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Paisajes devastados: efectos de la burbuja en la geografía y el urbanismo español

Los efectos de la depredación inmobiliaria se percibirán durante décadas

La formación del modelo español, su éxito, en la medida en que ha residido en una poderosa burbuja patrimonial con base en la vivienda y en un exhaustivo aprovechamiento de los activos territoriales, sólo puede entenderse en el contexto de una nueva y radical reordenación de las relaciones entre capital y espacio. Esta nueva geografía se asienta en un conjunto bastante complejo de transformaciones de los modos de acumulación, que han pasado cada vez más por vías financieras, al tiempo que el espacio y el territorio se convertían en soportes de la acumulación. Lo que con Harvey llamamos nuevos arreglos espaciales se pueden comprender en el término globalización, así como en el proceso de descarga de funciones y responsabilidades en los niveles subestatales.

Bajo la máscara de una creciente autonomía administrativa, este desplazamiento ha acabado por dibujar un régimen de creciente competencia por la captación de capitales que se agitan y se mueven sobre canales cada vez más desterritorializados. Si se quiere, la tendencia de este arreglo espacial, en términos de su estricta funcionalidad capitalista, ha pasado por obtener un máximo de integración a escala global, especialmente en lo que se refiere a la circulación de capitales, al tiempo que un máximo de movilización de todo el rango de activos disponibles (naturales, sociales, culturales) a escala local. El gobierno de este proceso es lo que llamamos neoliberalismo.

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Las geografías del capitalismo y el arreglo espacial

Las geografías del capitalismo y el arreglo espacialDesde que se iniciase la longue durée capitalista hace cinco siglos, hablar de las dinámicas geográficas del capitalismo es hacerlo, fundamentalmente, en términos de desarrollo desigual. El proceso de acumulación contenido en los Estados-nación ha generado una multiplicidad de variedades sociales y económicas que funcionan creando un mosaico de entramados institucionales que reflejan otras tantas modulaciones de las luchas de clases. Immanuel Wallerstein, el principal intérprete de los ciclos largos del capitalismo, considera que la dinámica geohistórica del capitalismo deriva de la explotación económica de esta diferencia sistematizada. Los movimientos transnacionales del capital a la búsqueda de las condiciones adecuadas de explotación de la fuerza de trabajo y los flujos de trabajo hacia los lugares de mayor dinamismo del capital serían sus expresiones más visibles. Estos movimientos dibujan un patrón centro-semiperiferia-periferia que se corresponde con las fases de la cadena de valor que cada territorio controla y que, de forma más o menos regular, suponen un trasvase constante de valor desde las periferias hacia el centro.

Como ya se ha anunciado, para Harvey, el concepto pertinente para entender la ordenación geográfica del proceso de acumulación es el de arreglo espacial (spatial fix), que junto con el arreglo financiero (financial fix), son las estrategias que utiliza el capital para desplazar temporalmente (sin superar nunca plenamente) sus contradicciones. La más notable de estas contradicciones serían las crisis recurrentes de sobreacumulación a las que se ve sometido. La reordenación espacial, el proceso de urbanización y la creación de nuevas infraestructuras de transporte y comunicación, que citando a Marx aniquilan el espacio por medio del tiempo, suponen una salida para los capitales excedentes que quedan atrapados en las crisis de sobreproducción.

Desde este punto de vista, se pueden volver a interpretar fenómenos históricos, en principio dispares como el colonialismo, los grandes proyectos estatales de construcción de infraestructuras o la reconstrucción urbana como arreglos espaciales que han abierto grandes espacios y territorios para la acumulación de capital.

Los cambios estructurales que han tenido lugar desde 1973 en adelante se han acompañado con un arreglo espacial específico al que suele conocerse como globalización. A la manera en que los teóricos de los sistemas-mundo conciben la geoeconomía capitalista, el arreglo espacial ha reorganizado el desarrollo desigual provocando, mediante cambios regulatorios, como la supresión de las restricciones a los movimientos de capitales, una nueva división internacional del trabajo en la que los distintos territorios hacen frente a diferentes tipos y tiempos de circulación, dependiendo de los bienes y servicios que controlan.

La consecuencia de esta nueva geografía del poder económico ha sido el establecimiento de una circulación permanente de dinero y activos financieros entre los polos deficitarios y excedentarios de la cadena de valor, principalmente entre Asia Oriental y Estados Unidos, en las que el plusvalor procedente de los procesos productivos asiáticos se dirige a los centros financieros globales y desde ahí, sirve para financiar unos niveles de endeudamiento interno y externo que crecen exponencialmente.

