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La mano de dios

La novia de Maradona se niega a declarar tras la fuerte discusión en un hotel

Miguel Lorente

La mano de dios es larga e invisible, tanto que aquello que toca se vuelve tan largo e invisible como ella, hasta el punto de que ni siquiera se tiene en cuenta en la persona que lo lleva a cabo en su nombre; porque hay ciertas cosas que no suponen tomar el nombre de Dios en vano, sino tomarlo “en mano” para usar y tirar.

Eso es lo que parece que ha ocurrido con Diego Armando Maradona, que un día marcó un gol ilegal al introducir el balón en la portaría con la mano, y en lugar de decir que había sido una jugada impropia de un deportista, afirmó que fue “la mano de Dios”. Quizás Inglaterra, que quedó eliminada por ese gol, la vio como “la mano del diablo”, pero para la historia ha pasado como una jugada divina. Y algo parecido ha vuelto a suceder ahora con Maradona al meterle un gol a la sociedad, por hacer creer que la situación que dio lugar a que su pareja llamara a la recepción del hotel pidiendo ayuda porque estaba siendo agredida, sólo fue una “fuerte discusión”, un tema de pareja.

Maradona siguió siendo el jugador que era después de aquel gol, y otros muchos jugadores han intentado después marcar el mismo gol con la “mano de Dios” para parecerse a él, sin que ni Maradona ni ninguno de ellos haya sufrido consecuencia alguna por haberlo hecho o intentado, todo lo contrario, justo después de aquel mundial de 1986, el jugador argentino fue reconocido con el “balón de oro”.

Lo que nos revela la situación protagonizada por Maradona estos días no es la excepcionalidad de una agresión cometida por una persona relevante, sino la normalidad de la violencia de género y la de los argumentos que la acompañan.

Porque Maradona es al futbol lo que los hombres a la cultura, y si Maradona fue una referencia en el mundo del balompié con sus jugadas, su creatividad a la hora de distribuir el juego, y con sus goles y logros; los hombres lo son para la sociedad a través de la cultura que ellos mismos han creado para lucirse con sus decisiones y jugadas, con su distribución de roles, espacios y tiempos, y con sus logros en defensa de su orden, y sus acciones de ataque contra quienes con su juego cuestionan el sistema y su posición en el terreno de juego de la convivencia.

Para ellos la vida en sociedad es un “deporte de contacto” y, en consecuencia, la violencia de género no se considera falta ni es sancionable, sino que es presentada como parte de las relaciones, y sólo cuando se extralimita y supera “lo normal” debe ser motivo de sanción, incluso de tarjeta. Pero esas sanciones no van contra la violencia propia de un “deporte de hombres”, sino contra determinadas expresiones de la misma.

Por eso la violencia que ejercen los hombres es minimizada, porque son ellos desde su posición y desde la interpretación que hacen de las jugadas propias de unas relaciones en las que el contacto forma parte de ellas, quienes deciden que no ha habido nada, que todo ha sido un lance propio de la convivencia o que, incluso, la mujer en cuestión ha simulado la falta y se ha dejado caer sin que la hayan tocado para forzar la sanción contra el hombre. En cambio, cuando son ellos los que dicen ser agredidos, todo lo interpretan como grave y piden la sanción más alta, incluso la expulsión.

Maradona ha demostrado que la violencia y las conductas ilegales que se ejercen desde posiciones de poder y referencia son minimizadas e invisibilizadas, y que no pasan factura. Y los hombres ocupan una posición de poder y referencia en la cultura androcéntrica que tenemos, de ahí que la violencia de género sólo se denuncie en un 20% de los casos, y que de esas denuncias sólo se condene un 25%, todo lo cual conduce a que del total de hombres maltratadores que hay en la sociedad el porcentaje de condenados suponga un escaso 5%. El significado de esta situación es sencillo: invisibilidad e impunidad, por eso no es de extrañar que la violencia de género, con una media de unos 60 homicidios al año y con 700.000 casos, sólo sea un problema grave para el 1’8% de la sociedad (Barómetro CIS de enero 2017).

Quien usa la “mano de Dios hecho hombre” convierte la realidad en larga e invisible, tanto como que llevamos miles de años con desigualdad y violencia de género sin que apenas se conozca, mientras las mujeres sufren discriminación y agresiones al tiempo que muchos hombres “viven como Dios”.

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