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Precariedad, desigualdad y revueltas

Rosa Paz

Cuántas veces se habrá escuchado en los últimos lustros que el futuro vendría de la excelencia, del valor añadido que la generación mejor preparada de la historia iba a aportar al crecimiento económico e incluso al desarrollo del estado del bienestar, a esas políticas sociales que acortarían las desigualdades. Ya se vio desde el inicio de esta crisis, que ese discurso, por mucho que lo repitieran hasta la saciedad, iba a quedar en nada. Y esta 'recuperación', que tanto cacarea el Gobierno, está certificando que aquello no eran más que cantos de sirena, que a lo mejor hicieron albergar, en algún momento, la ilusión de un país de primera, difícil de alcanzar con una derecha –española y europea– empeñada en aprovechar la caída económica para recortar derechos, prestaciones sociales y salarios de quienes poco o nada han tenido que ver en la generación de la crisis.

Los datos de empleo de junio, por ejemplo, vuelven a demostrar el triunfo de la precariedad laboral y de los trabajos mal pagados. Cada vez menos empleos fijos y a tiempo completo, cada vez más trabajo estacional en la hostelería y en el comercio. Cada vez menos empleos de profesores y de médicos –24.000 docentes menos en la enseñanza pública en los últimos dos años, 28.000 empleados menos en la Sanidad pública–. Qué decir de los ingenieros o de los arquitectos, por poner más ejemplos. Los veteranos de esos oficios se quedaron sin trabajo cuando pinchó la burbuja, algunos de los jóvenes más cualificados han encontrado trabajo en el extranjero, pero tampoco con buenos salarios.

Como además el subsidio de desempleo solo cubre al 57,7% de los parados, como buena parte de los dependientes han perdido las ayudas o están condenados al repago, como tantos estudiantes se han quedado sin becas, como, por resumir, los más necesitados empiezan a estar abandonados a la buena de dios, los expertos sostienen –por lo bajini– que si la salida de la crisis va acompañada de una mayor desigualdad social –lo que parece evidente si nadie lo remedia– hay riesgo de revueltas sociales.

Escuchando a los miembros del Gobierno de Rajoy no parece que se hayan enterado de una previsión tan dura. Más bien parece que ellos vivan en el país de la maravillas. Queda la esperanza de Europa, porque desde ahí llega la sensación de que hasta la señora Merkel ha caído en la cuenta de que la subida de opciones populistas, como el Frente Nacional de Marine Le Pen, tiene que ver con el sufrimiento que generan las políticas austericidas y empieza a emitir señales de un cierto giro hacia políticas de crecimiento. No está claro que vaya a ser así. Tampoco de que, si hay un cambio de rumbo, este vaya a ser suficiente para acabar con la precariedad y los recortes.

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