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Periodistas asesinados en México

Periodistas marchan en repudio al asesinato de Miroslava Breach en Chihuahua.

José María Calleja

El asesinato de la periodista mexicana Miroslava Breach ha precipitado el cierre del periódico Norte de Ciudad Juárez, en el que escribía y opinaba. Llevan en México tres periodistas asesinados en el pasado mes de marzo, que se suman a los 38 periodistas asesinados desde 1992 por narcotraficantes, y a otros cincuenta, igualmente asesinados pero sin que se haya esclarecido aún la autoría. Son datos del Comité para la Protección de Periodistas (CP).

El director de Norte, Oscar Cantú Murguía, explica en una carta que comienza con un “¡Adiós!” en la portada de su último número, que no quiere poner en riesgo a más reporteros, que no quiere perder la vida él mismo y que, después de 27 años de existencia y con 35.000 lectores, se ve obligado a cerrar la publicación. Un periódico ahogado por los narcotraficantes, pero también en parte por el Estado, que se niega a pagar publicidades contratadas, según se queja Murguía.

Ejercer el periodismo en México es una profesión de alto riesgo, algunos dicen que es como ir al campo de batalla sin fusil y sin protección. Después de Siria, México es posiblemente el país con más peligro para la vida de los periodistas; sin dejar de lado los riesgos para los profesionales de la información en Colombia, hasta hace bien poco; Filipinas, todavía; o Turquía, de manera creciente. Hablo de países que conozco y seguro que hay otros muchos con situaciones iguales o peores para los periodistas.

En EEUU se acaba de inaugurar una etapa de ataques a los medios de comunicación con descalificaciones a los no adictos al autócrata populista Trump, y con la entrega por éste a la estrategia de “verdades alternativas” –por decirlo en corto: mentiras– consciente y deliberadamente difundidas en un afán por crear una realidad paralela que siempre va a encontrar seguidores. (Las mentiras siempre han tenido adictos. Aquí, aún colea, aunque sea en retirada, la teoría conspiranoica del atentado del 11M de 2004, según la cual los suicidas de Leganés no eran tales, sino que fueron llevados allí congelados. ¿Quién no tiene un suicida congelado en el frigo, por si acaso?).

Asesinan a periodistas, les amenazan, les dan palizas, cierra un periódico. Hay otros medios en México que han dejado sencillamente de informar de aquellos asuntos que les pongan en peligro, periodistas escoltados, periodistas que cierran las ediciones de sus periódicos desde sus casas para evitar secuestros o asesinatos. Hablamos de asesinatos planificados como propagadores de miedo. De asesinar a uno para atemorizar a miles, de narcotraficantes que quieren silenciar a periódicos que ejercen un liderazgo ciudadano en medio de un país lleno de corrupción que alcanza a la policía, a la política, a sectores de la judicatura.

Periodistas con salarios reducidos, que viven en precario, con una idea ciudadana de la profesión, que se juegan la vida por contar la verdad a sus paisanos, como Armando Rodríguez, tiroteado cuando llevaba a su hijo al colegio, o como Regina Martínez, reportera de la revista Proceso, estrangulada en su casa. Gentes comprometidas que, como le ocurrió a Anna Politkóvskaya en Rusia, sabían mientras denunciaban que su vida corría peligro y a pesar de ello siguieron dando información a sus conciudadanos hasta ser asesinadas.

Hay reporteros gráficos, tres, que han sido descuartizados y sus cuerpos metidos en bolsas de basura. Ataques a centenares de periodistas, 172 agresiones en 2011. Asesinatos y amenazas que quedan impunes muchas veces.

Las vidas de estos periodistas asesinados no son en sí mismas más importantes que las vidas, por ejemplo, de los 43 estudiantes de Iguala, de la Escuela Normal de Ayotzinapa: secuestrados, asesinados y calcinados. Tampoco son más importantes que los centenares de mujeres asesinadas por el hecho de serlo, como las exterminadas en Ciudad Juárez. No son más importantes que las más de 50.000 vidas segadas en México desde 2007. Ocurre que asesinar a un periodista es pretender silenciar a la sociedad, impedir que haya ciudadanos informados, que sepan lo que pasa, que tengan la información; es decir, el poder para tomar decisiones.

Se ha muerto este lunes el periodista Sergio González Rodríguez, aclaro que de infarto. Sus obras son una forma de conocer lo que pasa en México, como Huesos del Desierto, gigantesco reportaje, o Campo de Guerra, premio Anagrama de 2014. Cuando en 1999 investigaba en el lugar de los hechos el feminicido en Ciudad Juárez, Sergio González sufrió una brutal paliza. La siembra de miedo, que no siempre calla a los periodistas.

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