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No estamos solas, dice

Barbijaputa

Ayer aparecieron los cuerpos de Laura y Marina, las dos chicas desaparecidas en Cuenca el 5 de agosto. El principal sospechoso de los asesinatos es el ex de Marina. Ella le había pedido a Laura que la acompañara a casa de él para recoger algunas pertenencias y nadie volvió a verlas. La sociedad vuelve a horrorizarse por otro desenlace abominable, pero vuelve a ponerse la venda en los ojos ante el hecho, escandolosamente cotidiano, de que las mujeres necesitamos ir acompañadas a la que fue nuestra casa a recoger nuestras cosas, porque sabemos que quien nos espera tras la puerta, un día nos amó pero hoy es sólo un hombre y, como tal, puede hacerte daño. El clamor no es que Marina pidiera ayuda para no estar a solas con su expareja, y que esto sea una práctica habitual. No. Eso es lo normal, porque los hombres, pues ya se sabe, se ponen violentos, son así, lo llevan en los genes, pierden la cabeza, son muy pasionales. Así que todo vuelve a centrarse en el desenlace: el clamor es sólo que las mató.

Cuando una mujer rompe con su pareja de una forma no consensuada, también es habitual que alguien se ofrezca a acompañarla, casi siempre un hombre. No hace falta que en la relación haya habido malos tratos para que se tome esta y otras muchas precauciones. Un hombre que deja a su chica no necesita ir acompañado de un hombre –mucho menos de una mujer– para recoger sus cosas e irse para siempre.

Este miedo que sentimos se suma a muchos otros que nos hacen modificar comportamientos desde bien pequeñas, de hecho, nos enseñan a modificarlos. Ya desde la infancia nos aconsejan sutilmente cómo evitar ser agredidas sexualmente: no hables con extraños, no te quedes a solas nunca con este u otro hombre (con las mujeres podemos estar cuánto y cómo queramos), no te montes en el ascensor con desconocidos… y mientras crecemos, seguimos adaptándonos a la realidad del papel que tenemos asignados por nuestra propia seguridad: no andar sola por la calle de noche, elegir rutas hacia casa que sean más seguras aunque sean más largas, dar teléfonos falsos en discotecas, no dejar jamás nuestra copa sola, vestir sin enseñar “demasiado” y un lista de precauciones sin fin.

Además de medidas para no sufrir agresiones, tenemos que poner atención en no herirlos a ellos. Por ejemplo, en su orgullo: no coquetees con un chico si no piensas llegar hasta el final (siendo el final lo que él considere que es el final, no tú, que tú eres la mujer). Y también medidas para no herir su sensibilidad como, por ejemplo, desarrollar técnicas dignas de Mata Hari cuando estás con la regla y te quedas sin tampones; si hay hombres cerca, has de pedirle uno con todo el disimulo del mundo a tu amiga o compañera del trabajo, para que ninguno tenga que visualizarte menstruando, porque es muy desagradable. No deja de ser revelador que algo tan cotidiano como la menstruación nos dé tanto pudor, y ni siquiera nos damos cuenta de que este pudor está intimamente relacionado con la invisibilización de la mujer en la sociedad. No conozco a ninguna mujer que haya pedido una compresa a otra de una forma natural. El ritual para hacerlo es levantarse, acercarse a otra, pedírsela casi en un susurro, entonces ella sacará disimuladamente de su bolso un neceser, lo abrirá sin que nadie la vea y, como quien te está pasando droga, te dará la ansiada compresa, que tú meterás corriendo en el bolsillo del pantalón y no sacarás hasta que estés en el baño con la puerta cerrada.

Unas se adaptan de mejor grado a lo establecido y otras se rebelan todo lo que pueden, pero todas, absolutamente todas, crecemos con los mismos miedos y pudores en nuestra espalda. Quizás lo más peligroso es cómo la sociedad los normaliza porque, cuando algo es 'lo normal', no es necesario cambiar y se perpetúa. Nadie se horroriza porque las mujeres tengamos que poner cuidado hasta en decidir cuándo nos vamos a casa porque, a partir de según qué hora, vamos a pasar miedo. Ni siquiera muchas de nosotras nos damos cuenta de que son miedos que tenemos, simplemente, por ser mujeres.

El machismo es un problema político, además de cultural, y nos afecta a todas; incluso hasta la que esté leyendo estas líneas meneando la cabeza. Por eso, todas deberíamos tener en cuenta cuáles son las políticas de igualdad que programa y aplica el partido al que tenemos pensado votar. Y sin ningún género de dudas, debería ser imperdonable para cada mujer de este país, que mientras este Gobierno recorta en un 37% el presupuesto de políticas para promocionar la igualdad, el presidente del mismo tuitea esto cuando un hombre quema viva a su pareja en su lugar de trabajo:

Que no estamos solas, dice. No, claro. Nos acompaña siempre una amiga.

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