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Se escribe POBREZA, PO-BRE-ZA

Pobreza infantil

Ana I. Bernal Triviño

Desde que empezó la crisis estamos soportando conceptos neoliberales como flexibilidad, emprendedor, precariedad… Y los soportamos de forma tan reiterada que lo hemos incorporado a nuestro lenguaje como lo más normal del mundo. Porque decir, en cambio, explotación laboral, autónomo de toda la vida, o no tener dinero ni para comer es, quizás, demasiado doloroso. Y, sobre todo, demasiado escandaloso.

Tras esto, para camuflar aún más la realidad, nos llevan todo el año inundando en los medios con palabras inglesas. Esos anglicismos que le dan a todo un toque guay y moderno. Una tendencia que, como parece venir de fuera, se acepta y se aplaude: si lo hacen en el extranjero es que tiene que ser bueno, ¿verdad? Porque así es como siempre nos lo han vendido. De esta manera llevamos tragando conceptos como freeganismo, trabacaciones, nesting, minijobs, cooling, millenials, doer, wardrobing, job sharing, sinkies… uno tras otro, sin parar.

Vamos a dejarnos ya de cuentos. En 2018 hará 10 años del inicio de la crisis y hay mucha gente que se ha quedado marginada y fuera del camino. Quedarse en el sofá porque no tienes dinero ni para ver una peli en el cine, compartir trabajo y sueldo, tener un empleo por horas, o comer de la basura no es cool, ni tendencia ni otras milongas que nos quieran contar. Es puro marketing. Es estar en la mierda para que nos hagan creer que huele menos, que no nos quejemos, que nos adaptemos y lo soportemos.

Todas esas pijadas de palabras se resumen en una: POBREZA. Y no hay que tener miedo a decirla porque no hacerlo deja de dar reconocimiento a lo que sucede. Y no. No compro jamás el estereotipo de que el pobre es un vago que no quiere trabajar, ni hace nada para conseguir “sus metas”.

¿De verdad creen que a la gente les gusta poner en riesgo su vivienda y que se la puedan embargar?

¿De verdad creen que a la gente le gusta comer pasta con tomate todos los santos días, porque sale a 30 céntimos el plato?

¿De verdad creen que a una madre le gusta decir a su hijo que no puede comprarle una tableta de chocolate, porque ese día el dinero es para el paquete de macarrones?

¿De verdad creen que la gente puede vivir con menos de 1000 euros? ¿O 500 euros?

¿De verdad creen que a la gente le gusta pasar frío o echar currículums sin éxito?

Quienes piensan así, ¿ han puesto los pies en la tierra una sola vez, o han escuchado a quienes realmente padecen esta situación?

A la gente lo que le apetece es vivir con dignidad y eso no se puede hacer en un contexto en el que 13 millones de españoles están en riesgo de pobreza. Con el añadido de que España es el tercer país en pobreza infantil en la UE, con un 40% de niños con “pobreza anclada”. Estamos en la lista donde solo nos superan Rumanía y Grecia. A esto no se llega por generación espontánea ni designio divino. A un país y a sus ciudadanos se les hacen pobres con las políticas que se llevan a cabo.

Eso sí, luego que no falte el reportaje de turno con los trucos para ahorrar en calefacción, en luz, en el gas, en la cesta de la compra, en el transporte público… en todo. Porque así, si te pasas, la culpa no es de quien la encarece, sino tuya, que no sabes ni ahorrar. A eso le sumas el estigma de torpe y vago que te adjudica la sociedad para quitarse responsabilidades de encima. Y los derechos robados que te han llevado a esa situación, para otro día.

Urge decir las cosas por su nombre, porque hay gente que sigue pensando que pobreza es solo el anuncio de Unicef. En España hay pobres. Y decirlo nos permite reconocernos como tales cuando lo somos. Hace unos años yo misma comenté el hashtag #YoSoyPobre, porque no hay que tener vergüenza cuando somos víctimas de un sistema capitalista feroz, cuando la desigualdad crece enriqueciendo a los ricos en nuestra cara con total descaro.

Que se diga bien alto: POBREZA, POBREZA, POBREZA... Y así cada vez que sea necesario porque, de tanta palabrería, se oculta la realidad. E insistir en ese mensaje solo tiene un fin: que quien sea pobre nunca deje de serlo. Y eso es lo más perverso. Porque eso es dejar morir en vida.

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