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La crónica amable
Su separación de Piqué le llega a Shakira después del “mazazo” que ha recibido al conocer que tendrá que acudir a juicio acusada de defraudar 14 millones y medio de euros a Hacienda. “Mazazo”, eso dice literalmente la locutora de la pieza que abre el programa Corazón, de TVE, el pasado 4 de junio. La sonoridad de la palabra me retumba en la cabeza. El término no me parece incorrecto; lo que está equivocado es el sujeto y el complemento. El “mazazo” no se lo da la Audiencia de Barcelona a Shakira; en todo caso, el estacazo se lo ha arreado la cantante a las arcas públicas de España si resulta que finalmente ha defraudado tamaña cantidad.
No es la primera vez que escucho cosas de este estilo en las mal llamadas “noticias de sociedad” (las verdaderas noticias de sociedad son las que se ocupan de la sanidad, el consumo, la dependencia, la climatización de las escuelas, la distribución de la riqueza…) que nos rebotan el estómago con palabras suaves, exculpatorias, eufemísticas o condescendientes ante individuos bajo sospecha –cuando no condenados- de fraude, robo, pederastia, violencia machista, asesinatos, extorsión, u otras acciones que quizá no son delictivas sino sencillamente obscenas por su ostentación clasista y su poca vergüenza. No espero para ellos el linchamiento público ni la vulneración de la presunción de inocencia, pero tampoco paños calientes y tonito compasivo. Tan en contra estoy de la “pena de telediario” como del trato servil de cierta prensa ante lo peor de las mejores familias.
Que la realidad tamizada por este tipo de "ecos de sociedad" se convierte en algo delirante, ya lo sabíamos
Así, de este modo, para estos espacios de la televisión pública, y por supuesto también de la privada y para el couché del Eros y el Tánatos, sucede que Luis Medina “se refugia” en Portugal junto a su madre ante el asedio insoportable en los días previos al juicio por estafa, falsedad documental y blanqueo de capitales por el caso mascarillas del Ayuntamiento de Madrid. Ahora resulta que el digno de lástima va a ser él. O llega el día de las pompas de algún matador, siniestro con la diestra al parecer no sólo en la plaza de toros, y cuesta encontrar al cronista que haga completito y objetivo el obituario. A la chavala que se juega su futuro en la EVAU le toca escuchar la voz de la tele que, al otro lado de la pared de su cuarto, afirma que la tal Victoria Federica se divierte “como cualquier chica de su edad” en una fiesta de Moët&Chandon.
Que la realidad tamizada por este tipo de “ecos de sociedad” se convierte en algo delirante, ya lo sabíamos. No por ello son tolerables estos niveles de cinismo ni aceptable la conversión de los victimarios en víctimas, de las desahogadas en referentes, ni de los abusones en abusados. Eso es, literalmente, que nos meen encima y nos digan que llueve.
El epítome y hasta la parusía de esto que digo se concentra en el advenimiento, hace unos días, del emérito a las regatas con su Bribón. Berlanga vive. La vergüenza ajena –que casi podría decirse que es propia, por patria- ante la desvergüenza de don Juan Carlos solo se ha visto ampliada no ya por los lacayos que aplauden al paso de un rey que va desnudo sino, de nuevo, por la crónica amable que pretende endulzarnos, antes de hacérnosla tragar, esta rueda de molino.
No sé de qué mente republicana ha brotado la idea de darle a este viaje el más alto perfil comunicativo. Lo que sí sé es que esta vez, por mucho que lo han intentado, no ha habido manera de hacer una crónica amable
Las tristes imágenes de un monarca añoso que se cae hasta sentado, la estampa goyesca –esta vez sin imágenes, solo imaginada- de la recepción en palacio por parte de su hijo y de su señora, y esa respuesta, culmen del borderío, (“¿Explicaciones de qué?”) ante la pregunta de si esto va a quedarse así, han sido imposibles de edulcorar. Saben amargas, prácticamente astringentes. Por mucho que Felipe VI anuncie que reniega de su heredad, porta en la cabeza una corona que no ha ganado en ninguna oposición y, sobre su espalda, la alargada sombra de los fantasmas que le preceden. Aun así, la “crónica social” lo intenta: “El Rey Juan Carlos, orgulloso espectador de su nieto Pablo Urdangarín”, “Descubrimos el libro que ha leído don Juan Carlos durante el vuelo de Abu Dabi a Sanxenxo”… No sé de qué mente republicana ha brotado la idea de darle a este viaje el más alto perfil comunicativo. Lo que sí sé es que esta vez, por mucho que lo han intentado, no ha habido manera de hacer una crónica amable. Tanto ha sido así que el emérito acaba de aplazar su nueva visita a España “por motivos privados”.
Habrá quien argumente que este tipo de llamadas “noticias”, escritas por autodenominados “periodistas” que creen que la profesión consiste en amistarse con los protagonistas de sus reportajes, son peccata minuta para entretener a un público que por un ratito se permite soñar con cuentos de hadas. Cuando la precariedad y la inflación arrecian, y a esto se le suma que los príncipes encantados salen rana, resulta más complicado arrodillar al vasallo ante el paso de los carros del señor. No obstante, estos programas, cuando en su tratamiento informativo tratan como “amable” lo que es directamente delictivo e incluso antidemocrático, se convierten en una escuela de lacayos. En un sistema democrático la prensa no le puede tocar las palmas a quien abusa de su poder, derrocha desprecio e insensibilidad, delinque, o trinca “pa la saca”, por muy bien que le siente el traje.
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