Sigo persiguiendo ese espejismo [...] han pasado dos años y continúo teniendo una abrasadora sensación de vacío y una serie de angustiosas preguntas.
¿Cuándo volverá, y en qué estado? ¿Qué me pondré, cómo reaccionaré? ¿Debo abrazarlo? ¿Besarlo? ¿O me echaré a llorar?
Me despierto con las torturadoras preguntas de nuestros hijos: “Mamá, nos iremos mañana sin papá en el avión de Beirut a Canadá? ¿Me dará miedo volar? Papá me ayudaba a no tener miedo.”
Al final me rindo ante la insistencia de mis tres criaturas, que me machacan a preguntas sobre el motivo de la larga y extraña ausencia de su padre. Sin querer, les dije que le habían prohibido viajar al extranjero por un problema con el régimen saudí, lo cual sólo sirvió para que me hicieran más preguntas, hasta el punto de que me arrepentí de haber contestado ninguna.
Hace poco, una mañana me despertó el teléfono a primera hora. Era un amigo de Raif que había asistido a su juicio en Riad, el 7 de mayo de 2014, y que, con voz áspera y triste, me dijo directamente que habían aumentado la condena inicial de Raif, de siete años y 600 latigazos. Colgué el teléfono vencida por la ansiedad y la angustia, y después rompí a llorar. Cuando me calmé, recordé que Raif había prometido que volvería. No me dijo cuándo, pero me lo prometió.
Cada vez que tengo oportunidad, reitero el mismo mensaje al gobierno saudí. Saben muy bien que Raif no es un delincuente, sino un preso de conciencia. Las autoridades tienen que cumplir los tratados internacionales que garantizan libertad de expresión. Me pregunto si alguna vez me escucharán.
Hasta que nuestro querido Raif regrese, quiero que mis hijos vivan con la mayor normalidad posible. Y por eso huimos de Arabia Saudí y hace poco llegamos a Canadá, con escalas en El Cairo y Beirut.
Estoy profundamente agradecida a todas las personas del mundo que nos han apoyado a Raif y a mí. Y especialmente a Amnistía Internacional, cuyas Secciones en todo el mundo se esforzaron al máximo para contribuir a visibilizar el caso de mi marido.
Doy las gracias a los activistas y simpatizantes de Amnistía Internacional, y también se las doy a Raif, que me enseñó a resistir, recuperarme de los reveses y continuar luchando para conseguir que regrese.
Es probable que no sea pronto, pero lo volveré a tener conmigo algún día, porque me lo prometió y estoy segura de que así será. Lo importante es que regrese para llenar nuestra vida de gozo, amor y lucha. Entonces el espejismo se habrá hecho realidad.