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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Más que una nominación a un Oscar, repercusión mundial sobre los niños soldados

Una imagen del cortometraje nominado a los Oscar  'Aquel no era yo' de Esteban Crespo.

Prado Campos

Una nominación al Oscar no solo sirve para que a un director se le derrita el teléfono en la oreja y reciba cientos de llamadas de los medios de comunicación y de productores interesándose por su trabajo y su futuro. También sirve para poner en el mapa y denunciar ante los ojos del mundo un drama social.

Esteban Crespo lleva desde el miércoles, cuando en torno a la dos y media de la tarde conoció que su cortometraje Aquel no era yo estaba nominado a los Oscar como mejor corto de ficción, viviendo casi en una burbuja. “Empiezo a asumirlo. No tengo aún ni idea de lo que significa ni de lo que lo puede pasar pero lo voy asumiendo”, explica a eldiario.es por teléfono poco más de 24 horas después de la gran noticia. A la felicidad y la euforia por el trabajo reconocido -propio y del equipo- se une el orgullo de dar voz y conseguir repercusión mundial sobre los menores soldados, que afecta a los niños de la mayoría de países inmersos en grandes conflictos. Pequeños que son reclutados por los ejércitos nacionales o los grupos armados opositores utilizando la situación de pobreza y la desestructuración familiar y social que supone una guerra para combatir en primera línea pero también como señuelos, espías, porteadores de munición o cocineros.

Esa es la tragedia que con un realismo y una crudeza magistral denuncia Crespo en este corto, con el que han colaborado las organizaciones Amnistía Internacional, Entreculturas, Save the Children, Alboan y Fundación El Compromiso, y que enfrenta ahora esa llamada carrera a los Oscar (se entregarán el 2 de marzo en el Teatro Kodak de Los Ángeles). “Las ONG ya estaban contentas con el Goya [lo recibió en 2013 en la misma categoría a la que ahora opta] porque les dio una presencia importante y voz pero esto es mucho más porque lo convierte en algo a nivel mundial. Y estoy muy orgulloso de que mi trabajo sirva para denunciar esta realidad”, asegura.

“Ser un soldado no es difícil: o te acostumbras o te matan. Lo más duro es conseguir vivir con tus recuerdos y volver a ser tú mismo después de haber hecho las cosas que has hecho”. Así hablaba un niño exsoldado en Sierra Leona y así habla Kaney, el protagonista junto a Laura, una activista española que trabaja para integrar a los niños solados, en Aquel no era yo. Crespo con este trabajo no solo ha puesto el foco en este crimen de guerra, considerado así por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, sino que ha querido ahondar en algo mucho menos conocido todavía como son las secuelas y las posibilidades de reintegración de estos menores.

Una noticia en la que un hombre contaba su experiencia como niño soldado fue el detonante para que Esteban Crespo se interesara por esta realidad que inspirara su ya exitosísimo cortometraje. “Me impresionó la frialdad con la que contaba su historia y pude ver a una persona que sufría, que no se iba a recuperar nunca de lo que hizo. Vi que había una historia en esas secuelas que no se había tratado”, relata.

“Es la locura de la guerra”

“Al principio cuando asesinas a alguien te sientes horrorizado pero te acabas acostumbrado. Es la locura de la guerra”. Son las palabras de Kaney en Aquel no era yo. Un testimonio que no dista mucho del que en 2008 ofreció China Keitetsi, reclutada a los ocho años por el Ejército de Resistencia Nacional de Uganda (NRA), liderado en aquel momento por Yowere Museveni y actual presidente ugandés, en Madrid en unas jornadas organizadas por la Coalición Española para Acabar con la Utilización de los Niños y Niñas Soldados. “Me quitaron a mi madre y me dieron un arma, desde entonces, he visto y he hecho cosas horribles de las que me averguenzo tremendamente, pero no quiero hablar de ello. Me ha costado muchísimo dejar atrás mi pasado, pero ahora, por fin, he vuelto a vivir tranquila, he vuelto a sentir algo por los demás”, contaba con 31 años, madre de dos hijos y viviendo en Dinamarca, de su experiencia como niña soldado durante una década.

