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El nuevo Plan de inversiones para Europa no nos sacará de pobres

Juncker y la canciller alemana, Angela Merkel.

Fernando Gutiérrez del Arroyo

La recuperación en Europa se fortalecerá este año gracias a mayores niveles de confianza y menores desequilibrios de sus economías, siempre y cuando se eviten accidentes, sobre todo en Grecia. Un euro y un petróleo baratos remarán a favor. También los estímulos del BCE. Pero no esperemos demasiado del Plan Juncker: su impacto será limitado.

Jean-Claude Juncker escaló a la presidencia de la Comisión Europa (CE) con la promesa de relanzar la inversión mediante un nuevo entramado institucional que ya está perfilado. Tiene tres patas. La primera es el Fondo Europeo para las Inversiones Estratégicas (EFSI, por sus siglas en inglés). Este se dotará con 21.110 millones de euros “del bolsillo europeo” para movilizar 315.000 millones (es decir, alrededor de un 0,7% del PIB de la UE al año) con los que ejecutar proyectos entre 2015 y 2017. La segunda pata es la creación de dos órganos, el Centro Europeo de Asesoramiento para la Inversión (CEAI) y la Reserva Europea Transparente de Proyectos (RETP), que garanticen que los proyectos responden a necesidades reales. El CEAI será una “ventanilla única europea” que intermediará entre promotores, inversores y autoridades para identificar, preparar, desarrollar y financiar los proyectos, y la RETP informará de proyectos actuales y potenciales. Y la tercera pata es otra vuelta de tuerca del mercado único con nuevos cambios que garanticen la previsibilidad normativa, la armonización regulatoria y la eficiencia del gasto a escala europea.

El EFSI es el que más atención ha recibido. Sus 21.000 millones de dotación proceden de la UE (16.000) y del BEI (5.000), aunque la CE está intentando que los países reorienten otros fondos comunitarios y sumen contribuciones voluntarias a cambio de una interpretación más flexible de las reglas fiscales. De la parte de la UE, una mitad provendrá de reorganizar partidas comunitarias y la otra mitad de créditos de pago. Ambas nutrirán un Fondo de Garantía que servirá para asumir las pérdidas que puedan surgir de los proyectos que se lleven a cabo (first-loss tranche). Esta es una garantía necesaria para que los inversores se animen con los proyectos de mayor riesgo (y, previsiblemente, más valor añadido) que en ausencia de dicho fondo no considerarían.

La CE cree que podrá convertir 21.000 millones en 315.000 si se cumple un multiplicador 1:15 al que fía todo. Por cada euro “público”, quince de inversión. En esta versión comunitaria del milagro de los panes y los peces, la dotación de la UE se convertirá en 240.000 millones para inversiones (infraestructuras físicas y digitales, etc.) y la dotación del BEI en 75.000 para financiar a pymes y empresas de mediana capitalización. Ya se han contabilizado unos 2.000 proyectos por valor de 1,3 billones de euros, de los que 53.000 millones son españoles, la mayoría en el ámbito de la energía.

El Plan ha recibido objeciones. Parte de la premisa de que la inversión ha caído unos 400.000 millones desde 2007 y que su recuperación ha venido rezagada frente a la de otros rubros del PIB, como el consumo. Sin embargo, se ha cuestionado que exista en realidad un gap de inversión. Por un lado se argumenta que es un sinsentido recuperar los niveles previos a la crisis, que estaban “inflados” por una burbuja crediticia que canalizó cuantiosísimos recursos a destinos poco rentables socialmente, como el ladrillo. Era lógico que dicha burbuja se desinchase y es deseable que veamos que la inversión se estabiliza ahora en niveles inferiores. Por otro lado, una demografía adversa (la población en edad de trabajar está empezando a caer) y una productividad estancada significan menores tasas de crecimiento potencial en las próximas décadas. En este contexto la economía requerirá menos inversión para mantener constante la ratio capital-producción. Es decir, se necesitarán menos máquinas por trabajador que antes.

Asimismo, la escasa aportación de “dinero fresco” al Plan de inversiones ha generado muchas dudas. Relanzar la inversión requiere de algo más que reorientar fondos del presupuesto comunitario y proponer que los países pongan de su bolsillo. Además, los 21.000 millones iniciales tampoco están disponibles ya sino que se irán acumulando hasta 2020 pese a que los proyectos deben llevarse a cabo entre 2015 y 2017. Esta escasa “potencia de fuego” –sin apenas recursos nuevos y que llegarán solo paulatinamente- justifica la tímida acogida del Plan.

Por último, los bancos nadan en liquidez. No están queriendo, sabiendo o consiguiendo encontrar proyectos que financiar y prefieren devolver sus préstamos al BCE antes de tiempo (más de 700.000 millones hasta ahora, al menos). Mientras, Draghi se prepara para inyectar un billón más de vuelta a la economía. Ante este panorama, ¿Por qué los 21.000 millones “europeos” habrían de cambiar las cosas? ¿No habrá algo estructural y soterrado que explique por qué la liquidez no se transforma en inversión? Candidatos no faltan: puede que estemos a las puertas de un estancamiento secular, en donde los periodos de muy bajo o nulo crecimiento serán la norma. Puede que la estructura disfuncional de la eurozona –cuyo resultado son periodos recurrentes de incertidumbre, turbulencias y contagio- desanime al inversor, o que existan muchos tipos de barreras que frenen sus proyectos.

Pese a todo, el Plan contiene indudables avances. En primer lugar, su diseño responde a las restricciones actuales: la única solución aceptable, desde el punto de vista político y financiero, pasaba por no apoyar la financiación del Plan en las maltrechas finanzas públicas de los Estados miembros, cuya sostenibilidad en diversos casos sigue en entredicho.

En segundo lugar, pese a la escasez de recursos del EFSI puede que el éxito del Plan acabe estando precisamente en sus otras dos patas: que se gaste “bien” (en proyectos de demostrado valor, sin “cuotas” nacionales o sectoriales, con control y transparencia) y que las empresas se decidan a invertir animadas por un clima regulatorio adecuado y estable. Lo mismo el Plan acaba ofreciendo garantías suficientes a ojos de los inversores, así que debemos dar a la Comisión el beneficio de la duda. Además, un esquema integrado puede ayudar a que distintos proyectos entre países, históricamente trabados (la interconexión energética España-Francia, por ejemplo), se lleven por fin a cabo. Estos podrían reforzar la integración del mercado único.

Por último, y no menos importante: el diseño elegido podría suponer un precedente de “eurobonos por la puerta de atrás”. Una de las opciones del Plan es que el BEI se endeude apoyándose en el Fondo de Garantía. El devenir de su deuda será solidario. Y el nuevo programa de compras de bonos del BCE a partir de marzo incorpora adquisiciones de deuda Europea (de los mecanismos de asistencia del FEEF y MEDE, así como del BEI) por importe de 114.000 millones de euros. Estas compras las llevarán a cabo el BCE o los Bancos Centrales Nacionales por mandato del propio BCE, y las pérdidas y beneficios que eventualmente surjan a se compartirán entre los países del euro. Por tanto, aunque a paso de tortuga, estamos un escalón más cerca de la unión fiscal.

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