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La explosión de las escalas geográficas y la redefinición de los Estados-nación

La explosión de las escalas geográficas y la redefinición de los Estados-nación En realidad se puede plantear un esquema general que se relaciona directamente con la crisis de sobreproducción y la financiarización del capital. Este esquema bien podría articularse así:

1. La caída de las tasas de beneficio industrial debida a la imposibilidad de recuperar los costes del capital fijo produce una salida de capitales que se centralizan en los mercados financieros.

2. Los mercados financieros, desde las ciudades globales, sus plazas fuertes ya territorializadas, comienzan a gestionar una masa creciente de capitales en busca de oportunidades de valorización, al tiempo que frente a ellos una multitud de unidades territoriales compiten por su captación.

3. La escala de estas unidades territoriales estalla por encima y por debajo del Estado-nación. Por encima, aparecen todo tipo de entidades trasnacionales, muchas de ellas bajo control estadounidense y otras no, que salvaguardan los derechos de los mercados financieros abriendo las economías nacionales, promoviendo la privatización e impidiendo que las legislaciones nacionales impongan restricciones o contrapartidas a los flujos de capital y haciendo del repago de las distintas formas de deuda una prioridad nacional. El FMI, el Banco Mundial y el GATT/OMC son los ejemplos más evidentes.

4. Por debajo, regiones y ciudades se abren a la interlocución directa con los mercados transnacionales de capital compitiendo entre sí en la oferta de condiciones atractivas para la masa de capitales flotantes que normalmente intentan combinar alto beneficio con una mínima fijación al territorio.

5. Frente a esta apertura, el Estado-nación adopta una postura de coordinador entre ambas escalas, con distintas estrategias de intervención territorial que pueden ir desde la subvención a las regiones o ciudades más exitosas en la competencia global hasta la articulación de divisiones regionales del trabajo o, como en el caso de España, la coordinación de máquinas de crecimiento relativamente descentralizadas. El resultado final es una explosión de las escalas geográficas en las que sucede la acumulación de capital, lo que crea formas híbridas entre las megarregiones, las regiones, los Estado y las ciudades.

Frente, por lo tanto, a la imagen recurrente de una esfera global que dicta normas que los gobiernos tienen que acatar, es necesario comprender que este proceso de redefinición de las escalas es posible en la medida en que vertebra un proyecto común para las élites que gobiernan en cada una de las escalas geográficas. Y esta vertebración pasa por un proyecto de reforma política en el que un número cada vez mayor de las políticas públicas se sitúa en órganos ejecutivos alejados del escrutinio democrático. Desde ahí, se puede operar una privatización de amplias esferas de lo que era el poder estatal y así mantener cohesionadas a las élites territoriales en torno a las grandes directrices del poder de clase neoliberal.

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Como ya se ha señalado, las ciudades y regiones no han sido meros receptores pasivos de un arreglo espacial supuestamente fabricado en una dimensión global e impuesto a escalas de gobierno más pequeñas. […] las coaliciones de élites son los agentes locales del diseño efectivo de políticas públicas orientadas a la transformación del espacio urbano. En este terreno, el control de las instituciones políticas locales se convierte en la clave de bóveda de fuertes redes clientelares. A su vez, los mercados de suelo, ese refugio del rentista local, se convierten en los coordinadores de este movimiento de formación de élites políticas por agregación de intereses que se vertebran en torno a la extracción de rentas del suelo.

La puesta en marcha del proceso urbano dirigido por las coaliciones de agentes en el poder requiere de un tipo específico de política que llamamos empresarialismo urbano, una forma de gobierno activo de los recursos, desde el entorno construido a las características específicas de la fuerza de trabajo, que genera el proceso urbano para tratar de traducirlos en entradas de capital-dinero.

El grado de capacidad de movilización de recursos y de iniciativa política es correlativo a la capacidad que tienen las coaliciones de las élites urbanas y regionales para formar bloques de poder capaces de incluir amplias capas de la población con su programa de gobierno. La figura del trickle down o goteo de la riqueza desde los beneficios empresariales hacia el resto de la población, por la vía del empleo y el consumo, es la figura ideológica más utilizada en este tipo de estrategias; si bien la fabricación del consenso puede tomar, también, distintas formas de identidad cultural local y regional en competencia con otras formaciones territoriales.

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