O del de Destin, congoleño que fue reclutado de niño a la fuerza mientras jugaba al fútbol en la calle con sus amigos y que está totalmente reinsertado en la sociedad. Hoy vive en Uvira, donde es mecánico tras pasar por un programa de desmovilización, rehabilitación y reinserción del Servicio Jesuita a Refugiados, socio de Entreculturas. “Cuando se acercaba el enemigo nos daban unas drogas que nos bloqueaban la cabeza y nos lanzaban contra él. Éramos un grupo de cinco amigos pero uno de ellos falleció en un combate. Pudimos salir de ahí porque un día de casuliadad me encontré a mi tío y me informó de que una ONG nos ayudaría. Se lo comenté a mis compañeros, nos pusimos de acuerdo y cuando se hizo de noche decidimos huir”, relató en 2007.

Según datos de la ONU de 2012, 17 países -entre ellos Sudán y República Democrática del Congo, “donde los conflictos están tan enquistados y llevan tanto tiempo que los reclutamientos llevan 10 y 15 años existiendo como una práctica generalizada”, pero también Afganistan, Siria, Chad, Iraq, Tailandia, Malí, República Centroafricana o Colombia- reclutan a niños soldados en sus conflictos armados y aunque no hay cifras oficiales dada la invisibilidad del problema, se estima que podrían superar los 250.000 en todo el mundo. De estos, el 40% serían niñas, una realidad todavía más invisible. “Viven una situación especialmente vulnerable porque suelen ser reclutadas con finales sexuales y sufren el doble”, explica Carlos Sanguino, responsable de Educación en Amnistía Internacional. Y añade que no es solo un problema que se viva en África sino que junto a Asia, “pueden estar a la par”, son los dos continentes donde la situación es más preocupante.

“A nivel cinematográfico me interesaba cómo un niño soldado está integrado en el entorno, se siente una persona importante y no quiere salir de allí porque se siente útil y que hace lo que debe. Es una dificultad añadida porque ¿cómo lo sacas de ahí y le convences de que es una barbardidad? Y también cómo se repiten los patrones. Es terrible como les comen la cabeza. Son mejores soldados que los adultos porque no se plantean nada”, señala Estaban Crespo.

“Hay una pérdida de identidad, algo que se ve muy bien en el corto cuando Kaney dice: ”En mi cultura ser parte de la comunidad es muy importante. Tener familia es fundamental. Cuando yo perdí la mía los otros niños se convirtieron en mis hermanos pero el general era como mi padre“. El grupo les proporciona el lugar donde estar y del que se sienten parte”, explica Valeria Méndez de Diego, responsable de Estudios e Incidencias en Entreculturas, como una de las razones que están detrás de esta realidad que impulsa a estos niños a convertise en soldados. A ella se suma la situación de pobreza agudizada por la guerra, la desestructuración social y familiar (con niños abandonados o huérfanos), la falta de protección gubernamental y la sobreexposición a la violencia que “a veces general sentimientos de venganza o llega porque los grupos armados están vinculados a las propias familias”, cuenta Méndez. “Es una situación terrible. Hablamos de niños que en muchos casos son obligados a la fuerza, reclutados en sus casas o escuelas, y de una situación de pobreza que hace que, en ocasiones, lo vean como la única solución para ayudar a sus familias”, agrega Sanguino.

Sobre la reinserción in situ que realizan las ONG, basada en apoyo psicólogico y educativo para formarles en un empleo, Carlos Sanguino añade que “caigan en un programa de rehabilitación ya es de primeras una suerte. Además del trabajo con ellos es necesario que tengan una alternativa real para reintegrarse en la sociedad y eso a veces es muy complicado porque la situación laboral es terrible y el contexto de guerra hace que vuelvan a caer para tener comida y sustento más rápido y fácil”.

Hay 19 protocolos firmados con países para la reinserción pero en ocasiones, recalca, hay otro problema añadido: “Muchos de estos menores son abandonados de forma voluntaria o detenidos y metidos en prisión por las fuerzas gubernamentales. Eso lo hemos visto recientemente en Mali”. Pero “la rehabilitación es posible con educación y apoyo y este corto deja constancia de ello”, añade Valeria con evidente satisfacción por la visibilidad y sensibilización que va a suponer esta nominación. “Estoy segura de que va a ganar el Oscar”, dice emocionada.

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