Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
Carrá, Berlanga, Botín
Dice la Carrá que para hacer bien el amor, hay que venir al Sur (Sí, lo digo en presente; aunque según la inefable Wikipedia la canción tenga ya la friolera de ¡35 años!, no hay chiringuito de playa ni boda que se precie en la que no suene tan indiscutible llenapistas).
¿Qué se le va a hacer? En esta España nuestra hay cosas que se resisten a cambiar. Parece existir un consenso general en que así sea, lo cual muchas veces, reconozcámoslo, es más un generalizado pavor a admitir que el mundo da vueltas y que no somos capaces de seguirle las revoluciones. Continuando con el añejo símil musical: nos empeñamos en escuchar un single a velocidad de elepé.
Cambian las cosas tan poco, que ahora mismo por ejemplo, coexisten en la parrilla televisiva un par de programas que me recuerdan mucho, y muy peligrosamente, a otros que se emitían en blanco y negro. Me estoy refiriendo a “Entre todos”, en la 1 y a “Tiene arreglo”, en La Nuestra.
En la España de Franco, la de la posguerra, la de la dictadura, fueron muy célebres y celebradas las campañas solidarias como la famosa “Siente un pobre a su mesa”, con las que el régimen pretendía insuflar el sentimiento de la caridad cristiana a sus acaudillados. Por la G. de D.
(Con este trasfondo, y con su inigualable carga de ironía, el enorme Luis García Berlanga rodó “Plácido”, cinta nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película de habla no inglesa en 1962 y una de las mejores muestras de la calidad de nuestra cinematografía, ésa que dice el señor Montoro que tiene graves problemas de ídem.)
Campañas como la citada pretendían, además del entretenimiento basado en la sensiblería a flor de piel y en la lágrima fácil, algo mucho más útil para el Generalísimo: ocultar la pobreza, la injusticia social y la falta de todo. Ocultarlo con las buenas intenciones de los españoles de a pie, los cuales se regodeaban en su fuero interno con la dicha de que siempre hubiera alguien en situación más precaria que la propia. Y eso, ya se sabe, tiene el efecto de hinchar el orgullo propio y el patrio, y nos anima a rascarnos el bolsillo, por muy desfondado que esté, para perpetrar ese ínfimo acto de caridad que, además, según el sentir predominante en la época, nos allana un poco más el camino al paraíso...
Afortunadamente, la muerte del dictador trajo consigo la ansiada democracia y, tras años de oscuridad, ésta trajo con ella luces en materia de justicia social, reconocimiento de derechos y avances en todos los ámbitos económicos y sociales.
40 años después, nos topamos con la crisis. La crisis. La crisis. Otra vez la dichosa crisis. Un tsunami que está poniéndolo todo patas arriba y del que aún no atinamos a vislumbrar la salida, por muchos Botines que presuman de que en España está entrando el dinero a espuertas.
El pasado 17 de octubre, como cada año, se celebró el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza con el objetivo, como cada año, de lograr una mayor conciencia social y ciudadana sobre la necesidad de luchar contra la pobreza y la miseria en el mundo. Como cada año. Sin embargo, antes de la crisis este día nos sonaba a “problema de los países en vías de desarrollo”, pero la situación doméstica actual está haciendo saltar algunas alarmas: La Encuesta de Condiciones de Vida sitúa a una de cada cinco personas en España en situación de pobreza. Si hablamos de los menores de 16 años, uno de cada cuatro está por debajo del umbral de la pobreza. Aquellos problemas ya no son lejanos. Tienen tintes de tragedia social y están aquí. Los hemos sentado a nuestra mesa.
Para más inri, uno se desespera cuando se entera de que, al mismo tiempo que aumentan los ratios de pobreza y desnutrición en nuestro país, también lo hace el número de millonarios: 47.000 más a lo largo del último año. Y uno tiende a pensar que eso de la riqueza debe de ser como la energía: ni se crea, ni se destruye, simplemente, se transforma o, más exactamente, se redistribuye. Eso sí, muy ineficientemente. A lo mejor es cierto y el dinero está entrando como un torrente en la piel de toro, pero no sabemos dónde está desaguando.
Por eso han vuelto esos programas de tele-caridad. Buenrollismo televisado y pagado con el dinero de todos. Pan (poco) y circo (demasiado), con el que uno llega a pensar que le están intentando tomar el pelo, que pretenden ocultarle una realidad plena de recortes sin sentido, austeridad impostada, privatizaciones desaforadas... la destrucción del Estado del Bienestar porque sí. En definitiva, que le intentan convencer a uno de que no está tan mal, de que hay quien está peor que uno. Y paciencia, que es lo que toca. No se me desespere, hombre, parecen querer decirnos.
Quizás, porque la desesperación lleva inevitablemente a querer cambiar las cosas. Y la Historia nos ha enseñado que todo gran cambio empieza por una chispa, un grito disconforme, una sonora explosión. Volviendo a la Carrá, “Explota, explótame, expló...”.
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