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Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.

Los tsunamis no se surfean

La revolución tecnológica trae consigo ganadores y perdedores.

Ricard Ruiz de Querol

Si el impacto de las tecnologías emergentes se asimila al de un tsunami, ¿será porque su efecto destructivo, cuando menos a corto plazo, resulta más verosímil que el de sus beneficios potenciales? El libro El tsunami tecnológico (Deusto), de Ángel Bonet, admite varios niveles de lectura.  Ofrece una explicación accesible y bien estructurada de nueve tecnologías emergentes (biotecnología, nanotecnología, impresión 3D, robótica, internet de las cosas (IoT), inteligencia artificial (IA), la nube, comunicación móvil y vehículos autónomos) y de sus aplicaciones previsibles para las personas y las empresas. Experto en marketing y ejecutivo del sector tecnológico, el autor vende bien su discurso, que, por otra parte, no difiere mucho de otras apologías tecnófilas.

Pero el libro apunta más alto. Pretende también motivar a los empresarios para que adopten una estrategia basada en las nuevas tecnologías, porque solo eso les hará posible sobrevivir en los próximos 20-30 años. La argumentación del autor se basa en una confianza sin límite en la capacidad de evolución de las tecnologías consideradas y del alcance de sus aplicaciones. Afirma de forma categórica, por ejemplo, que “la IoT transformará nuestro hogar (smart home) y nuestra forma de vivir en comunidad (smart city)”, lo cual parece plausible. Pero quizá no lo sea afirmar: “sin duda alguna, la biotecnología va a permitir alargar la vida hasta límites ahora insospechados”, que “en solo 10 años un porcentaje significativo de personas tendrá un robot humanoide en casa” o que “el ‘amor’ entre el hombre y la máquina es absolutamente imparable, hasta el punto de que la fusión hombre-máquina será total en el futuro”.

En el escenario de una transformación que se presenta a la vez como total, inevitable y deseable sin matices, el autor considera imperativo adaptarse para no quedar marginado como ciudadano o desaparecer como empresa. Estas deben adoptar una base tecnológica, los líderes tienen que cambiar sus organizaciones, las Administraciones deben facilitar la adopción de las tecnologías y eliminar los obstáculos que entorpezcan su despliegue. Pero no tiene por qué ser así necesariamente. Las ventas de productos como los libros en papel, los discos de vinilo y los relojes analógicos desmienten muchas predicciones anteriores, un fenómeno que puede repetirse.

Para quienes compartan sin espíritu crítico el planteamiento normativo del autor, este libro puede motivar una reflexión sobre su futuro profesional o el de sus empresas, por si acaso se materializan las predicciones sobre el impacto futuro de las tecnologías emergentes. No encontrarán, sin embargo, orientaciones sobre los qués, los cómos y los quiénes de las transformaciones en su estrategia, liderazgo, cultura y organización que se proclaman como necesarias.

Por último, una observación que es más que lingüística. El dibujo del autor, de trazo grueso en blanco y negro, obvia mencionar que no es la disrupción tecnológica lo que genera la transformación económica y social. La tecnología es solo un instrumento que utilizan quienes invierten en su desarrollo o en su difusión. Y lo hacen con propósitos y valores en muchos casos más alineados con el liberalismo de mercado que con un objetivo de bienestar social. Como sucedió en la Revolución Industrial, la nueva revolución tecnológica generará ganadores y perdedores; el discurso tecnoutópico que reproduce este libro responde sobre todo a los intereses de los primeros.

Hay brechas muy importantes en la mentalidad, lenguajes e incluso valores entre quienes abogan por una disrupción tecnológica sin matices y el mucho talento que hoy por hoy trabaja en empresas e instituciones de la vieja economía. No parece razonable, como parece sugerir el autor, que mucho de este último talento se pueda dar por amortizado e irrecuperable para así dejar paso a quienes asumen como prioridad extender el mercado de la tecnología. Más aún cuando el objetivo de exponencialidad que prima entre los inversores en tecnologías emergentes hace que, como ha sucedido con las redes sociales, que algunas se estén introduciendo con poca o nula prevención sobre sus daños colaterales e incluso el riesgo de que se utilicen directamente como instrumento de delitos.

Un último comentario haría referencia al subtítulo del libro, que propone surfear el tsunami tecnológico, un tsunami no se surfea. Ante la perspectiva de una ola de potencial destructivo, lo prudente es reubicarse y, si no hay tiempo, ponerse a salvo refugiándose en un terreno elevado, aunque sea con la perspectiva de construir luego sobre los restos de la catástrofe. Que es, dicho sea de paso, por lo que con mucha probabilidad apuestan quienes están creando este tsunami que, a diferencia de los marítimos, no deja de ser una creación artificial.

[Este artículo ha sido publicado en el número 65 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

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