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Remolinos X sobre la cabeza de Sasha Grey

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Jordi Costa

En ‘Más allá de la memoria’, uno de los relatos breves incluidos en el volumen Reproducción por Mitosis y otras historias (Editores de Tebeos) de Shintaro Kago, maestro del eroguro –el erotismo grotesco japonés- y orfebre de la pornografía metalingüística, los personajes padecen el síndrome de la Acumulación de Viñetas: “Es una extraña enfermedad que provoca que las viñetas a las que pertenezco no pasen a formar parte del pasado, sino que las arrastro indefinidamente”, explica la protagonista.

La plaga no tarda en tener su devastador efecto en las relaciones sociales: el marido adúltero arrastra, irremediablemente, las viñetas que cuentan el encuentro con su amante, el policía lleva consigo la estela de situaciones que le sancionan como corrupto, y la chica recatada luce sobre su cabeza una constelación de imágenes pornográficas, insertos de su vagina penetrada con vehemencia por un compañero ocasional… En la obra de Kago, los radicales mecanismos de deconstrucción formal –viñetas que se reproducen por mitosis y mutan en discursos monstruos; imágenes que se atomizan en busca de la última unidad significante; encuadres que se alteran para revelar tramas secretas- amplifican ocurrencias de extrema crueldad sexual, pero, al final, el discurso acaba desembocando en una idea de agresiva idiotez, como si la unidad finalmente indivisible en el tejido de la realidad fuera la chorrada. En ‘Más allá de la memoria’, por ejemplo, la protagonista llega a la conclusión de que, si se pone a comer sistemáticamente hojitas prensadas de alga, quedarán perfectamente camuflados sus encuentros eróticos: el rectángulo del alga prensada como equivalente formal del rectángulo censor que tapa los genitales de los actores en el porno japonés.

Si Sasha Grey viviese en esa historieta de Shintaro Kago, también arrastraría una sucesión de viñetas clasificadas X: sus años como figura icónica de un porno hpster, musa del sexo extremo capaz de citar a Jean-Luc Godard y protagonizar uno de los trabajos más interesantes del último Soderbergh, The Girlfriend Experience (2009), gran film-ensayo sobre la desesperación que engendra el materialismo lúbrico cuando llega a su colapso, una antiutopía donde la prostituta ya no vende sexo, sino simulacros de afecto a virilidades en bancarrota… todo ello sobre un paisaje de fondo donde sólo pervive la transacción, lo que, de hecho, definió al oficio más viejo del mundo.

Conozco a Sasha Grey en el rodaje de Open Windows, la película que Nacho Vigalondo está rodando casi en secreto en Madrid, con Elijah Wood y Neil Maskell completando el reparto. Nadie diría que estamos ante una exestrella porno. Pero, de alguna manera, toda la memoria de ese pasado X sigue formando una corona invisible sobre su cabeza… como las viñetas imaginadas por Shintaro Kago. De hecho, si viviéramos dentro de ‘Más allá de la memoria’ todos seríamos, en mayor o menor medida, estrellas porno. La única diferencia es que uno puede acceder a la memoria X de una estrella real del porno con un solo click, mientras, de momento, a no ser que llegue la plaga de la Acumulación de Viñetas o que nuestro futuro inmediato sea como el último capítulo de la tercera temporada de Black Mirror –el de la memoria digitalizada unipersonal-, los insertos porno de nuestra vida permanecen en un limbo inaccesible.

Nacho Vigalondo está rodando la escena final de Open Windows con nueve cámaras. Sasha Grey interpreta a una exactriz (no necesariamente porno), cuyo rastro internáutico es el material que usa un perverso voyeur para victimizarla y forzar al personaje de Elijah Wood a convertirse en una suerte de caballero andante a su pesar. Narrada en tiempo real, Open Windows podría ser la cópula contra naturam entre La soga (1948) y La ventana indiscreta (1954) para los tiempos de una escopofilia patológica y global.

El comentario más escuchado en los alrededores del rodaje es que Sasha Grey no parece una exactriz porno. Como si las estrellas porno fueran, esencialmente, distintas a quienes las miramos, fantaseamos o nos excitamos con ellas. Veo que en la silla en la que estaba sentada Sasha reposa un libro: un ejemplar de The Russian Intelligence, la novela que Michael Moorcock escribió en 1960 sobre un agente secreto algo desastroso que, por una serie de malentendidos, era tomado por un James Bond en toda regla. Aquí puedo malinterpretar este libro sobre la silla e inferir que, en efecto, Sasha es la ex porno-star intelectual por excelencia. Lo que, sin duda, puede llegar a ser una asunción tan equivocada como la de quienes vean a la Sasha de Open Windows y piensen que aquello que la define son esas inmateriales viñetas X que se arremolinan sobre su cabeza.

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