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No sabemos nada de lo que va a ocurrir

El presidente de una mesa corta el precinto de una urna. / Efe

Carlos Elordi

Si por un momento fuéramos capaces de olvidarnos de las encuestas, de la propaganda electoral disfrazada de análisis y de las opiniones que difunden los medios, descubriríamos que lo que puede ocurrir en el panorama electoral español es una incógnita, por donde quiera que se mire. Empezando por las elecciones andaluzas y siguiendo por las municipales, autonómicas y catalanas, para terminar con las generales. Bastaría un argumento para llegar a esa conclusión: el que la mitad de las personas con derecho a voto sigue sin pronunciarse en las encuestas. Ese dato es incontrovertible y no admite interpretaciones técnicas al uso.

Ese porcentaje de indecisos, de abstencionistas y de gente que oculta su voto no tiene precedentes a estas alturas del calendario. En manos de esos muchos millones de españoles está la suerte de todas las convocatorias electorales. Y los instrumentos de análisis de que disponen los institutos demoscópicos no sirven para pronosticar cuál será su decisión final. Primero, porque una parte de ese 50 %va a votar a Podemos y Ciudadanos, que son partidos nuevos, y con ellos no se puede usar la herramienta del recuerdo de voto, que es una de las claves de la imprescindible “cocina” de las encuestas. Las técnicas demoscópicas permiten predecir cuantos de los que votaron a un determinado partido en las elecciones anteriores volverá a hacerlo en éstas aunque no lo confiese. Pero cuando en el juego hay partidos nuevos, y más si su voto potencial no es pequeño, las encuestas tienen mucho de especulación.

Hay una enorme incertidumbre sobre qué van a hacer los que votaron al PP y al PSOE en anteriores comicios y que ahora dicen que no saben lo que van a hacer. Que callen encuesta tras encuesta, y ya desde hace más de dos años, es un dato no despreciable. Porque indica una actitud firme, que no ceja a pesar de que las convocatorias estén cada vez más cerca. Apoyándose únicamente en su opinión personal, algunos creadores de opinión están convencidos de que, al final, una parte sustancial de los electores del PP que ahora se callan votarán al partido de Mariano Rajoy. Otros, o ellos mismos, dicen que algo parecido ocurrirá con los del PSOE.

Pero, ¿y si no es así? ¿Y si esa negativa a contestar expresa una decisión ya muy sólida, la de no volver a votar a partidos que, en su opinión, han cometido demasiados desmanes como para que puedan merecer su apoyo? El rechazo masivo a la corrupción o el pesimismo mayoritario sobre la situación económica que siguen registrando las encuestas podría sustentar esa hipótesis. Sigue siendo perfectamente posible que un porcentaje importante de los antiguos votantes del PP y del PSOE les den esta vez la espalda. Votando a Podemos y a Ciudadanos o absteniéndose, tal vez más en el caso del primero. Pero puede ocurrir lo contrario. Que, al final, se imponga la consideración de que vale más lo malo conocido.

Que cada cual se apunte a lo que más le guste o a lo que le dicte su pasión política, que para los no profesionales la política es más bien pasión, sobre todo cuando hay elecciones. Pero para intuir mínimamente por donde pueden ir los tiros es preciso esperar a que lleguen los primeros resultados electorales. Es decir, a que tengan lugar las andaluzas. Por muy particulares que éstas sean, en distintos sentidos, de Andalucía pueden llegar señales claras de cuál es la actitud de la gente que hoy se calla. Eso sin olvidar que los resultados andaluces pueden influir en las elecciones que vendrán después.

En todo caso y más allá de las encuestas, la experiencia personal dice que la gente, seguramente la abrumadora mayoría de los ciudadanos, vive con intensidad el actual momento político. Cada uno a su manera, con una  gama de criterios que deja en ridículo el limitado elenco de argumentos que se aducen en las tertulias o en el parlamento. Simplificar el debate que se está produciendo en la calle equivale a no enterarse de nada. La lista de motivos que la gente esgrime en privado para votar a uno u otro partido es muy larga y muchos de ellos son hasta sorprendentes. No pocos han decidido su voto en función del recuerdo de las cosas, buenas y malas, que unos y otros han hecho en asuntos que para la mayoría, y para los analistas, pueden ser secundarios, pero que para ellos son fundamentales. Y ninguna campaña va a cambiar esa decisión.

En definitiva, que hay que esperar. Es ridículo negar que en España sople un viento de cambio. En los últimos años han pasado demasiadas cosas, no pocas terribles, como para que la ciudadanía no reaccione. Esa reacción es palpable. Y no sólo porque haya aparecido Podemos y Ciudadanos. Sino también porque entre los seguidores de los partidos tradicionales, grandes y pequeños, hay gran inquietud, enfado, si no alarma. Además, todos y cada uno de esos partidos están hechos unos zorros. El retraso de Rajoy a la hora de anunciar sus candidatos autonómicos y municipales es, sobre todo, un indicador claro de que el líder no controla a sus huestes. Y la corrupción empieza a ahogar al PP. Pedro Sánchez se esfuerza en hacer creer que en su casa no ocurre algo parecido. La suerte de IU está en el alero. Y la caída de UPyD parece imparable.

Unas y otras cosas indican importantes corrientes de cambio. Lo que está por ver es si el calendario electoral de 2015 les va a dar forma política significativa. Puede que sí o puede que no. Hoy por hoy, no se sabe.

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