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Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

Bangladesh: de héroe a villano

Rohingyas que serán trasladadas a la isla remota en un autobús en Chattogram, Bangladesh

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La vida de la rohingya Asiya Khatun y sus tres hijos es una epopeya de película de Hollywood o de libro griego clásico. El 22 de marzo de 2020, esta madre de 27 años, decidió emprender un viaje con sus hijos para reunirse en Malasia con su marido.Conseguían así salir con vida del genocidio contra la población de etnia rohingya que se estaba produciendo en su país, Myanmar. Sabía que el viaje sería peligroso, pero nunca pensó que las autoridades malayas les impedirían desembarcar por culpa de la Covid-19 y que les devolverían al mar en el mismo barco, que no tenía víveres suficientes para el viaje de regreso.

Al menos ella y sus hijos pudieron contarlo. Otros barcos que hacen el mismo trayecto se pierden en el mar durante semanas y tienen que ir tirando a los muertos por la borda hasta que llegan a su destino, o los rescatan. O no vuelven nunca. Son los barcos que transportan a cientos de hombres, mujeres y niños Rohingya que huyen de los campamentos de refugiados de Bangladesh.

Asiya y sus tres hijos lo lograron, pero el futuro que les espera no es mucho más alentador de lo que huían: después de un trayecto terrible se encuentran ahora los más de 300 rohingya que la Armada de Bangladesh ha rescatado en el mar en una isla remota del golfo de Bengala, llamada Bhashan Char, donde también van trasladando a cientos de personas desde los campamentos de personas refugiadas de Cox’s Bazar.

Con una superficie de unos 300 kilómetros cuadrados, Bhashan Char (literalmente, “isla flotante”) es el resultado del proceso de sedimentación del lodo y arena que arrastran los ríos Ganges y Brahmaputra y que se formó hace tan solo 16 años. Es insegura e inestable. Cada año los monzones y las fuertes corrientes cambian su morfología y es muy vulnerable al cambio climático por sus escasos dos metros de altura sobre el nivel del mar. Se encuentra a más de dos horas de viaje en barco desde el puerto más cercano y a varios días de Myanmar.

Nada de esto parece importarle al gobierno de Bangladesh, que considera que ha hecho lo suficiente para hacerla más estable con plantar manglares, construir un dique de tres metros de altura y numerosos barracones y refugios contra los ciclones. Por eso, anunció sus planes para reubicar a 100.000 personas de la minoría Rohingya “de forma voluntaria”.

Voluntariedad forzada

Pero además, este procedimiento de reubicación suscita serias dudas, por decirlo de manera suave. No se ha permitido una evaluación independiente que determine si la isla es segura, si se garantiza la protección de los derechos humanos de las personas, o si tiene fácil acceso para llevar alimentos y suministros o evacuar a enfermos graves.

En septiembre de 2020, Amnistía Internacional publicó un informe que señala que las condiciones de la población rohinya en Bhashan Char no son las adecuadas. No solo porque las personas confinadas allí tienen que compartir habitaciones de 5 metros cuadrados con dos literas para cuatro personas. En cada barracón hay 16 habitaciones, cuatro cocinas comunitarias y solo dos baños. A su llegada se les proporciona un mosquitero, un plato y un trozo de tela con la que las mujeres rohinya que sepan hacerlo confeccionan ropa. Ni porque, como todavía no están operativas las cocinas, se distribuye comida dos veces al día, la misma todos los días. O por el hecho de que no haya ninguna instalación sanitaria fija, solo una clínica móvil operada por la Marina, abierta cuatro horas al día. A menudo no se permite a las personas refugiadas salir de los cobertizos.

Sino también porque esos traslados tienen poco de voluntarios. Asiya no quiere pasar ni un solo día más en la isla. “Esto es peor que una prisión. Todo tiembla cuando viene un coche por la carretera” dijo Asiya para describir la fragilidad de los barracones. “¿Qué culpa tengo por haber intentado ir con mi esposo a Malasia? No pude reunirme con él. ¿Por qué tenemos que vivir así?”.

Aunque la decisión sobre la reubicación de personas refugiadas debe implicar la plena participación de la población rohinya, la mayoría de la gente entrevistada por Amnistía Internacional, dijo que se había apuntado por obligación para ir a Bhashan Char, no por elección. Una mujer rohinya dijo que se había inscrito porque su esposo ya estaba allí y que como madre sola con un hijo de corta edad, se enfrentaba a numerosos problemas: “Es muy difícil vivir esta vida de refugiada. No tengo ninguna otra opción. Parece que el gobierno nunca permitirá que mi esposo salga de la isla”.

La pandemia de Covid 19 está dificultando aún más la situación. Hay personas trasladadas a la isla para pasar una cuarentena de 14 días, pero todo indica que se quedarán mucho más tiempo. Varias mujeres alegan que los funcionarios de seguridad las acosan sexualmente amenazándolas con deportarlas y que tanto miembros de la Marina como algunos trabajadores de la comunidad de acogida las están extorsionando.

Bangladesh, que tiene una superficie cuatro veces menor que la de España y una población cuatro veces mayor, 160 millones de habitantes, había demostrado una gran generosidad al acoger a casi un millón de rohingya refugiados de Myanmar en su territorio.

Entre ellos están los más de 740.000 rohingya que huyeron aterrorizados a finales de 2017 por la brutal campaña de violencia que emprendió en su contra el ejército de Myanmar. Las fuerzas armadas cometieron crímenes de lesa humanidad matando a miles de rohinya, violando a mujeres y niñas, colocando minas antipersona, torturando a hombres y niños en centros de detención y destruyendo cientos de viviendas y poblados que quedaron reducidos a cenizas y escombros.

Ahora, tres años después de su éxodo masivo, de nuevo se persigue a la población rohingya, confinando a familias enteras en una isla remota, en barracones que más bien parecen un enorme campo de concentración, quitándoles lo poco que les queda, la libertad de movimiento. Asiya Khatun y su familia, así como otras cientos de personas, necesitan un final feliz a su historia.

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