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Podemos y las envenenadas calendas (electorales) griegas

Pablo Iglesias dice que "nadie va a hacer los deberes de los griegos ni de españoles"

Ignacio Molina

La aparición estelar de Pablo Iglesias en el mitin central de campaña de Syriza del pasado jueves y las constates alusiones de Alexis Tsipras a los paralelismos de rebelión anti-austeridad en Grecia y España han vinculado de manera nítida a ambas formaciones en el imaginario de sus respectivos votantes. Nadie parece cuestionar entonces que una victoria de la izquierda radical en las elecciones griegas que se celebran hoy supondría una excelente noticia para Podemos.

Sin embargo, quien firma este análisis tiene serias dudas. La razón de ese escepticismo es que dos de los tres escenarios-tipo que se abren en Grecia en el caso de que Tsipras consiga ser elegido primer ministro son potencialmente muy nocivos para las expectativas de su fuerza homóloga en España y el único que resulta positivo parece políticamente imposible de que tenga lugar antes de las elecciones españolas. Veámoslo uno a uno.

El primero de los escenarios, el más catastrofista en el corto plazo y también el menos probable, implicaría la salida del euro (o tal vez de la UE en su conjunto) de Grecia tras un choque entre el maximalismo de su nuevo gobierno y la intransigencia de la Troika y los demás estados miembros de la UE.

No es este el momento de detenerse en los detalles sobre la plausibilidad del “Grexit” o en los mecanismos concretos a través del que podría implementarse pero todo apunta a que un desafío abierto al BCE, a la Comisión y a los estados acreedores en forma de incumplimiento unilateral del memorando llevaría a la reacción de estos forzando la expulsión griega de la UEM o, en su caso, su destierro temporal a una suerte de europurgatorio (ampliando los castigos que en cierto modo el país ya sufre, tal y como se ha demostrado esta misma semana en la rueda de prensa de Mario Draghi).

Con independencia de que haya quien defiende la conveniencia de esa salida para la sufrida población de los países periféricos, lo cierto es que hay coincidencia total en que sería un desastre económico en el corto plazo y, en todo caso, un enorme fracaso político para Tsipras. Por diversos motivos, la inmensa mayoría de sus votantes no desea volver al dracma hasta el punto de que, por sorprendente que pueda parecer, hoy el euro tiene más defensores que antes de la crisis. Es perfectamente perceptible el demoledor efecto demostración sobre los potenciales votantes de Podemos que tendría una situación así: salida de capitales, “bank run”, corralito financiero, pérdida de riqueza e incluso humillación nacional.

Por suerte, nadie tiene interés en el escenario anterior aunque, curiosamente, la constatación en Bruselas, Fráncfort o Berlín de que Syriza no desea abandonar el euro debilita la posición negociadora del nuevo gobierno y abona las posibilidades del segundo escenario-tipo, que es también muy negativo y que básicamente consiste en que no ocurra nada. Es muy probable que lo primero que hiciera un hipotético gobierno de Tsipras fuese solicitar una extensión técnica del programa económico de ajuste y ganar tiempo para presionar a la UE sobre una reestructuración de su deuda.

Es cierto que todos los demás estados miembros prefieren a día de hoy que Grecia permanezca en el euro pero también es verdad que desde 2012 se han construido importantes cortafuegos y ni los acreedores están ahora tan expuestos como entonces a un impago, ni los deudores parecen condenados a sufrir desestabilización, tal y como demuestra el comportamiento muy distinto que han tenido la prima de riesgo griega y la de los demás países periféricos en las últimas tres semanas.

Por eso la teoría de la cadena (que puede fortalecerse si se separa el eslabón débil) compite con la teoría del dominó (si Grecia cae, un país tras otro podría desestabilizarse y el proyecto del euro fracasaría). El miedo a la incertidumbre hace que la segunda teoría tenga aún muchos más partidarios entre las capitales nacionales, y desde luego las instituciones, pero Syriza sabe que en un auténtico pulso a Alemania, lo más probable es que ésta no aceptase amenazas y acabara abrazando la hipótesis de la cadena dejando caer a Grecia, tal vez junto a la concesión de nuevos avances en la integración para evitar riesgos de contagio a resto de la periferia.

