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Dejar todo atrás: odisea de una familia siria en busca de seguridad

Civiles buscan cuerpos tras el ataque con misiles perpetrado por las fuerzas gubernamentales sirias en Alepo, el 22 de febrero de 2013.© AI

Cilina Nasser

investigadora de Amnistía Internacional sobre Siria, actualmente en Estambul —

La desesperada reflexión de Ahmed que encabeza este texto permite asomarse al miedo y a la angustia que le invaden a él y a su joven familia desde hace ahora más un año. El conflicto que sigue azotando el país les ha obligado a trasladarse una y otra vez en busca de un lugar en el que puedan estar a salvo y satisfacer sus necesidades básicas.

Este trabajador no cualificado de 27 años, su esposa Mariam, de 23, y sus dos hijos pequeños han pasado meses circulando por Siria como desplazados internos y se han convertido en refugiados dos veces en un plazo de tan sólo siete meses, primero cuando entraron en Líbano y después cuando se trasladaron a Turquía, donde se encuentran ahora.

Yo los conocí en el último refugio que encontraron en Estambul, la mayor ciudad de Turquía. Llevaban seis semanas viviendo en una tienda de campaña levantada en los terrenos de Pir Sultan Abdal Cemevi, centro de culto musulmán alauí situado en Sultangazi, un barrio desfavorecido.

Nos sentamos sobre una alfombra dentro de la tienda, donde Ahmed relató lo que parecía ser una historia interminable de calamidades. Mientras hablaba, estiraba la pierna izquierda, que resultó gravemente herida hace más de dos años, el día que vio su casa por última vez.

Mariam le interrumpía de vez en cuando para dar un detalle que Ahmed había olvidado mencionar, gesticulando con las manos para asegurarse de que yo entendía su árabe rudimentario. Tanto ella como Ahmed son ciudadanos sirios de ascendencia turca. Sus antepasados vivían en Siria desde antes de que se disolviese el imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial. También son alauíes, corriente del islam a la que pertenece el presidente sirio Bachar al Asad.

Hace más de dos años, Ahmed y su familia estaban en su casa del barrio Al Masaken de Alepo, en el norte de Siria, cuando un proyectil cayó en la vivienda. El impacto causó el derrumbamiento del techo, tras lo cual el padre de Ahmed quedó atrapado, inmóvil. entre los escombros. “Vi los huesos de mi padre a través de la herida que tenía en la axila [..] y sabía que yo estaba herido porque me sangraban mucho las piernas”, dijo Ahmed.

Ahmed y su familia tuvieron que abandonar al padre de éste cuando trasladaron de urgencia a Ahmed al hospital Al Razi, donde lo sometieron a una operación en la que le colocaron varillas de metal en un hueso de la pierna izquierda. La familia rogó a los médicos que les dejasen dormir en el hospital porque no tenían otro sitio adonde ir. Se quedaron allí una semana, tras lo cual buscaron refugio en un jardín público del distrito Sheikh Maqsood de Alepo, de mayoría kurda.

Al día siguiente de llegar, los enfrentamientos que estallaron en las cercanías entre combatientes del Partido de la Unidad Democrática Kurda (PYD) y otro grupo armado dejaron expuestos a centenares de desplazados internos en el jardín. Presas del pánico, las personas que habían buscado cobijo en el jardín empezaron a correr hacia la zona residencial de Sheikh Maqsoud. Ahmed dijo a su familia que cogieran a los niños y corrieran para salvar sus vidas. “Yo acababa de ser operado y no podía correr.” Su esposa se negó, diciendo que no se iría sin él. Con la ayuda de la madre y el hermano de Ahmed, Mariam le ayudó a caminar. Entonces, un primo de la familia, que estaba entre los que huían, recibió un disparo en la espalda. La bala le atravesó el cuerpo, dejándole un gran agujero en el pecho y matándolo al instante. La escena era caótica: hombres, mujeres y niños aterrorizados gritaban. Algunas mujeres se golpeaban a sí mismas de puro miedo. Otras gritaban los nombres de los hijos que habían perdido entre la multitud.

Ahmed y su familia siguieron andando hasta que por fin llegaron al barrio Sheikh Maqsood de Alepo. Incapaz de caminar más, Ahmed se tendió en el suelo para descansar mientras su familia buscaba refugio dentro de un edificio. Pero otra muchedumbre de gente aterrorizada llegó corriendo a la zona, pisoteando a Ahmed por todo el cuerpo, incluso en la pierna herida. “Me estampaba la cara un zapato tras otro, por lo que no podía ver nada más que zapatos.” Quedó magullado y sangrando por la boca y las piernas.

