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Podemos: piedra, Twitter o tijera

Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Irene Montero, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y otros líderes de Podemos celebran los resultados el 20 de diciembre.

Andrés Gil

¿Puño o V de victoria? ¿Piedra o tijera? ¿Símbolos y qué símbolos? Y Twitter. Siempre Twitter.

Este fin de semana se ha visibilizado en Twitter las diferentes formas de entender Podemos que se encuentran en debate.

El viernes, el secretario general, Pablo Iglesias, llamó a la organización a estar preparada para ir a una huelga general contra el gobierno de Mariano Rajoy en el caso de que los sindicatos la convocaran.

Y el sábado por la mañana indicaba un cambio de lema, respondido irónicamente por la dirigente de IU Amanda Meyer con un pantallazo de la página de Facebook de la organización de Alberto Garzón:

Un dirigente de Podemos Andalucía, Jesús Jurado, considerado próximo a las posiciones de Íñigo Errejón, replicaba en Twitter, y a su vez era respondido por la jefa de Gabinete de Pablo Iglesias, Irene Montero:

El domingo por la noche, Iglesias abundaba en un debate que ha seguido abierto hasta este lunes, en torno al símbolo del puño –más empleado por Iglesias y los que en él se referencian– y la V de victoria –más habitual en Errejón y aquellos que se le reclaman más próximos a él–. Le respondía un miembro cántabro del Consejo Ciudadano Estatal, Marcos Martínez, a su vez replicado por Irene Montero.

¿Hay contradicción? Ellos lo niegan, si bien a menudo se lanzan señales dicotómicas sobre lo que cada uno entiende sobre la evolución de Podemos –en iniciativas y campañas como Vamos! y Hacemos!; la Marea Joven y Jóvenes en Pie; o el proceso de Madrid, entre Adelante Podemos y Podemos Escucha–. Y la mera manera que tiene cada uno de expresarse puede ampliar unas posiciones políticas que no siempre son tan dispares.

Para rebajar la tensión, Iglesias ha intentado zanjar el debate este lunes. “Es una llamamiento a los compañeros para no simplificar el debate”, había dicho su secretario de Organización, Pablo Echenique, en una rueda de prensa previa:

Que Iglesias y Errejón tienen un debate sobre cómo ha de ser Podemos, y que el primer campo de batalla es Madrid –este fin de semana ha sido la asamblea presencial y el 9 de noviembre acaban las primarias–, es un hecho público. Y discrepan sobre cómo seducir al votante –“el día que dejemos de dar miedo a los sinvergüenzas no tendremos sentido como fuerza política”, decía Iglesias; “a los poderosos ya les damos miedo, ese no es el reto”, respondió Errejón–.

Unos, encarnado en Errejón, pueden sentirse más cómodos con una herramienta eminentemente discursiva, a través de la cual crear un sentido común hegemónico que se traduzca en voto; y otros, como Iglesias, apuestan por una estrategia vinculada estrechamente a la movilización social y al conflicto: el debate simplificado de más o menos calle; más o menos institución; la construcción del sujeto pueblo con identidades difusas o a través de la lucha y las condiciones materiales de vida. En el énfasis de esa simplificación –ni unos ni otros reniegan de ninguna de las dos patas– están las diferencias. Y, también, en cómo sumar al partido “a los que faltan”: seduciendo con el discurso o con la “construcción de pueblo organizado”.

Existen múltiples factores para alinearse y realinearse, y en cada protagonista habrá operado el suyo. Y a veces tiene hasta traslación estética o gestual: con chaqueta o sin chaqueta; con el puño o la V de victoria, con la piedra o la tijera; Bruce Springsteen o Coldplay; los hipsters o los Chikos del Maíz; con hilo rojo o sin hilo rojo; de Vallecas o Pozuelo...

Las posiciones políticas se cruzan y entrecruzan entre sí, y también tienen que ver con cómo ha de relacionarse Podemos con su entorno –confluencia vs. partido único; Unidos Podemos, las confluencias, los sindicatos, los movimientos sociales, la sociedad civil–; cómo ha de comportarse con el PSOE; cómo ha de ser su discurso –posmoderno o con hilo rojo de la historia; narrativa de izquierdas vs. populismo; tibio o impugnador; frío o épico–; cómo interactuar con el palacio institucional, la Cultura de la Transición –CT–, la calle y el régimen mismo –reforma/izquierda régimen vs. ruptura–; cómo ha de ser la estructura del partido –más o menos vertical, más o menos federal, más o menos jerárquico, más o menos orgánico–; y cómo se aplica la transversalidad.

Los integrantes de Podemos se han ido ubicando en cada uno de estos ejes en los últimos dos años, si bien en los últimos meses la polarización, y hasta simplificación, se ha acentuado, como evidencia la batalla de Madrid entre los proyectos de Rita Maestre y Tania Sánchez –con buena parte de la extinta Convocatoria por Madrid; algún rostro tradicionalmente más cercano a Iglesias, como el diputado Miguel Vila o su responsable de Redes y diputado autonómico, Eduardo Fernández Rubiño; y los que dimitieron en marzo del órgano autonómico en una crisis que desembocó en la destitución de Pascual–; el más afín a Iglesias, Juan Carlos Monedero y el equipo de la secretaría general y participado por Ramón Espinar, María Espinosa y Fran Casamayor, y el articulado en torno a Anticapitalistas –Miguel Urbán, Isabel Serra, Raúl Camargo– y autónomos e independientes –Lorena Ruiz Huerta, Pablo Carmona, Montse Galcerán y Emmanuel Rodríguez, entre otros–.

Estos dos últimos proyectos mantienen contactos para llegar a acuerdos sobre documentos organizativos y políticos y, en último término, concurrir juntos a las primarias de la dirección frente a Maestre y Sánchez.

Pero, además, hay relaciones personales labradas o no en espacios de activismo o militancia, en el partido o en la institución –hay gente que se lleva bien y gente que se lleva mal; hay confianza o desconfianza–; hay quien se siente, con razón o sin ella, más o menos escuchado o cuidado o valorado; y está también la ambición personal o colectiva: apuestas que se hacen o se dejan de hacer más por cálculos políticos tácticos en función de las coyunturas que por motivos estratégicos ideológicos.

Podemos es un partido. Está en construcción. Y la batalla que se libra en Madrid será clave para la definición del proyecto político, y qué tesis se verán más reforzadas: ¿el partido movimiento de ruptura con aspiración de bloque histórico con otras fuerzas de izquierda y personificado en Pablo Iglesias o el populismo de izquierdas de discurso más transversal que representa un Íñigo Errejón menos cómodo con el discurso izquierdista –sobre todo con la alianza con IU–? ¿Puño o V de victoria? ¿Piedra o tijera? ¿Símbolos? ¿Y qué símbolos?

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