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En la honestidad está la virtud
Metroscopia ha elaborado una encuesta por encargo de El País, que la ha publicado y luego editorializado. Nada extraordinario. Como cualquiera otra encuesta, uno es dueño de pedirla, publicarla, y los otros de creérsela. De todos modos, la noticia es que la propia editorial parece no estar muy satisfecha con lo que dice su encuesta, por lo que quedan dos opciones, como mínimo: una, pensar que la encuesta no les da la razón en sus apuestas y, por eso, salen trastabillados; otra, que la encuesta es solo una oportunidad para seguir con su caballo y tesis. A saber: no a la polarización, no a los extremos y que en el centro está la virtud.
Una virtud no compartida por los encuestados -tampoco por el Parlamento en dos ocasiones-. Piensan los redactores, con cierto reproche, que el intento de estar en el centro virtuoso de PSOE y C's, no ha sido recompensado por la gente y eso no les gusta, sin pensar que lo que no les gusta a los ciudadanos consultados es el intento de los dichos partidos; y lo que es más importante, que la opinión de la gente, no digamos el voto, es mejor, democráticamente hablando, que la opinión y el deseo de un medio de comunicación, por muy importante que éste sea. En fin, que la tesis editorializada, a partir de una encuesta publicada, es que mejor el centro que los extremos y que, que viene el lobo, sin que sea Navidad.
Algunos politólogos han sublimado en centro. Se apoyan en Aristóteles. Su “in medio virtus”, en el centro está la virtud, ha sido utilizado como si el heleno lo hubiera dicho en su propia campaña electoral. En el centro está la virtud, dicen sus ilegítimos seguidores, como si el centro aristotélico fuera el alojamiento de sus deseos electorales y no el lugar de la moderación y prudencia a la hora de tomar decisiones para todos. A veces, en su ansia por, mejor si votas centro, olvidan a Horacio: “Aurea mediocritas”, es decir, la equidistancia de los sufrimientos extremos. El vivir bien, la vida buena, sin apuros, en una suerte de hedonismo epicúreo. Se les nota, y mucho, que quieren el falso centro electoral de Aristóteles para mantener el verdadero centro de Horacio, el que les ha permitido a muchos gozar de la moderación de los demás para aprovecharse de los beneficios materiales, epicúreos, de la Transición controlada que ahora temen perder.
Se extrañan también de que los líderes, es un decir, no gocen de más aprecio ciudadano. Cómo extrañarse, aunque sea víctima Albert: no puede haber mayor pobreza discursiva, lugares comunes, ni más desconsideración con la inteligencia de la ciudadanía, como si fuéramos tontos o menores de edad, en el sentido tonto de la palabra. Y eso, no solo vale para los políticos, también para los cameos de expresidentes interesados en mantener el statu quo, o las razias electorales de medios y mediaciones afines.
Los extremos molestan, sin admitir que el mayor extremo, no es otro que el de la derecha, es decir, el que ha gobernado España en los últimos años, produciendo desigualdad y crispación social, sin contar la injusticia, la corrupción y una pérdida de valores y libertades constitucionales, sin precedentes. Pero es un extremo santificado, hasta desde fuera, baste con decir que, a pesar de las responsabilidades en lo que ha pasado, léase el descontrol del déficit y la deuda, la Comisión europea, gustosa de extremos derechos, ha aplazado sus sanciones y exigencias para el gobierno que venga- multas en diferido-, del que advierte que no sea extremo, sino medio, que sobe la bola, es decir, contrario a su dictado berlinés.
Sorprende esta obsesión publicada por la voluntad si expresar aún por los ciudadanos. Paciencia. La Constitución consagra el pluralismo político como valor superior del ordenamiento jurídico, expresado, dice la Carta Magna,a través de los partidos políticos, instrumentos de la participación política, mediante la que los ciudadanos forman y manifiestan su voluntad. No dice la Constitución que el pluralismo sea cosa de dos, ni que consista en el turnismo, en el bipartidismo, ni que los partidos tengan que ser siempre los mismos, por mucha historia que argumenten. Ni que la polarización ideológica sea mala. Los politólogos confunden la oferta plural, por muy ideologizada y radical que sea, con el ejercicio del poder. A ese ejercicio sí que hay que demandarle moderación y prudencia porque gobernarán para todos, incluso para los que, atemorizados, sucumban a la mediocridad y no hayan votado o voten distinto. Pero exigir moderación y prudencia no es negar el pluralismo y, mucho menos, meter miedo, con vídeos, encuestas o con hecatombes bíblicas.