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Huir del ISIS a Europa en una silla de ruedas

Desalambre

Alan Mohammad y su hermana Gyan huyeron de la violencia del ISIS en Siria en 2014. Su viaje fue aún más dificil. “Para las personas con discapacidad es como un milagro lograr cruzar fronteras”, dice el joven kurdo. Él y su hermana padecen distrofia muscular y necesitan a su madre para la mayoría de sus actividades cotidianas, desde darles de beber un vaso de agua hasta secarles las lágrimas que les provoca el horror de lo que han vivido.

En la parte más montañosa del camino de huida, decidieron coger dos caballos. Uno trasladaba a cada lado de las alforjas a los dos jóvenes, sujetos con correas, mientras que el otro subía ladera arriba sus sillas de ruedas.

Dos años y 2.500 km después de salir de Siria, consiguieron llegar a Grecia. “Cuando empezaron los bombardeos en Siria decidimos irnos hacia Turquía, pero la policía nos disparaba en la frontera. Así que huimos a Irak, pero el ISIS también llegó a esa zona y tuvimos que volver a irnos porque no era un lugar seguro”, describe Alan.

A bordo del barco que les llevó hasta Quíos pasaron frío y miedo. “Habíamos oído muchas veces historias de gente que se había ahogado en el mar. Si para cualquiera es algo que asusta, para nosotros era aún más difícil”, apunta su madre.

Lograron pisar suelo griego el 14 de marzo, apenas una semana antes de que entrara en vigor el acuerdo entre la UE y Turquía. Se libraron de la deportación, pero para aquel momento la frontera ya estaba herméticamente cerrada. “Antes de llegar había visto en Internet que la frontera estaba abierta para las personas con discapacidad, pero al llegar no fue así”, asegura Alan, aún incrédulo. En sus planes Grecia quedaba como un país de tránsito, aunque ahora lleva en él más de cuatro meses, atrapado.

Alan sueña con llegar a Alemania, reunirse con su familia y recuperar la cotidianidad de la vida que perdió en Siria. “Allí era profesor de apoyo de un grupo de niños”, recuerda con nostalgia.

“Cuando llegué al campo de refugiados decidí hacer algo con los niños porque veía que lo único que hacían era ver pasar el tiempo, tirados entre los árboles. No aprendían”, así que puso en marcha su propio grupo de clases de inglés.

Los dos hermanos y la madre duermen en el suelo de una tienda de campaña. “Puedes imaginar lo complicado que es esto con una persona con discapacidad. Pero es que yo no tengo una a mi cargo, sino dos”, recuerda la madre.

En la rutina de la familia han incorporado las esperas eternas y a incertidumbre. No saben si algún día podrán continuar su viaje, ni si logrará o no llegar a Alemania. “Ese es mi sueño”, dice Alan. Mientras tanto, esperan.

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