El museo Museo Thyssen-Bornemisza, que este año demostró el amplio espectro de sus actividades al subastar en Christie’s La esclusa (The Lock, 1824) de John Constable por un valor de 20 millones de libras (24,8 millones de euros), obra que había sido adquirida por el barón Heinrich von Thyssen en 1990 a Sotheby’s por 10,78 millones de libras (casi 13 millones de euros), sigue dando pruebas de su potente marketing en el negocio del arte anunciando una exposición dedicada al hiperrealismo. Según expresa a Europa Press Guillermo Solana, conservador jefe del museo, se augura una gran asistencia de público a la misma ya que “el hiperrealismo es algo que siempre el público demanda en todas partes”. Obviamente, el género es algo que tiene un gran atractivo popular pero no tanto por su carácter artístico como por su factura artesanal. Asombra al gran público que, por ejemplo, Richard Estes reproduzca cada pliegue del agua del río Hudson mientras un transbordador lo atraviesa, así como también atrae recorrer con los ojos cada una de las ventanas que Antonio López —sin ser hiperrealista— ha pintado en su famoso cuadro de la Gran Vía. Si se mira una foto en la que el viento arrebata el cabello de una mujer, puede que nos detengamos en la luz o en la belleza de la figura. En una pintura hiperrealista el observador se queda obnubilado ante el titánico trabajo del artista al pintar pelo por pelo. Ese olimpismo es lo que atrae. Esa fascinación que se encuadra en el arte al pretender superar la realidad. Ser más real que la figura representada. El reality show tiene una vocación similar. Y una intención original de convocar audiencias como el museo. Demasiadas coincidencias.