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El número de objetos de basura espacial que rodean a la Tierra se ha duplicado en 15 años

Distribución de la basura espacial / ESA

Teguayco Pinto

La semana pasada dos objetos cayeron del espacio e impactaron en un prado de Murcia. El próximo viernes otro resto espacial de unos dos metros de largo caerá sobre el océano Índico, cerca de las costas de Indonesia. Aunque es altamente improbable que un objeto de este tipo cause daños personales, los cientos de miles de pedazos de basura espacial que orbitan en torno a la Tierra suponen un serio problema.

El número de objetos que orbitan la Tierra debido a la actividad de los seres humanos en el espacio prácticamente se ha duplicado durante los 15 años del presente siglo, convirtiéndose en un obstáculo importante para el desarrollo espacial y en una amenaza tanto para los sistemas operativos que se encuentran en órbita, como para los seres humanos que viajan al espacio. Solo el programa de defensa antisatelites de China aumentó en 2007 un 25% la basura espacial.

La masa total de basura espacial, que se compone de satélites abandonados, cuerpos de cohetes y pequeños fragmentos producidos por las colisiones entre los escombros, se calcula en alrededor de 3.000 toneladas. Según los cálculos realizados por las agencias espaciales de EEUU (NASA) y Europa (ESA), se estima que hay más de cien millones de objetos de menos de un centímetro, medio millón de restos con un tamaño de entre 1 y 10 centímetros y hasta 21.000 de mayor tamaño. La mayor concentración de restos se produce en órbitas situadas entre los 750 y los 800 kilómetros a partir de la superficie terrestre.

Un serio riesgo para los astronautas

Todos estos objetos se mueven a grandes velocidades de hasta varios kilómetros por segundo, más de diez veces la velocidad de una bala, con lo que hasta los pedazos más pequeños pueden llegar causar serios problemas. El pasado mes de julio la la tripulación de la Estación Espacial Internacional se vio obligada a meterse en una de las cápsulas Soyuz, por si era necesario evacuarla, ya que un fragmento de un antiguo satélite ruso amenazaba con colisionar con ella. No era la primera vez que esto sucedía.

En febrero de este mismo año el satélite DMSP-F13 explotó en órbita, dejando un rastro de más de 100 objetos de gran tamaño. Pese a que la ESA anunció que los restos surgidos de la explosión no suponían un riesgo para otras misiones, un estudio de la Universidad de Southampton, publicado el pasado mes de agosto, estimó que tras el incidente pudieron surgir más de 50.000 objetos de más de un milímetro y destacaba que “los restos de pequeño tamaño también pueden ser peligrosos para los satélites operativos”.

Además, el incidente puso de manifiesto la falta de protocolos de actuación en casos como este, ya que los responsables del Departamento de Defensa de EEUU tardaron en informar a los operadores de satélites cercanos que podían haber sido afectados por los restos de la explosión.

Aunque ya existen normas internacionales para el control de la basura espacial, la ESA anunció el pasado 27 de octubre que pretende poner en marcha una nueva serie de protocolos para limitar y controlar los restos que se dejan en el espacio. Para ello negociarán con los principales fabricantes de tecnología aeroespacial durante el próximo año. Entre los requisitos propuestos por la agencia está el exigir que todas las misiones puedan desactivarse para eliminar cualquier posibilidad de una explosión orbital, tal y como sucedió con el DMSP-F13, y que los satélites que queden en desuso se aparten de las regiones orbitales donde hay más actividad operativa. Además, el reglamento incluirá la exigencia de que cualquier reentrada en la atmósfera tenga una probabilidad de menos de un 0,0001% de causar daños personales en la Tierra.

El sindrome de Kessler

La explosión del satélite americano también pone de manifiesto otro de los grandes problemas de la basura espacial, y es que puede continuar creciendo por sí misma. En el año 2009 se produjo una colisión entre un satélite ruso no operativo y un satélite de comunicaciones estadounidense (Iridium) que quedó destruido. Tras el impacto surgieron 2.000 nuevos restos que podrían generar nuevas colisiones en cascada.

Basándose en esta realidad, el consultor de la NASA Donald Kessler planteó un escenario en el que la enorme cantidad de basura en órbita podría empezar a colisionar entre sí, y con los sistemas actualmente operativos, creando una reacción en cadena que terminaría por destruir la mayoría de los objetos en órbita, incluyendo satélites de comunicaciones, plataformas científicas o incluso estaciones espaciales. Pese a que este escenario resulta improbable a día de hoy, el aumento constante de la basura espacial hace que la probabilidad de un evento de este tipo siga creciendo.

Actualmente, tanto la NASA como la ESA realizan una catalogación de la basura espacial para determinar la órbita de cada pedazo y poder dar la alarma en caso de peligro de colisión, de forma que los operadores de los satélites puedan desplazar el objeto en riesgo. Pero además de la identificación de los objetos, diversas instituciones están estudiando alternativas para eliminar la basura espacial.

Un láser para eliminar objetos pequeños

A principios de año un equipo de científicos del centro de investigación Riken (Japón) planteó la posibilidad de desviar la basura espacial mediante un láser. La idea consistía en montar un dispositivo láser en un telescopio espacial, de forma que el telescopio actuase como una mira para localizar restos y, una vez localizados, desviarlos disparando con el láser.

Según los autores de la propuesta, publicada en la revista Acta Astronautica, este nuevo método podría sacar de órbita la basura espacial de alrededor de un centímetro de tamaño. El rayo láser reduciría su velocidad orbital, lo que provocaría que terminase cayendo hacia la Tierra y desintegrándose en la atmósfera.

Para los objetos más grandes, como lo satélites abandonados (el Vanguard 1, por ejemplo, lleva en órbita desde 1958), la ESA está desarrollando un programa llamado e.Deorbit. La misión consistiría en enviar un satélite que capturase al que se encuentra en desuso y lo arrastrase hasta la Tierra. Esta reentrada se haría de manera controlada, de forma que ambas naves terminarían por desintegrarse antes de llegar a la superficie. Si el Consejo de la ESA da su aprobación al proyecto, el primer lanzamiento del e.Deorbit se realizará en 2021.

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