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Tiempos de bohemia y hambre

Paula Corroto/DK

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Vuelve la barba, el pelo desgreñado, la pipa y el abrigo tres cuartos. Y no, esto no es un anuncio de moda. Esto es el retrato del hambre y la miseria, pero también de la creatividad. Tiempos duros. Estética bohemia. Es lo que tienen los recortes en la cultura. Vuelve el romanticismo siglo XIX. Botas raídas pintadas por Van Gogh, el rostro de Rimbaud. Como si no hubieran pasado dos siglos de todo aquello.

Por eso quizá la exposición Luces de Bohemia, que se acaba de inaugurar en la Fundación Mapfre de Madrid (hasta el 5 de mayo) estaba estos días hasta los topes. Incluso a la hora del almuerzo. Quizá por eso su comisario, Pablo Jiménez Burillo, haya escrito a la entrada de la muestra eso de “jóvenes talentos condenados a vivir en la miseria para defender su arte”. Muchos artistas, escritores, músicos del siglo XXI podrán sentirse identificados. Casi todo aquel que le dé a la tecla en estos días podrá ver su rostro en el Retrato de Baudelaire, de Émile Deroy o en el Autorretrato atribuido a Delacroix.

Una caravana de gitanos pintada por Van Gogh abre esta exposición que a día de hoy ha tenido menos presencia mediática que Impresionistas y Postimpresionistas, también en la Fundación Mapfre. Si bien todos los medios se han hecho eco de esta última, como hemos leído en El País o El Mundo, Luces de Bohemia posee un sabor mucho más actual. Tras la caravana de Van Gogh llegan un par de salas dedicadas a los gitanos, quienes en aquellas décadas del XIX, fueron un ejemplo para los artistas bohemios por su vida libérrima. Pinturas de Coubert y Manet que retratan a las gitanas echadoras de cartas y lectoras de la buenaventura y que inspiran un nuevo modelo de mujer. “Es la atracción por la otra, por la mujer que es capaz de transgredir la norma, y frente a la mujer burguesa, podía vestirse de atrevidos colores, soltarse el pelo, sonreír y mirar directamente al hombre”, escribe Jiménez Burillo. Mujeres medio desnudas y el pelo revuelto que partían de las influencias literarias de la Esmeralda, de Victor Hugo, o la Carmen, de Mérimée.

El individualismo romántico y el dandismo de tono desencantado y melancólico se muestran de forma descarada en el Autorretrato de Goya o el retrato de Franz Liszt, aunque posiblemente el lienzo que mejor señale a esta bohemia libre, pero pobre, sea Arte, miseria, desesperación y locura, de Jules Blin (1880) en el que se puede observar a un hombre desharrapado, posiblemente un pintor, que pisotea un cuadro mientras empuña una pistola. Es el rostro de la ira y la impotencia.

La bohemia alcanzó su cénit (o su emancipación como estilo artístico) con la ópera La Bohème, que Puccini estrenó en 1896. De ahí a la estética del barrio parisino de Montmartre sólo había un paso, como demuestran los lienzos sobre los cabarés de la época (el Moulin de la Galette) o los emblemas de Le Chat Noir y Au Lapin Agile, dos de los cabarés parisinos frecuentados en aquellos años. Los rostros de Paul Verlaine y Arthur Rimbaud en el cuadro Un rincón de mesa, de Henri Fantin-Latour (1872) miran al visitante con cierto desencanto. Y entre medias se avista La ventana de mi taller, de Marià Pidelaserra (1900-1901).

Se cierra la exposición con un breve recorrido por la bohemia barcelonesa con cuadros de Ramón Casas, Santiago Rusiñol y algunos de los dibujos que Pablo Picasso hizo para Els quatre gats, el cabaré que abrió en Barcelona a principios del siglo XX y que trataba de imitar a Le chat noir. Eran tiempos de bohemia, sí, pero también de hambre y miseria. Bienvenidos al siglo XXI.

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