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Rajoy: “Unas pocas cosas”

José María Calleja

Francisco Granados era de los que llamaban por teléfono a los periodistas que criticaban a Esperanza Aguirre para afearles la conducta, darles consignas a favor de ella y advertirles para que no volvieran a meterse con la que denominaba “presidenta”, como si lo fuera de toda España. Éste era el nivel de confianza que Aguirre tenía en este conmilitón liberal, también enemigo de lo público, y que ha saqueado con mamandurrias varias el dinero de todos.

No cabe alegar ignorancia. Granados iba a los debates de televisión porque el PP lo quería; lo quería el PP de Madrid, es decir, Esperanza. Uno empieza una frase crítica con Esperanza en un debate e inmediatamente saltan como posesos una patulea de periodistas que la defienden a muerte, que pueden dejar pasar una crítica a Mariano, o a De Cospedal, pero que sacan la faca cuando se cita el nombre de Esperanza, no necesariamente en vano. Pago de favores.

En febrero de este año se supo que, como buen nacionalista español, Granados tenía una pasta en Suiza. Esperanza Aguirre, y no digamos Mariano Rajoy, no abrieron la boca. Granados mintió a Tania Sánchez (IU) cuando esta le preguntó si tenía dinero en Suiza. Granados dijo que no, como si le hubieran preguntado a qué hora sale el autobús para Júpiter.

Esperanza y Granados se completaban las frases, se reían las gracias y compartían el catálogo de pulseritas rojigualdas en la muñeca. Aguirre podía haber empezado a sospechar de Granados cuando ardió un coche que usaba la mujer de su hombre de confianza y que estaba a nombre de un empresario de la construcción; se podía haber preguntado cómo es posible que Granados y su mujer supervisaran las obras de una casa en Valdemoro, tan hortera como inmensa, cuando no estaba a su nombre. Por no ir más allá, podía haberse planteado Esperanza por qué hay que tener la pasta en Suiza, siendo nacionalistas españoles como son ella y Granados. Todas estas las dejó pasar sin escenificar rasgado alguno de vestiduras.

Granados presidió, por encargo de Esperanza Aguirre, la comisión del 'tamayazo', con la que se quiso tapar una irregularidad, aún no explicada por entero, y que llevó en 2003 a dos diputados del PSOE –Tamayo y Sáez– a no votar a su partido en la Asamblea de Madrid y facilitar así la llegada al poder de Aguirre. ¿Cuánto y quiénes les pagaron?

Habla Aguirre de los alcaldes púnicos del PP de Madrid como si se refiriera a ediles de Bielorrusia, gente lejana y fría. No cuadra con sus saludos, sus halagos, sus abrazos y risas con ellos. Se refería Aguirre en el pasado a consejeros de su Gobierno que organizaban los actos del PP, Alberto López Viejo, o Martín Vasco, como si fueran de otra galaxia, cuando los había puesto ella, a pesar de su pasado y de las advertencias de posible corrupción de López Viejo en su etapa de concejal del Ayuntamiento de Madrid.

Siguen en el limbo exalcaldes como Jesús Sepúlveda (Pozuelo de Alarcón), al que Aznar se refería en términos ditirámbicos, el que tenía un Jaguar en garaje de gananciales con Ana Mato, pagado por la Gürtel, invisible entre tanto confeti. O el tal albondiguilla, Arturo González Panero, exalcalde de Boadilla del Monte, una de las madres de la corrupción del PP de Madrid. Ni una palabra de ellos.

Rajoy ha logrado el hallazgo lingüístico de referirse al parque temático de las corrupciones del PP como “cosas que no nos gustaría que se produjeran [...] Unas pocas cosas no son 46 millones de personas”.

“Cosas” para circunvalar la palabra corrupción, pensando que lo que no se nombra no existe y que, si habla de corrupción, esta palabra se volverá contra él. Ahora Rajoy hace como que pide perdón, viendo la indignación que hierve en la gente a borbotones. Los españoles están en estado de cabreo, irritados, engañados y dispuestos a tomar venganza en cuanto puedan, en las urnas, sin ir más lejos.

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