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Alegato por Europa

Víctor Alonso Rocafort

Y el verano de 2015 la Unión Europea tocó fondo.

Como un golpe de realidad, un shock, un estremecimiento, como un espasmo, una rabia inmensa, una impotencia atroz. Así recibimos los ciudadanos europeos la imagen de Aylan Kurdi en las playas de Turquía.

Sentirlo no nos hace mejores.

Decía Jean-Jacques Rousseau que aquella tristeza innata ante el mal ajeno, lo que llamó piedad, reside en mayor o menor medida en todos. Seguramente quienes fueron responsables directos de esta muerte también notaron el golpe, quién sabe si hasta lloraron. Bashar al-Assad y los líderes del EI, Merkel y Schauble, Rajoy y Sáenz de Santamaría, por supuesto Fernández Díaz, Bush y Obama, Rubalcaba, Zapatero y Valenciano, Hollande, Le Pen y Sarkozy, Orbán y Tsipras, los funcionarios de Frontex, los guardias de Melilla, quienes diseñaron el muro húngaro, quienes suspendieron Mare Nostrum, quienes no pusieron recursos ni abrieron cupos, los policías antidisturbios de la frontera, los votantes de media Europa. Todos llorasteis, lloramos, recibimos el golpe.

Rousseau nos advierte contra quienes se enternecen y lloran un infortunio pero que, de situarse en el lugar del tirano, “agravarían aún los tormentos de su enemigo”. Y pone ejemplos. Alejandro de Feras no quería acudir a las tragedias porque se emocionaba, pero ordenaba degollar sin atisbo de piedad a sus opositores cada mañana.

Las causas del miedo calvinista al teatro que recorre el canon del pensamiento occidental quizá lo encontremos en esa ternura innata que nos desarma por sorpresa. Es desde el teatro como el príncipe Hamlet logra emocionar a su tío, el rey Claudio, quien involuntariamente se desvela así como asesino de su padre. La emoción nos turba, nos conmueve, es incontrolable. Por eso prohibían el teatro los puritanos. Esa emoción nos hace humanos, revelando la falta de soberanía que tenemos sobre nosotros mismos; pero no es mérito nuestro. Viene de serie. El asesino también la tiene, como el burócrata, el policía o el votante. Hasta el político la tiene.

Sin piedad la razón nos hace monstruos. A veces nos mueve a actuar y nos aleja de esa desmesura tan racional del coste-beneficio y de los votos –fijémonos en Merkel estos días–. Contribuye cuando puede a nuestra conservación, sigue Rousseau, es “la que nos lleva sin pensarlo en auxilio de quienes vemos sufrir”.

La sola reflexión en cambio alimenta nuestro amor propio, la vanidad que surge cuando nos quedamos realmente admirados por nuestro reflejo interior, por aquello tan excepcional que somos y hacemos. ¡Cómo no se da cuenta el mundo de lo que valemos! La razón solitaria nos separa de lo que nos molesta y aflige, añade el ginebrino. Desde Nápoles, apenas unos años antes, Vico hablaba de la barbarie de la reflexión, aquella que nos hace volar en abstracciones lógicas para separarnos de lo intrincado de la vida y de nuestros semejantes.

La Unión Europea se construyó estos años desde la infamia. La misma que estuvo detrás del estallido de los años treinta. La comparación es pertinente, resulta urgente.

Hannah Arendt lo repetía sin cesar a quien quisiera leerla: a ella la encerraron en un campo de internamiento los franceses. Las policías de toda Europa colaboraban con los nazis en la persecución de refugiados antes de septiembre de 1939, en su tratamiento represivo, en la cerrazón de las fronteras.

La pensadora judía escribe tras la II Guerra Mundial, con el nazismo recién derrotado. Pero aún está presente, vivo y coleando, lo que causó la barbarie, insistirá. El diseño del Estado nación no sirve, está en el origen de lo que pasó.

La dinámica del dentro/fuera, la comunidad fundada sobre el rechazo y los privilegios, la conversión de millones de seres humanos en vidas superfluas. Eso es el Estado nación. La sangre y la tierra nos marcan como nacionales en nuestros códigos civiles, coincidirán en denunciar Vico y Arendt. No hemos avanzado desde las hermandades de la Grecia predemocrática. El ricorsi de la historia una vez más.

Una mayoría nacional copa un Estado, se dota de protecciones, construye su Bienestar a costa del resto, persigue a los no nacionales a quienes impide entrar, votar y vivir. Edifica cárceles, identifica, encierra y deporta. Construye un enorme y sucio foso medieval en lo que otrora fuera un limpio mar de intercambios. Se llena la boca de palabras teóricas, de esa coartada, la ética de la responsabilidad, y en su magnífica barbarie, siempre impolutos con sus trajes y corbatas, con su pomposidad bien educada, dejan que mueran por miles. Y tienen la desvergüenza de hablarnos de la Europa de los derechos.

Arendt fue refugiada. Pasaron casi 20 años desde que huyó de Alemania hasta que consiguió la ciudadanía norteamericana. En un escrito de 1943, We refugees, escribe que lo peor que les pudo haber pasado a los judíos fue que los consideraron meros seres humanos, sin leyes, convenciones o Estado nación que los protegiera. Se habían convertido entonces en lo que Giorgio Agamben llamaría nuda vida, a la intemperie de la cruda dinámica inter-nacional. La discriminación se había descubierto como un poderoso arma social que mataba millares sin derramar sangre.

