó a los países del Este.

Sí, lo acompañé a un congreso de intelectuales en Praga a principios de los años 80. Para mí supuso mucho. Entre otras cosas, determinó el que cuando cayó el Muro de Berlín yo lo celebrara. Entonces me di cuenta de que aquellas dictaduras tenían muy poco que ver con la lucha que el PCE había hecho en España a favor de la democracia, contra el franquismo. Allí comunismo significaba verdugos y represión, cuando aquí significaba la entrega y el esfuerzo de muchos camaradas que estaban luchando por la libertad.

¿Se tambalearon los cimientos?

Simplemente comprendí que no podía participar en ningún proyecto social que no se basase en el respecto absoluto de la libertad.

¿Algún otro golpe ideológico?

Otro palo fuerte lo recibí cuando participé en el comité del referéndum contra la entrada en la OTAN. El PSOE ganó las elecciones porque decía que iba a sacarnos, el 70 % de la población estaba a favor de la salida y bastaron 15 días de campaña electoral y un abuso masivo y manipulador de los medios de comunicación desde el propio Estado para que la mentalidad española cambiara por completo. Me quedé en la intemperie. Me di cuenta de que la democracia como tal tampoco basta, porque dentro de nuestras democracias hay una cantidad de poderes financieros y de intereses que son capaces de controlar los movimientos de opinión y las conciencias.

También hay quienes tratan de contrarrestar la manipulación.

Es cierto. Hay muchos intelectuales que en su trabajo como economistas, juristas, filósofos, ecologistas están haciendo un análisis muy brillante y ofreciendo muchas alternativas, pero carecen de visibilidad en un panorama mediático muy dominado por las ideologías más conservadoras. Una de las cosas más importantes que debemos reivindicar es la capacidad de admiración. Romper un poco, porque eso ha sido una baza de la cultura reaccionaria, la mentalidad de la sospecha inmediata.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, con los políticos. No todos los políticos son iguales. Vamos a ser críticos con aquellos partidos que han convertido la política en un ejercicio de cúpulas institucionales al servicio de los poderes financieros. Pero es que en el mismo Parlamento hay desde hace tiempo grupos que han estado trabajando por una alternativa y que tratan de llevar a la política las preocupaciones de la gente que está en la calle.

¿La profesionalización de la política ha sido determinante para su degradación?

Las juventudes son el peor invento en los partidos políticos actuales. Son muchachos que están acostumbrados desde el principio a intentar tocar poder, a buscar un coche oficial y a pegar codazos para que nadie les quite el puesto. Y cuando de mayores llegan a los partidos, se comportan de la misma manera. Al final, acaba en la política gente que no ha tenido relación con el mundo del trabajo. Y para saber lo que significa el mundo del trabajo hay que haber trabajado.

¿Y los sindicatos? ¿No cree que se han institucionalizado más de la cuenta?

Es cierto que tienen que quitarse aparato porque los aparatos tienden a institucionalizarse. Hay sindicatos en EE UU o Latinoamérica que son verdaderas mafias. Yo no creo que ése sea el caso de España, pero sí creo que es muy importante que se quiten grasa.

¿Puede haber independencia con subvenciones?

Cuando se habla de las subvenciones se olvida que la patronal, por ejemplo, recibe mucho más del Estado. Y se olvida, además, que buena parte del dinero está destinado a que cumplan sus deberes constitucionales, como los convenios colectivos o la concertación social. Y mucho se ha destinado a la integración, muy importante en estos años, de trabajadores inmigrantes o a la formación para desempleados. El dinero no era para que cuatro sinvergüenzas, como suele decir la derecha, vivan muy bien, sino que ha estado cumpliendo un trabajo social importante.

Sin embargo, los niveles de afiliación están muy lejos de aquellos de los primeros años de la Transición o de los alcanzados tras el éxito de la huelga general de 1988.

La debilidad de los sindicatos, tristemente, comenzó con la primera reforma laboral de Felipe González. Para que funcionen los sindicatos, los trabajadores deben tener la seguridad de que no será fácil ponerlos en la calle. Y es que de reforma laboral en reforma laboral, en los últimos años, la fragilidad en la que se han quedado los trabajadores es enorme. Hay mucho miedo o a no encontrar trabajo o, si lo encuentras, a poder perderlo en cuanto haya un conflicto o se reclame un derecho.

¿Perdemos derechos conquistados a una velocidad de vértigo?

Ahora estamos ya en una situación muy parecida a la época de la dictadura, cuando CC OO se estaba formando, de verdadera represión. En cuanto un sindicalista se significaba, no volvía a tener un puesto de trabajo durante años. En la medida en que le vas quitando al trabajador seguridad, con contratos temporales y contratas de subcontratas, en la medida en que se degradan los derechos de los trabajadores, a mí me parece que la labor del sindicato se fragiliza. Y esa ha sido la manera que ha tenido el sistema de atacarlo.

¿Además de una recurrente campaña de desprestigio?

Las calumnias calan, pero hasta cierto punto. Mucha gente acaba descubriendo que hay liberados sindicales que son muy honrados, que trabajan mucho más y con sueldos bastante modestos. Lo que sí les hace mucho daño es una ley que de pronto acaba con los convenios colectivos. Eso permite al patrón ir citando al obrero de uno en uno, solo y sin amparo del colectivo. La derecha lo sabe y por eso, siempre que puede, aplica una ley que socava la unidad de los trabajadores.

¿Cómo deberían defenderse?

Creo que es el momento de que los sindicatos comprendan que aquí o se salva un modelo social completo o sus días los tienen contados. En ese sentido, es momento de que los sindicatos se metan en política.

¿Y su independencia?

No digo que deban acercarse a un partido concreto, la independencia sindical es fundamental. Pero esa independencia no significa no comprender que la labor de la defensa de un puesto de trabajo digno está dentro de un discurso político. Hay que favorecer como sea la vuelta al crédito de la política que esté a favor de los ciudadanos y de los trabajadores.

¿Las movilizaciones sirven?

Las movilizaciones son importantísimas. Y prueba de ello es que ahora en la sociedad ha calado la estafa cruel que significa la Ley Hipotecaria y ha forzado a que los partidos mayoritarios se reúnan. Aunque no tanto para solucionar el problema de los ciudadanos, como se ha visto, sino para solucionar su propio problema... Como en las encuestas los dos están descalabrándose, tienen que hacer algo para recuperar su prestigio.

¿Y la huelga general?

Desde luego que sirve. Y la del 14-N ha sido especialmente significativa porque ha sido europea, pero también ha sido la primera que no se convoca como reacción inmediata a una reforma laboral. Hay una clara toma de conciencia de los sindicatos de la situación del país. Es que se están hundiendo la sanidad y la educación públicas, el futuro de las pensiones… Hay una degradación de derechos sociales que es inseparable de la degradación de las leyes laborales. Por eso en esta última huelga se han unido el 1 de mayo y el 2 de mayo. La lucha internacional de los trabajadores por sus derechos y la lucha de una nación que, cuando las cúpulas de poder la venden, como hicieron Fernando VII y Carlos IV en 1808, la población sale a la calle a reclamar sus derechos.

Parece que en España estamos condenados a repetir la Historia una y otra vez

La Historia de España es una fábula amarga. Cada vez que hemos tenido posibilidad de consolidar un Estado y una sociedad más justa y moderna, las cúpulas de poder han preferido hundir al país antes de perder uno solo de sus privilegios. Eso es lo que ocurrió con la Constitución de Cádiz, la Guerra Civil y lo que está ocurriendo ahora.

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