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Hechos alternativos: el peligroso arte de construir realidades con palabras

Donald Trump, presidente de Estados Unidos.

Elena Álvarez Mellado

Creemos que las palabras describen el mundo: el agua hierve a 100ºC; hay un 18% de paro; se aproxima un frente que dejará chubascos intermitentes en el noroeste peninsular. La temperatura de ebullición del agua, la EPA y las borrascas son, están ahí fuera, existen al margen de nosotros y de que hablemos de ellas o no. Lo que nosotros hacemos cuando las mencionamos es describirlas, constatarlas. A fin de cuentas, para eso sirve la lengua, ¿no? Para contar el mundo y la realidad que nos rodea. O eso pensábamos.

Hace unos días, Sean Spicer, el nuevo secretario de prensa de la administración Trump, dijo en rueda de prensa una frase que ha traído cola: “I think sometimes we can disagree with the facts” (“Creo que a veces podemos no estar de acuerdo con los hechos”).

Apenas un día antes, cuando en las noticias de la NBC un periodista afeaba a Kellyanne Conway, directora de campaña de Trump, que hubieran dado datos falsos sobre las cifras de participación en el acto de toma de posesión, Conway se defendía arguyendo que no habían mentido, sino que habían proporcionado “hechos alternativos”. El engendro no solo ha sido muy comentado, sino que también se ha ganado ya una entrada en Wikipedia.

Y es que no siempre usamos las palabras para describir el mundo, sino que en ocasiones construimos el mundo con ellas. Pensemos en el verbo jurar. El verbo jurar no describe verdaderamente nada, sino que es la propia palabra la que produce la acción de jurar. Cuando usamos jurar no estamos describiendo algo que ocurre fuera, sino que el juramento ocurre cuando y porque decimos “yo juro”. Este tipo de frases que no describen una acción sino que la realizan se conocen en la jerga como enunciados performativos y fueron descritos hacia 1955 por el lingüista británico John L. Austin en una serie de conferencias publicadas póstumamente bajo el muy sugerente título Cómo hacer cosas con palabras.

Los enunciados performativos no son en absoluto una rareza lingüística. Nuestro día a día está plagado de ellos: te apuesto lo que quieras a que apruebo el examen; queda inaugurado este pantano. Acciones verbales tan cotidianas como dar las gracias, disculparse, saludar o felicitar son performativas: son acciones que ocurren porque alguien dice gracias, perdón, hola o felicidades (o alguna de sus variantes socialmente aceptadas) y es enunciar estas palabras lo que constituye el acto mismo de agradecer, disculparse, saludar o felicitar.

Incluso frases aparentemente descriptivas pueden, en último término, tener una intención performativa: Tengo frío puede ser una constatación de mi sensación térmica absolutamente neutral o una manera sutil de pedirte que cierres la ventana o que me prestes tu chaqueta (lo que de toda la vida se ha llamado una indirecta).

La gran peculiaridad de los enunciados performativos es, según Austin, que no son susceptibles de ser verdaderos o falsos. Mientras que las frases descriptivas pueden ser correctas o incorrectas a la luz de los hechos que describen (Está lloviendo a cántaros es evidentemente falsa si resulta que hace un sol radiante), los enunciados performativos están más allá de los conceptos de verdad y falsedad.

Si la frase performativa la decimos deshonestamente o en un contexto inadecuado podrá no ser válida, o, en palabras de Austin, será desafortunada. Pero no se puede decir que sea falsa. A pesar de lo ubicuas y cotidianas que son, parece que haya algo mágico en la naturaleza de las palabras performativas: al pronunciarlas, algo cambia en el mundo, como si se tratase de un conjuro de magia o una trama de una novela de Terry Pratchett. Observar los enunciados performativos es ver en acción a la lengua construir la realidad.

Los declaraciones de Sean Spicer y de Kellyanne Conway son el no va más de la performatividad: ya no son los hechos los que desmontan o corroboran las afirmaciones, sino las afirmaciones las que supuestamente construyen unos hechos que están más allá de la verdad y la mentira. Y cuando el discurso no puede cambiar los hechos crea “realidades alternativas”.

Pero no hace falta cruzar el charco para encontrar afectados por la fiebre performativa. Se oyen voces en suelo patrio que creen que los hechos son lo de menos y que algo se vuelve cierto en el momento de enunciarlo. Cuando el PSOE proclama que fueron ellos quienes consiguieron que se devolviesen las cláusulas suelo, lo hacen aplicando la misma fórmula performativa de Kellyanne Conway: verbalizar “hechos alternativos” los convierte en reales.

Según la lógica performativa, para ser algo no es necesario ejercerlo de facto, sino denominarse como tal. Socialista, republicano o feminista son términos que en algunos discursos han dejado de ser categorías ideológicas que describen la acción para convertirse en algo parecido un enunciado performativo. Uno es socialista, republicano o feminista porque se declara como tal, pero no necesariamente por las acciones que lo acompañan. Son performativos wannabe: quien los usa quiere creer que la etiqueta otorga y no es necesario que las denominaciones vayan acompañadas de los actos.

Bienvenidos a la época dorada de los discursos performativos, en la que el hábito hace al monje o, en este caso, la palabra al militante.

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