Los piratas de lo público
A comienzos de este mes se desató un escándalo por la revelación de unas instrucciones del Pablo Gallart, CEO del Grupo Salud Ribera, que gestiona el hospital público de Torrejón de Ardoz. Aunque sean indignantes, la verdad es que a mí no me ha sorprendido. En realidad, me ha recordado a la película Casablanca cuando el capitán Renault, interpretado magistralmente por Claude Rains, le dice con gran cinismo a Rick Blaine, que encarna Humphrey Bogart: “¡Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!”, y a continuación el jefe de sala donde se juega le entrega un fajo de billetes: “Sus ganancias, señor”.
Las recomendaciones de Gallart son normales en un ejecutivo de una empresa que persigue conseguir el mayor beneficio posible. La gravedad del asunto es que se trata de un servicio público, donde está en juego la salud de los madrileños. Pero la salud de los ciudadanos no puede ser un negocio. La sanidad pública es uno de los pilares básicos de los Estados del bienestar. Pero esto no es nuevo, este proceso se inició con Esperanza Aguirre hace ya bastante años. La privatización de la sanidad pública persigue varios objetivos, que pueden resumirse básicamente en dos: aumentar el negocio de las empresas y provocar el deterioro del servicio público para que la gente se haga un seguro privado. De hecho, ya lo han conseguido, Madrid es una de las regiones con más seguros de salud por habitante y empresas como el grupo Quirón se han forrado. Sólo en entre 2021-2024 ha recibido casi 5.000 millones de euros de la Comunidad de Madrid, aunque estaban presupuestados 2.543 millones.
El sistema es perverso, pero perfecto. Todos tenemos experiencias lamentables con la sanidad madrileña porque nos ponemos enfermos y tenemos dolencias crónicas: desde retrasos en pruebas a demoras de diez días para ver a tu médico de familia, pasando por escenas dantescas en unas urgencias colapsadas o plazos de espera muy amplios para conseguir una cita con un especialista, y no digamos ya las listas de espera para intervenciones quirúrgicas. Soy funcionaria de la maltrecha Universidad Complutense y pertenezco a Muface, pero siempre he elegido la atención sanitaria en la Seguridad Social. Por mi domicilio pertenezco a un hospital, la Fundación Jiménez Díaz, y a unos centros de especialidades, gestionados por el famoso grupo Quirón. Tengo artrosis degenerativa en las rodillas y desde hace unos años un traumatólogo me recomendó infiltrarme ácido hialurónico para mejorar mi calidad de vida, que tenía que sufragarme yo porque ese tratamiento no lo cubría la Seguridad Social ni Muface. Casi 300 euros por rodilla, total unos 600 euros al año. Pero recientemente la traumatóloga me ha dicho que la Fundación prohibía ese tratamiento porque no estaba en la cartera de servicios y que era la última que me la ponía. Las palabras no son neutras, me habló de “cartera de servicios”. En la nómina del último mes he pagado casi el 27% en impuestos, pero no tengo derecho a que un traumatólogo me inyecte una infiltración que financio yo para mejorar mi salud y aliviar los dolores. La Fundación pretende que vaya por el sector privado y que además de la infiltración abone la consulta del traumatólogo. Esta es la sanidad pública de la Comunidad de Madrid dirigida por de Isabel Díaz Ayuso. Sólo conciben la sanidad como un negocio de las empresas privadas. De esta manera el comisionista de la empresa Quirón se podrá comprar otro ático a costa de los impuestos de todos los madrileños. El modelo del Partido Popular, que está destrozando los servicios públicos, es muy eficaz porque está consiguiendo que los convencidos de la sanidad pública nos veamos abocados al sector privado por pura supervivencia. Es muy lamentable y desolador.
La mayoría de la gente conoce el sistema de salud madrileño porque este modelo privatizador lleva años funcionando, pero lo dramático es que un 47,34% de los votantes de la Comunidad de Madrid en las últimas elecciones respaldaron estas políticas, a los que hay que sumar el 7,31% de Vox. En resumen, 1.832.200 de ciudadanos apoyaron este modelo. Y cuando padecen los inconvenientes de la sanidad pública se quejan de boquilla y echan la culpa al malvado Sánchez, que sólo da dinero a los catalanes, según oigo en las salas de espera del centro de salud. Y mientras Ayuso nos distrae hablando de ETA, que ya no existe por mucho que se empeñe, de Venezuela, o del perverso comunismo que nos domina, elevando cada vez más la hipérbole. Quizás los medios de comunicación deberían hacerle menos caso porque no aporta nada, sólo dice barbaridades y disparates. Ya estamos hartos del minuto de gloria diario de esta señora que avergüenza a muchos madrileños.
Pero este procedimiento es el mismo que la Comunidad aplica a todos los servicios públicos. No en casualidad que sea la comunidad del país que menos invierte por habitante en salud y menos invierte en educación por alumno. Es el mismo modelo que está aplicando para destruir la universidad pública en favor de los centros privados. En mi facultad de la UCM nos pasamos medio año con el abrigo por aulas y pasillos, debido al frío permanente que hace. En el IES Lope de Vega de Madrid, uno de los institutos históricos de la capital y donde estudia mi hija (y yo hice COU), para sufragar el reemplazo de las deterioradas butacas del teatro la dirección del centro ha recurrido a la organización de espectáculos apelando a la ayuda de las familias con la compra de entradas. Así, han contado con la generosidad del gran actor Alberto San Juan para la primera de las funciones. Aunque sea una bonita iniciativa no deja de ser penoso que tengan que recurrir a la solidaridad para reponer un material que debería financiar la Comunidad de Madrid. Sin embargo, los centros concertados cuentan con instalaciones estupendas ya que reciben doble financiación: la de los padres y la de la administración del PP, cada vez más cuantiosa. Lo público es residual, cada vez más abandonado, menos financiado, concebido para pobres o para obstinados. Esto es la libertad para Ayuso.
La libertad de Madrid, según el PP, consiste en que te hagas un seguro médico privado, lleves a tus hijos a un colegio concertado, que funciona como un coto privado, y a una universidad privada, y, por último, que pagues una residencia privada a tus mayores. Mucho dinero necesita cada ciudadano para mantener este modo de vida, ahora el negocio está asegurado. Pasen e inviertan en Madrid, la tierra de la libertad, más bien del neoliberalismo salvaje. Y mientras con nuestros impuestos pagan la ruinosa fórmula 1, el chiringuito de Network para mantener a amiguetes, incluidos la propia Ayuso y Abascal cuando eran jóvenes, un partido de la NFL, obras faraónicas inútiles como el hospital Zendal y demás mamandurrias, como diría la pionera de este modelo privatizador, Esperanza Aguirre. A cambio tenemos los peores servicios públicos del país. Este es el patriotismo de Ayuso y compañía.
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