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Introducción a la música clásica para Hipsters II: etiqueta

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Patricia Godes

“Música clásica, un mundo intimidante de gran belleza pero de feroz exclusividad social”. El personaje de El rey rata, primera novela de China Mieville, es una compositora tecno especialista en los ritmos y sonidos jungle de moda en 1998. Más allá del universo de la fantasía urbana, en la vida real, muchos hipsters, gente cool y modernos en general comparten su punto de vista sobre la música clásica.

“Los usos sociales te mantienen alejado”, declara Javier Gallego, colaborador de eldiario.es y uno de los conductores de radio con más predicamento en las ondas hertzianas. De niño sentía pasión por los discos de sus padres. “Subía el volumen, me ponía en medio del salón y... ¡Hala! ¡A disfrutar de Beethoven!”, recuerda. Gallego no ha cambiado de gusto: “Suelo escuchar Radio Clásica por las noches cuando quiero trabajar y escribir y tengo mis discos clásicos favoritos”. Sin embargo, no suele ir a conciertos clásicos con frecuencia: “Prefiero lo que está cerca de la vanguardia y la música contemporáneas, grupos como Brodsky Quartet, Kronos Quartet o los que hacen fusiones y experimentos con jazz o rock”. Como tantos otros, reconoce que a lo mejor le tira para atrás la atmósfera fría y el público empingorotado: “Demasiado poco relajado. Cuando vas a ver a estos otros grupos, el público es más variopinto, más bohemio, más informal, no es necesariamente el público elitista, estirado y frío típico del concierto clásico”.

“Puede que el ambiente sea así, pero si el asistente simplemente va a escuchar música y no a preocuparse de lo protocolario lo percibirá de otra manera -comenta Pianista Enfurecido, pianista y músico y un tuitero muy popular con querencia por sacar punta a las cosas de la música clásica.- Siempre que he llevado a alguien no acostumbrado a este tipo de conciertos la respuesta ha sido totalmente satisfactoria y de disfrute”. “Existe un corsé en el ritual de la música clásica que le quita espontaneidad”, concede el concertista internacional establecido en Madrid Miguel Baselga. “Nos hemos pasado de frenada. ¿No hay un punto intermedio entre comer todos los días con cubiertos de plata en porcelana de Sèvres y meter la cabeza en el plato como los perros?”.

Baselga es pianista y especialista en Albéniz, ha recorrido el mundo y también da conciertos didácticos para niños y gente joven. El intérprete también ha experimentado problemas de etiqueta. “Una vez se me olvidaron los zapatos del frac. Tuve que salir con lo que tenía a mano y parecía un presentador de Tele5.... Otra vez se me olvidaron los gemelos de la camisa y tuve que poner unos clips en los ojales. En NY se me empaparon los calcetines y tuve que pedir unos prestados. En Indiana tuve que dar el recital con abrigo del frío que tenía por la fiebre... ¿Sigo?”.

Entre marujones y progres: la doble vida de una punk rocker en el Auditorio nacional

Con sus dos manguitas, barba de capuchino y gafas de pasta negra, el hipster made in Spain suele estar muy activo en la música alternativa: va a ver grupos, escucha la radio, mantiene un blog con las novedades de Noise Trade y, a veces, echa una mano y pincha en el club indie más cool. Al contrario que Gallego, se ha negado siempre a escuchar música clásica. Le parece cosa de marujones y de progres, aunque Arvo Pärt y Morton Feldman le interesan mucho, sobre todo porque cree que solo los listos saben quiénes son. Y, desde luego, los marujones ni idea... Es fan de Florence Foster Jenkins y, de vez en cuando, pone a Stockhausen para relajarse. Pero le han pasado una entrada y se encamina al Teatro Real para pasar una noche en la ópera, como Queen y los Hermanos Marx.

Marga Gafaro, fan del punk y de rock de garaje, forma parte de los pobladores del Malasaña musical nocturno. Ha sido promotora en el Estado Español de grupos como Hellacopters o Gluecifer y road manager de Pleasure Fuckers. Ahora, es bartender de In Dreams Café, en Malasaña, pero hace unos años leyó una oferta en Infojobs: “Había trabajado en guardarropas de discotecas y dije: 'Me voy a presentar'. Me enseñaron el Auditorio, me encantó y decidí que quería trabajar allí”. Durante tres temporadas compaginaba sus estampados de leopardo rockandrolleros con el elegante uniforme de acomodadora del Auditorio Nacional de Música.

