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Atapuerca: el cerro y la magia

Excavación en Atapuerca

José Cervera

En el norte de España, a 15 kilómetros de la ciudad de Burgos en dirección a Logroño y en mitad del corredor que une los valles del Ebro y del Duero hay un cerro especial. No es muy alto, apenas unas decenas de metros sobre el cauce del río, ni destaca especialmente por sus pendientes abruptas o su especial belleza. Sería casi indistinguible de todos los demás accidentes del terreno; al otro lado del valle la pendiente que marca el nacimiento del páramo hacia el sur destaca bastante más.

Es un altozano humilde hecho de piedra del Cretácico, caliza depositada en el fondo de un mar somero hace 90 millones de años y desde entonces plegada por las fuerzas tectónicas y taladrada por las aguas subterráneas que buscaban el Arlanzón. La disolución de estas calizas creó cuevas que con los milenios se fueron llenando de arcilla; algunas se abrieron al exterior y los animales entraron y cayeron en su interior a lo largo de centenares de miles, incluso millones de años. La peculiaridad de este lugar podría estar en estas arcillas, que han preservado aquellos huesos y otros restos como si el tiempo no hubiese pasado por ellas. Pero no es eso.

Aquel cerro llamó la atención de los arqueólogos por una casualidad tan improbable como para pensar en milagros: al construir la trinchera para empotrar allí un ferrocarril minero los obreros cortaron una de esas cuevas que había quedado por completo taponada de sedimentos a lo largo del tiempo. Al rebanar la caliza para dejar paso a las vías férreas de pronto encontraron en su seno arcillas y bloques de piedra entre los que se veían huesos y herramientas talladas por manos antiguas.

Si el ferrocarril hubiera esquivado aquel altozano quizá nunca se hubiesen encontrado los yacimientos; si la curva del trazado se hubiese desviado unas decenas de metros tal vez los huesos seguirían ahí durmiendo el sueño del olvido. Sin la construcción de la trinchera del ferrocarril, la posibilidad de descubrir Dolina, Galería o Elefantes hubiese sido en la práctica nula. El mundo está lleno de yacimientos que jamás podremos estudiar y de fósiles que nunca podremos encontrar simplemente porque no sabemos que están ahí, y Atapuerca pudo ser uno se ellos. Aquel ferrocarril perforó con una precisión o una suerte que podríamos calificar de magia. Pero tampoco es eso.

Durante muchas décadas los yacimientos de la Trinchera y del interior de Cueva Mayor, ya conocidos y catalogados, apenas fueron estudiados: las dificultades técnicas eran muchas, el coste de superarlas muy alto y el dinero disponible muy escaso. Cuando en 1976 Trinidad Torres descubrió la primera mandíbula humana en la Sima de los Huesos mientras trabajaba en una excavación limitada este fósil evidentemente antiguo avivó el interés. Y sin embargo expertos arqueólogos consideraron algunos de aquellos lugares imposibles de trabajar: en Dolina habría que excavar al borde de un cortado de 12 metros de altura, Galería estaba casi cubierta de escombros y cornisas de caliza, Elefantes tenía 15 metros de alto y techo de roca y en la Sima de los Huesos el oxígeno se agotaba en poco tiempo cuando un puñado de personas bajaban a llenar sacos que luego tenían que ser sacados a cuestas por medio kilómetro de cueva. El esfuerzo era tal que sólo unos locos podían excavar aquello.

A pesar de todo Emiliano Aguirre consiguió organizar un equipo de científicos jóvenes y decididos a convertir aquel reto en su futuro profesional (Eudald Carbonell, Juan Luis Arsuaga, Jose María Bermúdez de Castro), un núcleo a partir del que surgió una segunda y vital generación de especialistas que a su vez hoy está ya dando paso a una tercera, afianzando una escuela. La Dolina y Galería recibieron sendos andamios de protección provisionales que después se convirtieron en una cubierta definitiva; en Elefantes se instaló asimismo andamiaje y en la Sima de los Huesos se puso una red eléctrica y un suelo sobreelevado además de perforar una comunicación con el exterior para evacuar fósiles y mejorar la ventilación. Los yacimientos imposibles se excavaron, y de nuevo no fue por arte de magia.

La burocracia y la falta de apoyo

Durante los primeros años, allá por finales de los 80 del siglo pasado, había poco dinero, casi ningún apoyo institucional, ningún respeto, pero sí mucha fe y enormes esfuerzos. Científicos extranjeros minusvaloraban los hallazgos o trataban de apropiárselos para estudiarlos ellos sin mucho disimulo; las autoridades complicaban, burocratizaban y a veces hasta ponían en riesgo los trabajos; en los años del comienzo de las autonomías y de la continuación de las milenarias rivalidades comarcales a veces había problemas por localismos exacerbados. La ignorancia, el desprecio y la falta de apoyo eran las actitudes más extendidas hacia los resultados preliminares, que hay que reconocer eran entonces parcos aunque prometedores.