Cientos de miles de sirios han pasado de tener unos hogares en una patria que amaban, con sus amigos, profesiones y su querida lengua, a vagar por Europa desesperados entre barcazas y muros de espinos, bajo gritos incomprensibles, parece que simplemente porque les ha tocado. Nacieron, vivieron, en el lugar equivocado, podría decirse. Pero no, su guerra tiene responsables políticos.

Es útil distinguir entre refugiados e inmigrantes. Sirve a efectos prácticos para presionar en esta crisis a la Unión Europea de cara a que respete el Derecho Internacional y los Tratados. Pero no olvidemos que los inmigrantes que huyen como sea de la pobreza extrema también escapan de otra violencia más sutil, no declarada ni física, económica, lo que se ha venido en denominar violencia estructural. En esta hay grados que también cabe considerar. Los emigrantes españoles por el momento no tenemos que cruzar estrechos, meternos en camiones ni nos persigue la policía en nuestras nuevas ciudades. Tampoco nos encierran en centros de internamiento, al menos de momento.

2.000 vidas ahogadas en el Mediterráneo en lo que va de año, que se sepa. Más de 25.000 en los últimos 15. A lo que se añade miles de desaparecidos, aquellos nunca localizados y que fueron a parar al fondo del mar. Hombres, mujeres y niños como el pequeño cuya foto nos ha quebrado. Las grandes cifras son injustas, contemos uno a uno.

La Unión Europea se construyó sin imaginación política, a base de mucha reflexión y poca compasión. Así es el neoliberalismo. Así es la responsabilidad de los grandes estadistas y sus votantes.

Se tomó prestado el viejo modelo del Estado nación cuyas costuras, como clamaba Arendt, no resistían la dinámica del siglo XX. Un modelo patentado en todo el mundo donde las fronteras son clave. Hoy malviven decenas de millones de personas en campos de refugiados, es la figura política de nuestra época, lo que muestra un fracaso descomunal.

Se aprobó Schengen como se aprobó Maastricht. La fortaleza de la Europa de los mercaderes, protestábamos en los noventa. Y no era demagogia. Los pueblos votaban, los líderes decidían y las policías hacían y deshacían a su antojo. Aquí hace apenas unos meses las autoridades dispararon a quienes trataban de no morir ahogados en la costa de Ceuta. Y los gobernantes se aprestaron a defender a los guardias. Ahora, seguro, todos lloran.

Arendt decía que la libertad de movimiento es la más antigua, también la más elemental. Condición “indispensable” para la acción, para comenzar algo nuevo e inaudito, “ser libre significaba originariamente ir donde se quisiera”. Sin esto no se comprende la libertad, ni en el mundo ni en el pensamiento. La autora judía supo combinar ambas. Alertaba con equipararla al movimiento perpetuo, esa actividad frenética de los ejecutivos económicos y políticos que conduce a insomnia, a la falta de pensamiento y juicio propios. A la ausencia de ensoñación y compasión. To stop and think, sugería. 

Durante años hemos tenido que escuchar al defender la libertad de movimiento que era irresponsable. Respondíamos que no, que era al revés. Cercenarla provoca xenofobia, sufrimiento y muerte. Cuando la UE se abrió a Grecia, Portugal y España se escuchó el lamento xenófobo del norte: ¡cuidado, nos invaden! Se repitió al abrirnos al Este: ¡cuidado, nos invaden! Nada de esto sucedió. La gente no deja alegremente su hogar. Y la economía la podemos cambiar.

Cerca de un cuarto de la población libanesa es refugiada procedente de Siria. ¿Qué lecciones pretende dar Europa?

En el verano de 2015 la UE tocó fondo también en Grecia. El amor propio de los grandes líderes europeos no iba a permitir que un par de líderes revoltosos, apoyados por todo un pueblo que acababa de votar OXI, se saliera con la suya. La austeridad, el lógico colofón de la Europa del capital, seguía su curso de manera implacable, orgullosa y patética; destrozando vidas superfluas mientras estos días, seguro, todos lloran.

Es hora de plantear una enmienda a la totalidad a la Unión Europea. Poner en cuarentena al euro, trazar alternativas que podamos emprender, desmontarles el tinglado que sustenta el beneficio de sus jefes, los oligarcas. Es preciso salir del modelo del Estado nación para plantear una unión realmente postnacional, abierta, acogedora. Neguemos cualquier apoyo a los partidos que sustenten las políticas criminales de Schengen y la Troika. Y exijamos responsabilidades. Parémonos a pensar y a juzgar.

Apostemos al medio plazo para cambiar Europa. Con la estrategia clara, sin cambios de rumbo por pragmatismos o falsas responsabilidades. Despidamos a los oportunistas, a los cooptados. Apostemos de manera inequívoca por la libertad de movimiento para todos, migrantes y refugiados. Convirtámonos en referente mundial. Condenemos sin paliativos las políticas neoliberales, comprometámonos con todo a combatir el cambio climático, extendamos propuestas de inserción económica internacional justas y, con realismo, propongámonos su paulatina aplicación. Hagamos todo desde el protagonismo de esa organización popular europea, de base, que de nuevo en la crisis de los refugiados ha demostrado una altura moral muy superior a la de sus gobernantes. Multipliquemos la dignidad, las alianzas europeas. Hoy aparece Corbyn, ayer fue Varoufakis, mañana serán otros. Combatamos a las oligarquías sabiendo de sus peligros, de las enormes estructuras por mover. De que será todo menos fácil. Pero dejemos de llorar y pongámonos en marcha. Toda esta rabia, estas ganas de gritar y no parar al ver aquel niño, tienen que servir para construir algo distinto, para detener de una vez lo que solo podemos calificar de masacre. Seamos por una vez, de verdad, responsables.  

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