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The Guardian en español

Violación masculina y tortura sexual “por todas partes”: el horror soterrado de la guerra en Siria

Refugiados sirios esperan para cruzar la frontera y pasar a Turquía cerca de Kobane (Siria).

Sarah Chynoweth

El año pasado acepté llevar a cabo una misión de investigación para la agencia de refugiados de la ONU, ACNUR, sobre la violencia sexual contra niños y menores en la crisis siria. Sabíamos que muchas mujeres y muchas niñas estaban siendo objeto de violaciones y violencia sexual, pero no sabíamos mucho lo que estaba pasando con los hombres y los niños. Basándome en algunos informes existentes, asumí que algunos niños y adultos sufrían abusos en los centros de detención, pero que la violencia sexual contra los hombres no era algo común. Me preocupaba que solo unos pocos refugiados hubiesen conocido algunos de estos casos y que no hablasen conmigo sobre este tema tabú. No podía estar más equivocada.

En octubre de 2016, aterricé en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, donde habían huido más de 200.000 refugiados. ACNUR contrató un traductor y organizó unas entrevistas con refugiados en un campo cercano. Me reuní con el primer grupo, ocho hombres sirios que habían huido de la guerra. Les pregunté por sus vidas en el campo, cómo se las arreglaban y cuáles eran sus principales preocupaciones. Una vez se había creado cierta confianza, pregunté indecisa si habían oído casos de violencia sexual contra hombres o niños en Siria. Me miraron con incredulidad, como si no se pudiesen creer que estuviese preguntando algo tan elemental. “Sí, por supuesto. Está por todos lados. Todas las partes la utilizan”.

Me sorprendió su respuesta y su franqueza. Yo lo veía con escepticismo: en las zonas de guerra los rumores campan a sus anchas. ¿Habían escuchado casos de alguien a quien conocían personalmente? De nuevo, una abrumadora respuesta de síes. A medida que conocía a más y más refugiados –unos 200 por el Kurdistán iraquí, Jordania y Líbano– las respuestas eran similares. Me inundaron de historias desgarradoras.

En Líbano, un palestino que había pasado toda su vida en Siria me pidió hablar conmigo tras la discusión en grupo. Me contó cómo varios hombres armados entraron en su pueblo y le violaron. La experiencia le había dejado devastado y estaba demasiado consternado emocionalmente como para trabajar, aunque tenía que cuidar de su hermana pequeña.

En Jordania, un joven sirio me habló de su tío, que había sido detenido al azar. Estando detenido, sus captores le torturaron sexualmente. Tras su liberación, dejó de comer y se volvió alcohólico. Murió poco después por problemas en el hígado.

Un arma de guerra de uso generalizado

Varias mujeres me describieron cómo cambiaron los hombres tras estas experiencias –aislándose, perdiendo el interés por el sexo y en ocasiones volviéndose violentos–. Algunos no podían trabajar por el impacto físico y mental de la violencia, poniendo a sus familias en riesgo de pobreza.

Conocí a un hombre que padecía dolores y estaba débil por sus heridas resultado de la tortura sexual. Unos cuantos trabajadores humanitarios afirmaron que las heridas anales son algo común para los hombres que han estado detenidos.

Los casos son desgarradores y horrorosos. También abundantes. En un gran campo de refugiados de Jordania me reuní con un grupo de mujeres que tenía ganas de hablar de este asunto. Según ellas, los hombres y niños sufren abusos sexuales a diario durante su detención en Siria, una idea que repiten otros refugiados. Y los diferentes grupos armados han detenido a miles de hombres. Les pedí que hiciesen una estimación de cuántos hombres en el campo podrían haber sufrido violencia sexual estando detenidos. “Entre un 30% y 40%. No podemos pensar en ninguna familia que no haya tenido a alguien [que haya sido detenido y abusado sexualmente]”.

Otros refugiados me contaron cómo los grupos armados asaltaban las casas y “violaban a todos”, hombres y mujeres. Escuché esa frase varias veces de refugiados repartidos por los tres países.

La gente me dijo que tras haber huido a países vecinos, algunos chicos jóvenes estaban siendo víctimas de violencia sexual por parte de otros hombres o chicos más mayores que les atraían con promesas de comida o dinero. Unas cuantas mujeres dijeron que sus hijos tenían demasiado miedo como para ir a la escuela porque temían ser asaltados sexualmente por sus compañeros de camino al colegio.

Lo que más me sorprendió fueron los casos de explotación sexual en el trabajo. Un joven sirio de 18 años que tenía dos trabajos fue la primera persona en informarme sobre esto. Me describió cómo su jefe le pedía favores sexuales antes de que este le pagase su salario. Él sentía que no podía negarse porque tenía que cuidar de su madre y de sus dos hermanas; su desesperación y vergüenza eran evidentes. Era una historia que escucharía de otros refugiados menores y adultos, muchos de los cuales trabajaba sin permiso legal. A causa de la pobreza, la reducción de la ayuda y las intensas presiones para mantener a sus familias, muchos sienten que no tienen otra opción que entregarse a los acosadores.

