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Ruptura entre ciudadanos y grandes empresas y bancos
Uno de cada cuatro ciudadanos siente rechazo ante las grandes empresas. Y una proporción mayor, del 36%, se identifica con la desconfianza respecto de los bancos. No es el resultado de una encuesta entre ciudadanos radicales o en riesgo de exclusión. Responden cosas como éstas ciudadanos “moderados”, “centrados”, que “sienten que han bajado de clase” (¡la mitad de ellos lo cree así!) durante la crisis. Son datos de una investigación social que estará lista en enero y que avanza ahora en Barcelona Belén Barreiro, socióloga y directora de MyWord que pronosticó hace un par de años la génesis de una formación política de corte ciudadana tipo Podemos.
Una de las claves de este estudio es que la ruptura entre ciudadanos y élites no sólo se da en la política y en determinadas instituciones. Los empresarios no pueden mirar para otro lado. Lo saben bien ya banqueros y ejecutivos de las empresas de telecomunicaciones o energía. “Observamos un desarrollo espectacular de la economía colaborativa, se reactiva el consumo ético, se deja de comprar una marca porque no se comporta como debería…” ¿No es un vuelco extraordinario que los consumidores pongan la calidad del comportamiento de la banca y las empresas por encima de la calidad de sus servicios? “Igual que estamos ante una división entre nuevos y viejos partidos, existe una división entre viejas y nuevas empresas”, espeta Barreiro.
Lo curioso del asunto es el público que escucha estas palabras. Una sala a rebosar del Círculo de Economía, que por muy foro de reflexión que tenga en el ADN no deja también de ser al tiempo una plataforma empresarial de primera. Algo debe estar moviéndose de verdad debajo de las alfombras en este país para que se hable de cooperativas, economía social de mercado, economía civil o de economía colaborativa durante un debate de alto nivel sobre el futuro del capitalismo convocado por instituciones como el Círculo y la Fundación CIDOB, centro de análisis de relaciones internacionales.
Pero estas cosas ya ocurren. El profesor de IESE y ex secretario de Estado de Economía Alfredo Pastor contrapone en el mismo –e interesantísimo debate- estas “variantes” de rostro social al capitalismo salvaje, ante un público de piel erizada cada vez que alguno de los conferenciantes menta a Podemos. “Aunque hablar del bien común suene a cosa de curas, y quizá lo sea, la persona necesita a la comunidad para su desarrollo”, sentencia Pastor. Y en esta “forma degenerada de economía de mercado en la que vivimos”, según su definición, el objetivo debe ser “el desarrollo de la persona, pero dentro de su entorno, considerando el bien común…”
Por mucho que se esté enfriando el sentimiento europeísta que ha caracterizado a la sociedad española en las últimas décadas a resultas de la gestión de la crisis, Europa es, con todo su declive, “el lugar más idóneo para que se produzca un cambio”. Es la voz del periodista de mil batallas Antonio Franco, y se refiere al cambio de un sistema capitalista que “no quiere cambiar pero que está viéndose forzado a transformarse, a reformarse, de forma lenta y con costes”.
El pronóstico de Franco augura mucha, más, presión ciudadana democrática sobre sus gobiernos y sobre la Unión Europea para que “rompan sus vínculos de subordinación a los poderes financieros”. La utopía del crecimiento sin límites se viene abajo, y la democracia, también, porque “quienes la ejercen son poderes externos”, pontifica el filósofo Josep Ramoneda.
La desigualdad se ha aposentado en el paisaje. Un paisaje, un sistema, capaz de asumirla incluso como “motor”, alerta el director del CIDOB, Jordi Baccaria, “mientras no sea desigualdad extrema ni se confunda con la inequidad”. Un paisaje que “socialmente la tolera mientras se tenga la impresión de que existen oportunidades de progreso para todos”, en plan USA, precisa Antón Costas, presidente del Círculo, para quien hoy, aquí, las oportunidades de progreso no se dan.
La productividad tiene sentido, y más en un foro como el Círculo. Pero ¿ha de primar siempre sobre la necesidad vital de trabajar de las personas? Lo mismo ocurre con las deudas. Cobrarlas es un derecho. Pero ¿hasta qué punto puede acabar ese derecho arrollando a las personas? Son preguntas que deja en el aire Alfredo Pastor. Y, en representación de los empresarios, Jordi Mercader, presidente de Miquel&Costas, recoge el guante y llama a “recuperar el sentido del proyecto y de la empresa”, habla de “volver a las bases” y controlar a los gestores para que gestionen “con sencillez y ética”. Lo dicho. Algo debe de estar moviéndose bajo las alfombras.
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