Un hombre ayudó a Ahmed y a su familia a encontrar un taxi para huir a la capital, Damasco. Al no poder permanecer en el jardín Tishreen, lugar de la capital donde se refugiaban otros muchos desplazados internos, Ahmed y su familia se sumaron a otras familias que ocupaban un hospital abandonado de la policía, donde se quedaron cuatro meses antes de alquilar un apartamento durante alrededor de un mes. Sin embargo, Ahmed no podía sustentar a su familia en Damasco, por lo que decidieron trasladarse al vecino Líbano tras oír que Hezbolá estaba ayudando a refugiados a buscar cobijo en los barrios del sur de Beirut.

Se marcharon a Líbano y se instalaron en un pequeño apartamento del barrio Hayy al Sellum de Beirut. Ahmed empezó a trabajar como limpiador de zapatos en la calle. Él y Mariam afirmaron que Hezbolá les proporcionó utensilios básicos: frigorífico, cocina de gas, cubiertos, ollas y otros objetos domésticos esenciales, y les dio vales de 42.000 libras libanesas -28 dólares estadounidenses- por persona al mes para comprar bienes en un supermercado afiliado a Hezbolá. “Los vecinos nos enviaban la comida que cocinaban cada día […] allí no nos faltaba de nada”, explicó Mariam.

Sin embargo, Beirut no era el remanso de paz que esperaban. El 9 de julio de 2013 estalló una bomba en el barrio cercano de Bir al Abed, feudo de Hezbolá, que causó más de 50 heridos y cambió la situación de Ahmed y de otros hombres sirios que vivían en la zona. Se percibió que la explosión estaba vinculada al conflicto de Siria, sobre todo desde que Hezbolá había empezado a combatir a favor del régimen sirio. Cinco semanas después estalló otra bomba en Bir al Abed, y esta vez hubo al menos 20 muertos.

Miembros de Hezbolá empezaron a interrogar a sirios que vivían en los barrios del sur, incluido Ahmed, sobre sus antecedentes. No pareció importarles que Ahmed fuese un musulmán alauí. Sus heridas levantaron sospecha; temían que Ahmed fuese un combatiente de la oposición infiltrado en los suburbios meridionales de Beirut para espiarlos.

Inmediatamente después de las explosiones empezó a cundir un sentimiento más generalizado de preocupación y hostilidad hacia los sirios que se habían trasladado a los barrios del sur de Beirut. Algunos hombres jóvenes del barrio se acercaban a Ahmed por la mañana -después de que los vecinos que le protegían se hubiesen marchado a trabajar- y le gritaban que se fuese o lo abofeteaban en la cara.

Tras ser agredido en Hayy al Sellum al menos seis veces en un periodo de seis u ocho semanas después de la explosión, Ahmed decidió que era hora de marcharse. La familia regresó a Damasco y permaneció 10 días en el jardín Al Marjeh junto con otras personas desplazadas. Entonces oyeron que en Turquía trataban mejor a los refugiados.

Una vez más, la familia reunió sus pertenencias y se dirigió a Binnish, en la gobernación septentrional siria de Idlib. Allí, junto con otros familiares, se subieron a una furgoneta que los dejó cerca de la frontera con Turquía. Cuando caminaban hacia una barrera en medio de la noche, vieron una luz de láser que los apuntaba. Se les acercaron varios hombres armados, que los insultaron y les quitaron todo el dinero y las pertenencias.

Sin un céntimo, Ahmed y su familia entraron en Turquía y rogaron al conductor de una furgoneta que los llevase a Killis. El conductor los dejó en un lugar apartado. “Hacía mucho frío y mucha niebla, y no teníamos nada. Ni mantas, ni edredones; nada. Mis hijos lloraban”, explicó Ahmed mientras a Mariam se le llenaban los ojos de lágrimas.

Ahmed reunió unos cartones y unos materiales de nailon y los colocó en el suelo para que durmieran sobre ellos su esposa y sus hijos. “Él se pasó toda la noche en vela”, contó Mariam.

Por la mañana los vio un hombre de la zona, que los invitó a su casa y les dio de comer y algún dinero. Ahmed y su familia fueron a Gaziantep y se quedaron una semana con la hermana de Mariam en el pequeño apartamento de una habitación en el que ésta vivía con su familia. Al cabo de una semana, tuvieron que marcharse de nuevo, esta vez a Estambul, donde todavía viven en una tienda de campaña.

Como alauí y simpatizante del régimen sirio, Ahmed era reticente a entrar en el campo de refugiados de Gaziantep, que percibía como mayoritariamente contrario al régimen. “Ahora, los suníes matan a los alauíes, y los alauíes matan a los suníes”, afirmó.

Por motivos de seguridad, he modificado los nombres de esta historia

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