También me reuní con un grupo de refugiados gays y transexuales que se enfrentan al doble estigma de ser refugiados y de minorías de género u orientación sexual. Un hombre gay me contó cómo, en Siria, había estado detenido durante cuatro meses durante los cuales tanto él como otros hombres detenidos fueron violados analmente con palos y botellas. Todavía le duele cuando se sienta. Había huido a un país vecino, pero allí no encontró seguridad. Volvió a ser atacado sexualmente por una pandilla local así como por un guardia de seguridad. Sabía que todavía estaba en riesgo.

Otros miembros del grupo compartieron otros casos de ataques sexuales perturbadores por parte de conductores de taxis, vecinos, caseros y personal militar. Tenían demasiado miedo como para denunciarlo a la policía, que podía asaltarles de nuevo o incluso arrestarles bajo las leyes de la “moral pública” o de “prácticas antinaturales”.

Las mujeres, las principales víctimas

En Jordania me reuní con un grupo de psicoterapeutas especializados en el tratamiento a víctimas de tortura y les pregunté por qué se estaba utilizando la tortura sexual en este conflicto. Contestaron que la tortura está diseñada para infligir un profundo daño psicológico que altere el sentido de uno mismo. En lugares como Siria, donde la actividad sexual entre personas del mismo sexo está estrictamente prohibida y los roles de género tradicionales están muy arraigados, el uso de la tortura sexual contra los hombres y los niños no es algo sorprendente.

Estudios de otras guerras donde se ha documentado violencia sexual, como en Liberia, el norte de Uganda y las antigua Yugoslavia, también muestran que los hombres y los niños son víctimas de la violencia sexual. La violencia sexual en tiempo de guerra es un asunto complejo, pero también puede ser una forma muy efectiva de humillar, aterrorizar y subyugar a hombres y mujeres.

Y aunque las mujeres y las niñas son las principales víctimas durante el conflicto y desplazamiento –aproximadamente una de cada cinco mujeres que se ha visto obligada huir ha sufrido violencia sexual, y esto es probable que sea una estimación a la baja–, eso no significa que el número de hombres víctimas de esta violencia sea pequeño. Por ejemplo, un estudio de 2010 en la parte oriental de la República Democrática del Congo reveló que al menos un cuarto de los hombres de territorios afectados por el conflicto había experimentado violencia sexual: unos 760.000 hombres. La comunidad LGTBI está particularmente en riesgo de violencia sexual en su condición de refugiados o detenidos.

La buena noticia es que algunas organizaciones humanitarias están empezando a reconocer el problema y dan servicios básicos a los hombres que han sufrido esta violencia. Pero para prevenir esta violencia y dar apoyo y cuidado a los hombres y niños que han sido víctimas de acoso sexual se necesita mucho más. Este trabajo debería complementar y, cuando sea posible, reforzar, los programas para mujeres y niñas, que se llevan la peor parte de la violencia sexual y que se enfrentan a muchas formas de violencia, discriminación y subyugación.

Una ayuda en peligro

En nuestro informe pedimos una mejor defensa, dotación de personal y más información. Pero también pedimos a donantes que financien programas en extrema necesidad en este ámbito. Despertar la conciencia, sensibilizar al personal humanitario y trabajar con las comunidades para establecer programas es fundamental para prevenir y responder a la violencia sexual contra hombres y niños. Esto no se puede lograr sin financiación. El dinero para los programas que abordan la violencia contra las mujeres y las niñas ya es escaso, y se necesita además una financiación adicional para los hombres, niños y personas de minorías sexuales y de género. EEUU es uno de los pocos gobiernos donantes que ha dado financiación dirigida a combatir la violencia sexual contra los hombres y los niños en escenarios humanitarios.

La administración Trump ha propuesto drásticos recortes en el presupuesto de asuntos internacionales de 2018, lo que afectaría a la ayuda al desarrollo en el extranjero y a las agencias de la ONU. Esto sería devastador no solo para los sirios, sino para los 65 millones de personas en todo el mundo que sufren los horrores de la guerra, el desastre y el desplazamiento y, en algunos casos, de la violencia sexual.

Los recortes serían catastróficos para las organizaciones más pequeñas y a menudo locales. Estas organizaciones dan servicios fundamentales en lugares peligrosos donde operan muy pocas agencias humanitarias, si es que lo hace alguna. La mayoría de las organizaciones que dan cuidado a los hombres víctimas de violencia sexual en las zonas que visité eran grupos de mujeres, grupos LGTB y grupos de derechos humanos, muchos de los cuales dependen de la financiación de la ONU y otras agencias internacionales apoyadas por el Gobierno de EEUU.

Las historias de los refugiados que conocí nos recuerdan que los recortes propuestos dañarían las opciones de vida de algunas de las personas más vulnerables del mundo. Estos hombres y niños –como todos aquellos que sobreviven a la guerra y al desastre– tienen el derecho y se merecen protección, apoyo y cuidado.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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