“¡Yo era la más protocolaria!... Más protocolaria que la Reina. Allí me tienes, con mis programas, esperando... La Reina entra con toda su comitiva, saludando a todos y me dice: 'Me da un programa, por favor'. Yo me quedo pálida y le digo: 'Lo tiene en su asiento'. Porque, por protocolo, la Reina tiene el programa en su asiento... Y se quedó así: '¡Ah! Muchas gracias'. La Reina quería romper el protocolo y yo no lo permití...Las compañeras, me decían:' ¡Cómo te has atrevido!' Y yo: 'Si hay un protocolo, hay que seguirlo'... ¡Yo me tomo mi trabajo muy en serio!”

“A las siete empezaba la función”, explica Gafaro su cometido. “Las obras duraban un par de horitas, había un descanso para el público, tomaban un aperitivo y volvían a entrar para escuchar otras piezas musicales”. Una vez en el teatro, el hipster se percata de que el público es muy elegante: organzas, chales, canesús. “Gente de alto standing, muy bien vestida, mucho dinero”, explica Gafaro. “Alta costura, ropa exclusiva que no ves en ningún otro sitio. Cuando me tocaba el guardarropa, las señoras me dejaban unos abrigos preciosos... Todo chinchillas”. “Hay demasiados animales muertos y no me refiero solo a los abrigos de pieles”, protesta Gallego.

Cómo llegar al teatro con hawaianas y no resbalar en el intento

Las dos manguitas y las gafotas del hipster desentonan, pero no tanto: más gente vestida de calle que de gala. Muchos vienen del trabajo y dejan en el guardarropa maletines, bolsas de deporte, ordenadores y pertrechos. Gafaro explica que “no hay regla para el vestuario. Nadie te va a decir: 'Así no puedes entrar'. De hecho, en verano, entró una chavalita con chanclas de estas hawaianas. ¡Pobrecilla! Se resbaló, se cayó, se torció el tobillo... '¡Ay, me duele, me duele!'. Le tuvimos que poner hielo, llamamos a una ambulancia y se la llevaron. Se perdió el concierto por esa mierda de zapatos”.

Los asistentes empiezan a ponerse en marcha. Algunos miran los relojes. El hipster se fija en un grupito con moñitos, corte de pelo vasco y palestinos... ¿Perroflautas? ¡No! Estudiantes de música... “Venía gente muy joven con camisetas de grupos y pinta roquerilla pero eran estudiantes de música que dejaban sus instrumentos en el guardarropa. Me parecía genial: puede gustarles un grupo punk y la música clásica”, dice Gafaro. “Has de estar siempre pendiente del reloj y atenta a tu trabajo”, recuerda la antigua acomodadora. “pero hay momentos en que puedes relajarte y la música te lleva. Flipé con Beethoven, con Shostakovich con Rachmaninoff... Hay que vivirlo para saber lo que puede trasmitirte esa música. A mi me trasmite igual un concierto de punk que un concierto de Beethoven. Es una energía increíble. Muy, muy bonito, una energía, una potencia impresionantes. Yo me decía: '¡Qué suerte tengo de trabajar aquí!'”. Pianista Enfurecido opina: “Soy amante de la música clásica, pero también soy un chico de este tiempo y cuando salgo a tomar algo con amigos no es música clásica precisamente lo que quiero escuchar”,.

Aprovechando un claro entre la gente, el indie-hipster sale a la acera a fumar. Despistado, cuando entra, la representación está a punto de comenzar. Hay que apresurarse. Una azafata amabilísima, le da el programa y le enseña su asiento: su butaca está en lo más alto. Aún tiene que subir un par de pisos. Jadeando, escucha la recomendación de apagar el móvil y llega justo cuando apagan la luz. Por suerte. Marga: “Una vez que sale el director a escena nadie puede entrar. Sería una falta de respeto. Un compañero se queda dentro del salón, para vigilar toda la parte de la sala de nuestra puerta. Otros dos compañeros se quedan fuera y tienen como misión que no entre nadie”. No se trata solo de un protocolo opresivo: “Es una acústica impresionante”, explica la ex acomodadora. “Si se abren las puertas, se oye todo... Se oye una cremallera, un caramelo”.

Silencio, se toca

La ley del silencio no incomoda a Gallego: “También nos hemos de callar en el cine y nos gusta lo de concentrarnos y esa experiencia casi íntima como si estuvieses tú solo viendo la película”. “Para apreciar determinadas cosas, necesitas silencio, sino, simplemente no las puedes oír. El silencio forma parte de la receta. Uno no se toma una pastilla de menta antes de comer jamón, ¿no? No pegan los sabores. El follón, la juerga y el ruido son otra receta, otro mundo: sabe distinto, huele distinto”, opina Baselga.

