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Sobre este blog

Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.

Ideas para poner la economía al servicio de la vida

Manifestación del movimiento Occupy Wall Street, en octubre de 2011. La pancarta dice: "Empleos, educación, asistencia sanitaria".

Ricard Ruiz de Querol

En la introducción a La economía rosquilla (Paidós, 2018), la economista británica Kate Raworth sostiene: “necesitamos una nueva historia económica, un relato de nuestro futuro económico común que sea apropiado para el siglo XXI. Pero hay algo que no debemos olvidar: los relatos más potentes de la historia han sido siempre los que se han narrado con imágenes”. De ahí el título y uno de los ejes del libro.

La sustancia de su rosquilla es el área (bidimensional) entre dos círculos concéntricos. El exterior marca el límite del techo ecológico, más allá del cual se pone en riesgo la sostenibilidad del planeta. El círculo interior contiene el conjunto de necesidades sociales que satisfacer mediante la actividad económica: las materiales, como el agua, la energía, el alimento, la vivienda; las vitales, como la educación o la salud, y también las sociales, como la paz, la justicia, la equidad social, la igualdad de género y la participación política. Traspasar este círculo hacia el interior implica privaciones sociales. La zona entre ambos círculos sería así “el espacio seguro y justo para la humanidad”, un espacio que la actividad económica debería contribuir a crear y sostener.

A partir de esta metáfora, el resto del libro desarrolla lo que promete en portada su subtítulo: ‘7 maneras de pensar la economía del siglo XXI’. Esta frase contiene a la vez tanto el principal atractivo como su principal carencia.

Empecemos por los aciertos. El primero de ellos es la elección de esos siete temas: (1) Dejar de considerar el PIB el primer objetivo de la actuación económica; (2) incardinar la economía en su contexto natural y social, lo que incluye desde el impacto medioambiental hasta el papel del mercado y del Estado, como también el rol de las familias y las actividades sin retribución; (3) centrarse en una visión integral de la naturaleza humana, abandonando la dañina metáfora del hombre económico racional; (4) tomar en cuenta la naturaleza sistémica del medio ambiente y de la propia sociedad implica que estén en equilibrio dinámico; (5) practicar un diseño económico en que el crecimiento va asociado a una distribución equitativa y (6) a la regeneración de recursos, en la línea de la economía circular, y (7) explorar cómo las economías que son financiera, política y socialmente adictas al crecimiento podrían aprender a vivir del mismo modo con o sin él.

Las propuestas se describen en un lenguaje claro y accesible sin necesidad de conocimientos previos. Pero el planteamiento tiene una carencia: se trata de propuestas para pensar la economía, no para cambiarla. Aborda de modo convincente el ¿para qué cambiar la economía? y ofrece pistas sobre ¿qué cambiar? Pero se detiene antes de abordar quién y cómo llevar estos cambios a la práctica. Un síntoma de esta carencia: el concepto de liderazgo, necesario para todo cambio, no aparece ni en el índice. ¿Recogerá alguien el reto?

[Este artículo ha sido publicado en el número de verano de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

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