Se excavaba con poco dinero, se estudiaban los restos casi sin medios, el equipo sobrevivía a base de becas intermitentes, contratos temporales y esperanza, y las estructuras académicas y científicas se mostraban displicentes. Entonces la situación actual hubiese parecido hechicería: la comunidad autónoma, la provincia y la ciudad de Burgos  haciendo suyo el proyecto e incluso convirtiendo en base estratégica de su turismo el Sistema Atapuerca con un museo e instituto de alcance internacional y muchas más actividades; y con la industria local haciendo de los yacimientos y los fósiles su emblema. Pero la magia tampoco está aquí.

A lo largo de los años aquellos yacimientos imposibles excavados por locos sin apenas respaldo fueron dando sorpresas una detrás de otra. Primero la Sima de los Huesos, que desde 1992 en sus niveles intactos empezó a proporcionar fósiles humanos de calidad y en cantidades sorprendentes como el Cráneo 4 (del que acaba de inaugurarse una exposición en el Museo de la Evolución Humana de Burgos) o el Cráneo 5 (que fue portada de Nature). Luego aparecieron restos humanos mucho más antiguos (780.000 años) en el nivel 6 de Dolina en 1994, y posteriormente aún más antiguos (1,2 millones de años) en Trinchera Elefante en 2007: los Primeros Europeos. En conjunción con los restos humanos de la Sima, más de una veintena de esqueletos muy completos de una edad superior a los 350.000 años, Atapuerca proporciona ‘fotografías’ de la evolución humana en Europa en tres momentos a lo largo de un periodo temporal de más de un millón doscientos mil años en el mismo lugar: algo rigurosamente único en el mundo.

Hallazgos

Y los descubrimientos científicos siguen: definición de nuevas especies humanas (Homo antecessor), confirmación de canibalismo en TD-6, datación de los humanos más antiguos de la península, hallazgo y secuenciación de ADN mitocondrial y después del núcleo celular en huesos de la Sima... Por no citar los estudios paleoclimatológicos, sobre la ecología del pasado, la paleontología animal, los restos de industria lítica o la ocupación del espacio. O los ricos yacimientos del Bronce y Neolítico hallados en el Portalón de la Cueva Mayor. Una riqueza científica que desborda lo racional, pero que tampoco es lo más sobrenatural.

La auténtica magia está en el factor que ha hecho todo esto posible, que no es otro que la sorprendente cohesión de un equipo investigador compuesto de especialistas en diversas disciplinas, con distintos requerimientos profesionales y académicos e incluso con intereses (legítimamente) divergentes que a pesar de ello se ha mantenido unido y trabajando codo a codo durante décadas. En un empeño como la ciencia en el que el prestigio y también el ego a veces se convierten en elementos decisorios; en un entorno de escasez de apoyo y de escepticismo ante los resultados de tan jóvenes y desconocidos profesionales; en medio de la feroz competición por los escasos recursos que se dedican a la ciencia en España y de las tensiones de desarrollar al mismo tiempo una carrera profesional en la academia el equipo de Atapuerca se ha mantenido unido durante más de tres décadas.

Ha habido, claro está, diferencias de opinión y divergencias de estrategia; ha habido altos y bajos, problemas y tensiones, soluciones y celebraciones. Ha habido, ley de vida, abandonos e incorporaciones, y aún hay profesionales que viven en la interinidad. Pero de un modo no regulado ni reconocido el yacimiento y el equipo han creado una escuela de investigación que ha dado y dará en el futuro excelentes profesionales de la paleontología, la paleoantropología, la geología del cuaternario y la arqueología. La aparición de un equipo de investigación realizando y valorando descubrimientos de importancia mundial ha creado un hito en los estudios del Pleistoceno en España, además de un foco académico y turístico de primera magnitud. Atapuerca se ha convertido en ejemplo de lo que la gran ciencia puede contribuir a la sociedad que la acoge y financia.

Un equipo científico unido trabajando durante décadas acumulando descubrimientos, prestigio y merecidos honores; una ciudad y una región que hacen propios sus descubrimientos y los aplican a su propio desarrollo e identidad; autoridades que ofrecen respaldo y respeto y están comprometidas con el futuro del proyecto. Mirando desde finales de los 80 del siglo pasado la única forma de explicarlo sería la magia.

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