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Comienza la cuenta atrás

Garzón, "sorprendido" por el apoyo del PSOE a corregir la reforma constitucional

Ángela Cañal

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Con el paso adelante de Alberto Garzón para liderar Izquierda Unida -sin descartar que encuentre oponente en las primarias- empieza a terminar de perfilarse la foto de salida de los nuevos líderes políticos que se medirán en las generales dentro de un año. Hasta ahora, los titubeos, la desorientación y la falta de músculo de los grandes partidos han hecho que el pistoletazo de salida de las elecciones pille a los posibles candidatos atándose los cordones mientras Pablo Iglesias, coleta al viento, vuela ya sobre la pista. De todos, Podemos es el único al que no le interesa una competición de largo aliento. Nada de carreras de fondo. Su medida ideal son los 100 metros lisos, y por supuesto sin obstáculos (las municipales lo son, el caso Errejón también). Cuanto antes mejor. Una salida explosiva y pim, pam, fuera.

Alberto Garzón es, de lejos, mucho mejor candidato que Cayo Lara. No sólo por su juventud, sino sobre todo porque cuando habla se le entiende. Muchos dicen que podría haber sido el verdadero Pablo Iglesias, pero que se le adelantaron. Pero de nada sirve ya la melancolía con una IU semidevorada en los sondeos y muy tensionada internamente en un dilema de solución quizá ya imposible: aguantar el tipo, hacer valer sus galones democráticos frente a los recién llegados, y exponerse a que Monedero los ponga a desfilar con el sambenito de la “casta”. O intentar engancharse a la cola del cohete Podemos -ésta parece ser la opción del diputado malagueño- con un riesgo alto de acabar consumidos como mero combustible en sus motores.

Se verá en las próximas encuestas si este movimiento es la salvación de la formación o su harakiri. De momento, lo que refleja el continuo trasvase de votos hacia Podemos que muestran los sondeos es que para muchos votantes tradicionales de la coalición tiene más atractivo y morbo político subirse a la rugiente moto de Pablo Iglesias, con opciones reales de ganar, que viajar en el sidecar de acompañante.

Mientras tanto, desde Podemos se sigue apretando para que IU rompa el pacto de Gobierno con el PSOE en Andalucía, un sacrificio a cambio de una entrada en el reino de la virtud cuya puerta celosamente guardan Iglesias y los suyos. Es muy posible que una parte del electorado de IU vea con simpatía este gesto, más aún en un momento de crisis tan grave del bipartidismo. Pero al mismo tiempo tendría que desacreditar el que seguramente es uno sus mayores activos políticos: en Andalucía, IU ha demostrado por primera vez algo que en Podemos todavía es un misterio: que son capaces de gobernar -más allá de lo local-, de llevar sus ideas a la práctica en una comunidad de ocho millones de habitantes sin que se hunda el mundo ni el mercado de valores.

En el caso de los socialistas, la política por momentos vaporosa de Pedro Sánchez parece que comienza a coger cuerpo. Sin duda es un acierto –el primero importante del candidato- dar marcha atrás en la reforma del artículo 135 de la Constitución, con el que el PSOE hundió el último clavo en el ataúd de la era Zapatero. En su arranque ya ha quedado claro que, aunque lo desee, Sánchez no es un esprínter político. Aún está encontrando su sitio. Y le queda por demostrar que tiene esa mezcla de potencia, temple y visión estratégica que pide esta singular carrera de un año de duración que tenemos por delante. No puede permitirse más errores, porque no dispone de tiempo para recuperarse de ellos.

Un dato a su favor: el análisis de las últimas encuestas (éste de José Fernández Albertos es muy interesante) sugiere que la sangría de votantes socialistas hacia Podemos puede estar tocando techo. Su espacio de ganancia estaría ahora en el campo del PP, y eso puede obligarles a dar un giro al centro demasiado forzado que les haga perder credibilidad.

En el caso del PP, la imagen es de un partido noqueado, incapaz de digerir que la hoja de ruta de Mariano Rajoy para este mandato (recortes + más recortes +primeros brotes verdes + reelección triunfal) se ha convertido en una pesadilla. Porque sí, los indicadores económicos han mejorado sobre el papel, pero no, la gente no lo nota. Y a estas alturas, la impresión es que ya da igual. El nivel de irritación por los casos de corrupción y su falta de sensibilidad ante el sufrimiento de la gente ha alcanzado cotas tan altas que ni un improbable milagro en las cifras del paro podría ya remediarlo.

Aun así, parece que desde el Gobierno van a intentar alargar todo lo que puedan esta legislatura –estirando al máximo la legislación electoral- para ganar algo de tiempo. En el guión que el gurú Arriola dibujó en 2011 estaba previsto que 2015 fuera el escenario de un tour de la victoria. En la realidad, los intentos de Rajoy de vender la buena gestión económica resultan tan patéticos como aquella foto de Bush en un portaviones, hace una década, presumiendo de su ‘misión cumplida’ en Irak. Visto el desfonde de Rajoy, quizá la primera frase de esta columna no sea cierta. Tal vez todavía nos quede por ver algún cambio de liderazgo más en los próximos meses.

Mientras tanto, el reloj corre. Para la mayoría de los partidos, a una velocidad endiablada. Para otros pocos, exasperadamente lento. Pero la verdadera pregunta, en todo caso, es si estaremos los demás a tiempo de acertar y empezar a cambiar las cosas.

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