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Una denuncia de la extrema derecha lleva al límite al Gobierno de Sánchez
Crónica - El día que Sánchez se declaró humano. Por Esther Palomera
Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder
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El Gobierno, en Jalogüin

Foto de todos los ministros del Gobierno de coalición.

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El Gobierno español parece haberse olvidado de todos los santos votantes y de todos los fieles difuntos que, a lo largo de la historia, comprobaron en sus propias carnes cómo la izquierda solo se une fielmente en los paredones de ejecución.

Así que rojos y colorados han decidido entregarse en desbandada al espíritu de Jalogüin, al truco o trato, al susto o muerte. Desde hace varios días, llevan encendiendo velas a la calabaza, sin que nadie espere ya a la carroza de Cenicienta: a la luz de las últimas encuestas y aunque a Pablo Casado le siga quedando estrecho el zapato de cristal, no parece que Pedro Sánchez vaya a jugar el papel de príncipe encantado en los próximos comicios. Y será en cierto modo porque su Consejo de Ministros se empeña en morder la manzana de la discordia.

Adiós al “proletarios del mundo, uníos”. Aquí solo se une la derecha, al toque de corneta de las FAES. Desde hace mucho siglo, socialistas, comunistas, podemitas, maspaises, anticapis y comunes, verdes y postmodernos prefieren poner en práctica el conocido mantra de cuerpo a tierra, que vienen los nuestros. Y si el fuego amigo es graneado, ¿qué decir del enemigo, que pregona el Armagedón en el ojo ajeno antes que la corrupción en el propio?

Esto parece un filme gore. Los ciudadanos progresistas se aferran a las butacas de la salita preguntándose por qué los protagonistas de su película tienen necesariamente que bajar al sótano donde sin duda acecha Freddy Kruger. No vayas a entrar ahí, no vayas a entrar ahí, gritan los espectadores, tirando la bolsa de palomitas, la coca cola zero y pegando un respingo como de chiquillería asustada.

Asistimos a una versión remasterizada del no es eso, compañeros, no es eso, cada vez que la casa común de la izquierda se convierte en el palacio de las dagas voladoras.

Asistimos, así, a una versión remasterizada del no es eso, compañeros, no es eso, cada vez que la casa común de la izquierda se convierte en el palacio de las dagas voladoras. Cuando no hay duelo a primera sangre por los transexuales, le toca a la Ley de Viviendas o a la reforma laboral. Que no digo yo que no crean tener razón una y otra parte, o todes al mismo tiempo, pero podían acudir a un mediador de parejas antes que resolver las pendencias a tiros de tweet y fotomatones de Instagram. Todas las familias de orden saben que no conviene discutir con los primos en las cenas de Nochevieja.

¿Quién dijo que un Gobierno de coalición fuera fácil? Solo que cuando el coronavirus podría haberse acogido a un ERTE, cuando el anteproyecto de Presupuestos Generales del Estado está encarrilado y los fondos europeos empiezan a llegar aunque sea a cuenta gotas, da la impresión de que a nuestras señorías les molesta que todo vaya a salir bien como en una película americana. Quizá es que prefieren el drama y los subtítulos, las sierras mecánicas, los finales abiertos antes de tiempo. Cualquier día, a este paso, los coaligados pueden exigirle --también ellos-- urnas anticipadas al inquilino de La Moncloa, como si Iván Redondo hubiera vuelto al gabinete aunque su imagen no se vea reflejada en el espejo. Si por él hubiera sido, tengo para mí, Sánchez habría seguido convocando elecciones hasta que la gente –maestro Vargas Llosa-- aprendiese a votar bien y las perdiera.

Ahí está la izquierda apuntada al casting de La Vida de Brian, mientras a su alrededor el PP y esos parientes raros que le han salido a su derecha porque pensaban que Rajoy era medio maoísta, siguen seduciendo a la audiencia.

Con este Gobierno no ha podido ni la pandemia, ni el emérito de excursión en la alianza de civilizaciones, ni los indultos del procés, ni el incendio de Sierra Bermeja, ni el volcán de La Palma, ni los lanzamientos de aceitunas de Teodoro García Egea, cada miércoles de la santa paciencia de Yolanda Díaz en el Congreso de los Diputados; la que más ha usado la palabra dato en este país después de José María García.

A pesar de que las cartas estaban mal dadas, nuestros actuales gobernantes han jugado buenas manos: el Ingreso Mínimo Vital, la ayuda a autónomos durante las restricciones, las moratorias en los desahucios, etcétera. Para colmo, ha logrado una plusmarca de vacunaciones en el país con una de las más altas tasas de frikis conspiranoicos del mundo occidental. Y la izquierda posibilista o la transformadora, en lugar de sacar pecho, no podía permitir tal desafuero, acostumbrada a su viejo axioma: de desastre en desastre hasta la masacre final.

Ahí está, embrollada como en Juego de Tronos, apuntada al casting de La Vida de Brian, mientras a su alrededor el Partido Popular y esos parientes raros que le han salido a su derecha porque pensaban que Rajoy era medio maoísta, siguen seduciendo a la audiencia. Desde luego, a buena parte de la judicatura, a la cúpula empresarial, a muchos de nuestros militares e incluso a las cuadrillas de toreros. Pero no meten ruido, salvo a la hora de tirar adoquines contra el escaparate de la democracia.

Van bien peinaditos, como niños de provecho y así salen, tan aseaditos, tan monos, tan educados, en los informativos de televisión. Como si no hubieran roto un plato aunque tal vez busquen romper, como a menudo hicieron, esas otras banderas que merecerían que enarboláramos juntos: la salud y la educación, la igualdad de oportunidades, una plaza pública en la que cupiéramos todos, incluso los de nuestra propia ideología.

Adiós a los tosantos, a las mariposas que navegaban sobre un mar de aceite en las noches de posguerra, adiós al Tenorio y a doña Inés. Hoy, España toda, la malherida España, de Jalogüín vestida nos la pusieron, para que no acertara la mano con la herida. En este mundo de zombies, a menudo veo muertos pero mi sexto sentido no sabe si se trata de los electores o de los elegidos. Si estos dan pena, los primeros dan miedo. Y los sondeos, sencillamente, pánico. 

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