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El lamentable estado de la política española

PP y C's tendrían mayoría absoluta si hoy se celebraran elecciones, según ABC

Carlos Elordi

¿Alguien cree que de la realidad política que tenemos delante puedan salir soluciones a los gravísimos problemas que tienen España o los españoles? Pues que se vaya desengañando. Estamos en un estanque, como lo hemos estado en otras etapas de nuestra historia. Las más aciagas, por cierto. Hace tres o cuatro años pareció que algo, o mucho, empezaba a moverse. Esas dinámicas parecen hoy subsumidas por una relación de fuerzas que neutraliza su potencialidad de cambio. Políticos mediocres, sin ideas y sin ganas de hacer nada que no sea permanecer en el cargo dominan los resortes del poder. Sin contrapesos institucionales que los limiten. Y si no ocurre un milagro, o un desastre, así vamos a seguir.

Cuando Podemos y Ciudadanos entraron en escena, se creyó que algo muy serio iba a pasar. El panorama político quedó dividido en dos partes. De un lado, los dos partidos que desde hacía más de tres décadas se habían alternado en el poder y lo habían hecho suyo. Del otro, dos fuerzas que representaban el enorme malestar que la crisis y la corrupción habían generado en muy amplios sectores de la sociedad, seguramente en la mayoría de la ciudadanía. En la izquierda, en la derecha, en el centro y en la ingente masa de los que no eran de nada.

Las elecciones municipales y las generales de 2015 confirmaron que los dos partidos emergentes, cada uno en su dimensión, eran capaces de golpear duramente al bipartidismo, incluso de amenazar su existencia. PP y PSOE perdieron muchos millones de votos y no pocos escaños y alcaldías. La posibilidad de un vuelco a medio plazo dejó de ser una hipótesis para convertirse en una posibilidad real.

Pero 2016 fue el año del estancamiento de esa perspectiva. Diez largos meses sin gobierno aguaron la fiesta y los ánimos de cambio. A toro pasado es fácil decir qué es lo que unos y otros deberían haber hecho para que eso no ocurriera. Pero también para descubrir las razones por las cuales actuaron de la manera en que lo hicieron y que terminó por dar de nuevo el poder a una derecha caduca y liderada por un personaje que hasta los suyos consideran acabado desde hace mucho tiempo.

El PP hizo lo que tenía que hacer. Es decir, aprovecharse de las debilidades y de las contradicciones de los que si se juntaban podían sacarlos de La Moncloa. Todos ellos, el PSOE, Ciudadanos y Podemos, habían levantado esa misma bandera en la campaña de las elecciones de diciembre de 2015. Luego fueron incapaces de llevar a la práctica ese objetivo. Por motivos que han generado ríos de tinta. No son despreciables. Pero, ¿qué habría ocurrido si Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera hubieran pactado un gobierno? ¿En qué habría terminado un PP nuevamente alejado del poder y con muchísima menos fuerza de la que tenía cuando eso mismo le ocurrió en 2004? ¿Qué cambios podría haber propiciado ese nuevo gobierno durante el tiempo que tuviera mando en plaza, que posiblemente no hubiera sido mucho?

Lo anterior no se dice para criticar a Pablo Iglesias por no haber dado su brazo a torcer ni para defender las tesis de Íñigo Errejón. Sería ridículo volver a ese debate a estas alturas de la película. Pero sí para sugerir que aquella incapacidad de pacto, sin indicar quien tuvo la culpa de la misma, marcó el fin de la dinámica de cambio que había hasta entonces en la política y en la sociedad española. Y mucha gente corriente así lo percibió entonces o un poco después.

Lo que vino luego era relativamente previsible. Era normal que el gobierno del PP siguiera actuando como si tuviera la mayoría absoluta, que siguiera despreciando al Parlamento hasta que los demás se juntaran para darle una colleja, que siguiera instrumentalizando las instituciones y manipulado la justicia para salvar sus muebles, que no modificara un ápice su política económica y social. ¿Cabía esperar de Rajoy un impulso de dignidad que le llevara a cambiar de hábitos, a escuchar las demandas de la ciudadanía, a ser un demócrata? No. Si tuviera algo de lo que había que tener para estar mínimamente a la altura de su papel en un país que salía de 10 meses de incertidumbre, lo primero que habría hecho sería dimitir.

Del PP no cabe esperar nada. Mientras pueda seguirá aplicando su rodillo. Y si en las próximas elecciones saca algún escaño más, que eso habrá que verlo, mejor que mejor. ¿Y de los demás?

Ayer Isaac Rosa describía con gran precisión las limitaciones y la mediocridad política de todos y cada uno de los aspirantes a la secretaría general del PSOE. Son pocas las esperanzas de que el nuevo líder encabece una auténtica renovación y de que el Partido Socialista cobre bríos para agitar el estanque de la política española. Susana Díaz tratará de instalarse en el mismo para conservar el poder que aún le queda. No parece que, aun ganando, Pedro Sánchez vaya a tener la fuerza interna necesaria para dar el golpe de timón que proclama en su campaña electoral. Y lo más probable es que Patxi López se quede en su condición de segundón, de la que nunca ha salido.

Ciudadanos está en una encrucijada. Si no vuelve a sus orígenes y asume que su futuro está en ser una alternativa de centro al PP puede encaminarse hacia la irrelevancia. Pero duda en dar ese paso. Debe tener limitaciones de todo orden para no atreverse a romper de verdad con la derecha. Su actuación en Murcia, incierta y dudosa, ejemplifica muy bien todo eso. Si el voto de Ciudadanos contra la ley sobre la estiba fuera la expresión de una nueva línea, podría esperarse que algo importante fuera a cambiar en el panorama político. Pero no está ni mucho menos dicho que Albert Rivera vaya a ir por ahí.

Dejando hoy de lado lo que pueda provocar la crisis catalana, que eso sí que es una incógnita, la pregunta que queda es si Podemos puede dar más de sí como fuerza de ruptura. Y la respuesta, obvia, es que eso va a ser muy difícil a no ser que a lo que hoy tiene consiga sumar una movilización social de verdad, que se convierta en protagonista político. Y eso en estos momentos no se atisba. De lo que cabe deducir que en la actual fase a lo más que puede aspirar Podemos es a mejorar sus resultados electorales. Incluso mucho si al PSOE le va muy mal.

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