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Prohibido prohibir canciones

Las cantantes de Torta Golosa, representantes del reaggeton más reivindicativo y feminista

Víctor Bermúdez Torres

Un profesor de filosofía promueve una recogida de firmas para impedir la difusión de canciones machistas (se citan las de Maluma, Guns N'Roses, Robin Thicke y otros). No es la primera vez que se intenta algo semejante. Hace unos meses una petición para retirar una canción del cantante Maluma alcanzó las 100.000 rúbricas. Antes de esto se han sucedido campañas, denuncias y condenas a tuiteros por sus tuits (al concejal Zapata), a escritores por sus libros (a la novela juvenil de Maria Frisa), a directores por sus películas (Fernando Trueba), o incluso a artistas por sus espectáculos callejeros (los titiriteros del carnaval de Madrid)... Sea como estrategia en la lucha por el poder o con la mejor de las intenciones, desde la derecha reaccionaria o desde la izquierda más ciega e incompetente, el hecho es que vuelve la censura, lo que es a todas luces una barbaridad sin paliativos.

Y es una barbaridad no porque esas canciones (tuits, libros, películas, o lo que sea) no sean machistas (racistas, fascistas, antimonárquicas, o lo que sean), que lo son, y mucho. El problema es que, con ese pretexto, se plantee la censura por motivos morales, políticos o ideológicos. La lucha contra el machismo no justifica atentar contra la libertad de expresión. La opinión o la creación artística (y su difusión privada), mientras se mantengan en el ámbito de la ideación y la ficción, no deben estar constreñidas por criterios morales, y solo muy limitadamente por criterios legales. Es una cuestión de principios. Y también, si me apuran, una cuestión práctica.

Es una cuestión de principios porque cantar una canción (por poco que nos guste) no vulnera ninguno fundamental, pero prohibir que se difunda sí que vulnera el de la libertad de expresión. Se trata, también, de mantener claras ciertas distinciones ontológicas: cantar, decir, ver, oír, jugar.. no son lo mismo que hacer. No se comete ningún delito cantando. Hasta ahí podíamos llegar. Ni tiene uno que identificarse necesariamente con el contenido de lo que canta, oye o lee. Que cantes u oigas una letra de Sabina, Maluma o Manolo Escobar no te hace obligatoriamente machista, como que te guste ver El Padrino o participar en vídeo juegos violentos no te hace obligatoriamente mafioso o psicópata.  

Los que consideramos inadmisible el delito de opinión o la censura tenemos, además, la convicción de que todo se puede y debe argumentar. No se trata así de censurar al machista, sino de dejar que exponga sus opiniones. ¿No es acaso esencial en democracia que todo el mundo puede expresar sus creencias y someterlas al juicio de los demás? ¿Tan inseguros estamos de nuestras convicciones como para obligar a callarse al que las contradice? ¿No será mejor ponerlas constantemente a prueba para comprobar su firmeza? Incluso las expresiones u opiniones que incitan al delito es dudoso que deban prohibirse. Incitar no es hacer. Y los ciudadanos ya somos mayorcitos (o tendríamos que serlo) para saber si hacemos caso o no de esas incitaciones sin que ningún “observatorio” estatal tenga que protegernos de ellas.  

De otro lado esta el asunto práctico. ¿Es útil para acabar con el machismo prohibir canciones? Rotundamente no. Lo que hay que hacer con las canciones machistas no es prohibirlas sino exhibirlas como lo que son: un signo más de la cultura profundamente sexista en la que vivimos y que tenemos la obligación moral de transformar. Negar u ocultar esto es suicida. Las canciones machistas tienen que mostrarse y analizarse críticamente en los colegios. Tenemos que oírlas con nuestros hijos y hablar sobre ellas. Lo único que no cabe hacer es ocultarlas.

Porque además no se trata solo de unas pocas canciones de reggaeton. De hecho, si tomáramos en serio la descabellada propuesta (increíblemente lanzada por un profesor de filosofía) de censurar canciones, no veo porque no habríamos de extender esta censura a la totalidad de nuestro patrimonio cultural. ¿O no habría que firmar también para que se retirasen de las escuelas las obras – descarnadamente machistas –  de Homero, Eurípides, Cervantes, Shakaspeare, Wilde, Cela y tantos otros? O el refranero con sus cientos de sentencias sexistas. O los cuentos infantiles. O todos los cuadros que, en las pinacotecas, representan a la mujer como un objeto sexual. O las obras de tantos filósofos (Aristóteles, Kant, Nietzsche...) que han concebido a la mujer como un ser o un ciudadano de segunda clase.

Obviamente, este no es el camino. No podemos negar o destruir todo lo que en nuestra cultura está “contaminado” por los valores del patriarcado. Mucho menos con esa forma precisamente patriarcal de resolver problemas que consiste en reprimir y prohibir. Se trata más bien de analizar y pensar alternativas, de hacer dialéctica, de superar lo dado integrándolo – en la medida en que lo pueda ser – en algo mejor y más justo. En otro caso iremos camino de sustituir un totalitarismo viejo y cuestionado por otro nuevo, joven y vigoroso. Líbrenos la diosa de todos los iluminados salvadores y los santos indignados. O haga que, al menos, nos dejen cantar lo que queramos.

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