Lo cierto es que los precedentes de llegada al poder de gobiernos de izquierda impugnando las políticas de austeridad no son muy esperanzadores para la posición negociadora de Tsipras. Si Hollande o Renzi, desde el segundo y tercer estados más importantes de la Eurozona, no han sido capaces de alterar significativamente la rigidez intelectual y política de Alemania, ¿va a ser capaz de hacerlo un líder sin apenas aliados en Europa y desde un país que no supone ni el 2% del PIB total? Tampoco vale consolarse aludiendo al carácter “socialdemócrata” de aquellos frente a una izquierda radical supuestamente más valiente pues, no en vano, el rescate más duro producido hasta la fecha fue el que aceptó Chipre en 2013, gobernando entonces un partido eurocomunista que comparte adscripción con Syriza en el Parlamento Europeo. Y está claro que, si como consecuencia de todo eso, la llegada al poder de Tsipras solo supone continuidad con la actual situación, la apelación de Podemos a la ilusión del cambio se vería muy dañada.

Hay luego otros varios escenarios intermedios que, en mayor o menor medida, son también todos dañinos para el partido español que ha colocado en su propio escaparate lo que pase en Grecia a partir de hoy: (a) un resultado muy ajustado que impida formar gobierno y aumente la inestabilidad del país, (b) la necesidad de que Tsipras pacte con socios pocos deseables (como los populistas euroescépticos de derecha), (c) el desdibujamiento de su programa si la coalición es con socialdemócratas o liberales, o (d) la fractura de Syriza entre las facciones marxistas radicales y las más reformistas.

Pero aun hay un tercer escenario-tipo que merece la pena examinar porque es la del éxito deslumbrante que lógicamente sí beneficiaría a Podemos; esto es, que en el tiempo que va desde ahora hasta las elecciones españolas, un gobierno de Syriza consiga arrancar una modificación sustancial de las condiciones del memorando. Esto se lograría bien porque tuviera éxito el pulso maximalista y el resto de actores europeos se arrugaran ante la posibilidad del dominó o bien porque Tsipras realmente convenciera a estos de llegar a un nuevo pacto en el que se flexibilizaran de manera visible las condiciones de pago de la deuda y de recortes a cambio de profundas y creíbles reformas en el Estado griego que fueran a la raíz de las vulnerabilidades de un país con baja competitividad y con una administración clientelar.

El problema es que este escenario, probablemente el más razonable de todos, es imposible que ocurra o, al menos, que ocurra antes de que los votantes españoles de Podemos vayan a las urnas habiendo constatado que la situación en Grecia ha mejorado. En el plazo de este año es completamente implausible que nadie acceda en la UE a representar ese gran acuerdo. Hay elecciones a la vuelta de la esquina en Finlandia, el más duro de los países acreedores y en donde es previsible que la campaña gire en torno a la necesidad de no ser comprensivos con Grecia.

Pero, sobre todo, habrá más tarde elecciones en España, un país mucho más importante para la estabilidad europea, que se quiere presentar como modelo de éxito en la política de ajustes y reformas, y en donde una fuerza similar a Syriza encabeza las encuestas. Es desde luego paradójico que el éxito de Podemos en los sondeos sea una de las principales causas de debilitamiento de Tsipras, al menos durante los primeros diez meses en los que estaría abocado al decepcionante segundo escenario, el del statu quo, o si no se resigna a él, al primero de la expulsión. Pero, a su vez, la previsión casi segura de que la llegada al poder de la izquierda radical griega no supondrá apenas cambios durante 2015, dañará a Podemos y su mensaje de cambio.

Resulta curioso concluir que, pese a ese abrazo en Atenas y a la sincera alegría que causa en ambos el éxito mutuo, lo que más convendría a cada uno es que el otro no existiera. Al menos, no todavía.

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