Algunos de los chistes más sobados de la música clásica versan sobre toses. Se supone que hace falta concentración para disfrutar de una música que puede ser bastante delicada. Tampoco hay que incordiar a los intérpretes. “Lo de las toses es muy fuerte”, dice Gafaro. “La mayoría de gente que va al auditorio es gente mayor”, explica. “Gente de edad que disfruta de la música clásica... Nada más sentarse, empiezan cof-cof-cof y a veces tenemos que decir: 'Por favor, abandone la sala que está molestando'. Te preguntas: '¿Por qué tosen tanto?' El ambiente del auditorio es muy seco, con tanta madera y el aire acondicionado se te seca la garganta, te pones nerviosa y, claro, toses más. Me ha pasado a mí y he tenido que salir”.

Un grupo eléctrico mantiene la misma intensidad desde el principio al final, quizás aumente la velocidad o crezca la emoción, pero el volumen brutal se mantiene inalterable. En música clásica existen matices y la dinámica de las piezas evoluciona a lo largo de su desarrollo. Hay momentos suaves y delicados y otros atronadores además de todos los intermedios. Incluso al espectador más respetuoso y correcto le puede entrar carraspera justo en los pianissimos y los coros de toses muchas veces contrapuntean los fragmentos más líricos y bonitos de las mejores y más emocionantes interpretaciones. Pero, a muchos nos molestan más los Shhhs de los listillos.

Los ricos y famosos también meten la pata

“El rey se quedó dormido. Me decían que siempre se quedaba dormido, aunque venía muy poco: yo le he visto una sola vez. Hubo un concierto para las victimas del terrorismo y vinieron el Rey, Rajoy, Zapatero que era Presidente y todas las personalidades”, dice Gafaro. “Yo estaba sentada dentro del salón mirando discretamente. Veía butacas vacías en la zona de personalidades: '¡Mira tú!'... En la segunda parte: '¡Anda, si está Rajoy! ¿Estaba antes?'... Luego pregunté a mis compañeros y me dijeron: 'Ha llegado tarde y se ha tenido que quedar fuera toda la primera parte'. Un día llegó tarde la Infanta Elena y también la tuvieron esperando... Tú reconoces a cualquier autoridad y le tratas como a cualquier cliente. De hecho, tratas a cualquier cliente como si fuera el rey o el presidente”.

Total, que entre la novedad, la emoción de la música y el grandioso espectáculo en escena, luces, timbales, trompas, los protagonistas con sus levitones y redingotes decimonónicos... Nuestro indie-hipster se lo pasa de rechupete, se deja llevar por la música, rompe a aplaudir en el momento más apasionado y esta a punto de gritar: “¡Bra-vo!”. Pero... '¿Qué pasa? ¿Nadie más aplaude? ¿Por qué? ¿No ha estado fabuloso? ¡Qué voces! ¡Qué pasión! ¡Qué lirismo!' El hipster ha cometido el error de muchos neófitos: no se debe aplaudir el final de un movimiento, sino el final de la pieza. Es una costumbre relativamente reciente que los esnobs y sabihondos utilizan encantados para humillarnos.

Posiblemente, a los intérpretes les molestan menos que a ellos los aplausos fuera de tiempo. Miguel Baselga: “Si la gente quiere aplaudir entre los movimientos, no me molesta. De hecho antes así se hacía. Yo sé lo que necesito: un buen piano, una buena acústica y que no haya sombras en el teclado. Silencio (por lo menos al principio). La puntualidad me da un poco igual”. Hasta hace muy poco, no se aplaudía al final del primer acto de Parsifal pero últimamente hasta en Bayreuth se olvida. Dicen que Mozart se volvía loco con los aplausos pero que Verdi no quería que se aplaudiese al final de su “Ave Maria”. Alguna vez ha ocurrido que un director ha pedido que no se aplauda, y “si no se conoce el repertorio lo mejor es estar atento y seguir el programa de mano. O simplemente esperar a que la gran mayoría del público aplauda y sumarse al aplauso generalizado”, se ríe el bloguero Pianista Enfurecido.

Más molesta resulta la urgencia del público para estallar en estruendosa ovación cuando todavía no se han apagado las últimas notas musicales. Algunas veces, el director se queda con los brazos en alto para frenarles hasta que se apaga el último eco. El indie-hipster pastagafas aguanta los últimos instantes conteniendo la respiración y rompe en un ruidoso e inacabable aplauso. Saludos de los interpretes, cae el telón, siguen los aplausos, sube el telón, saludos, más aplausos... El ritual de despedida se alarga y se alarga pero el público, hipster o engalanado, también lo disfruta después de tantas emociones y tanta intensidad.

La música y el arte sacan lo mejor de todos nosotros. “La gente era magnífica”, recuerda Marga Gafaro. “De todos los sitios donde he currado, es el público más amable, que pone todo para evitar problemas... Impresionante”.

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