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Manual de batalla para un debate

Pedro Sánchez, Susana Díaz y Patxi López. (EUROPA PRESS)

Ángela Cañal

Susana Díaz y Pedro Sánchez (perdón, que se me olvida Patxi López) acudirán al debate de las primarias socialistas del próximo lunes en una situación más disputada de lo que nadie preveía a estas alturas de partido. La carrera de los avales, que se ha convertido casi en una primera vuelta electoral, ha terminado con la presidenta andaluza en primera posición, con 6.500 avales de ventaja. Sin embargo, el marcador psicológico se lo ha anotado el ex secretario general, que ha sorprendido con un volumen de firmas inesperado.

La tensión crece por días. La incertidumbre, por horas. Los nervios, a cada minuto. El lunes será la primera vez, en casi un año, que veamos comparecer juntos a ambos contendientes. Antes aliados, hoy enemigos acérrimos. El morbo, por tanto, está servido, pero ¿significa eso que este único debate puede ser decisivo para la elección del 21 de mayo? Pues sí y no.

Si hacemos caso a los expertos en politología, los debates son más determinantes cuanto mayores son estos tres factores: volatilidad (es decir, la posibilidad de que los votantes basculen de un favorito a otro), el número de indecisos y el nivel de competitividad en las elecciones, es decir, lo reñidas que estén. De estos tres elementos, el último es el más nítido: los aspirantes llegan muy igualados a la penúltima vuelta. Los otros dos factores, en cambio, no parecen tan claros.

Primero, porque con el nivel de movilización que ha habido en esta primera fase (el 66% de los 188.000 militantes ha firmado por alguno de los candidatos) muchos piensan que no va a haber muchos más votos que avales. Segundo, porque el grado de polarización y de enfrentamiento entre facciones es tan extremo que no resulta demasiado verosímil pensar en un trasvase significativo de voto entre susanistas y sanchistas.

¿Dónde puede estar por tanto el campo de batalla de este debate? Por un lado, en asegurar la movilización y dejar contentos a los seguidores de cada uno. Y también en no meter la pata. La realidad es que en los debates políticos, al favorito le interesa más no perder que ganar. Y casi siempre se pierde por pasarse de frenada.

La virtud, como diría Aristóteles, estará en el medio. O mejor dicho, en el del medio. Porque la evidente vulnerabilidad de Patxi López lo ha convertido en una pieza no menor en esta partida. El equipo de Pedro Sánchez se ha lanzado sin disimulo (y sin mucho tacto) a la conquista de sus potenciales votantes, mientras para Susana Díaz puede resultar más conveniente no atacar ese flanco (ni para bien ni para mal) con el objetivo de mantener estable ese colchón de antisusanistas y antisanchistas moderados que representa el vasco y que al final de la carrera puede ser clave para proteger su actual ventaja.

Uno y otra tendrán que calibrar qué grado de agresividad les interesa desplegar para asegurar sus objetivos. No parece que la conquista de los patxistas (10.800 avales) pueda hacerse a golpe de descalificación ni llamando mafiosa a la gestora. Se corre el riesgo de espantarlos hacia la abstención o, mucho peor, de empujarlos en brazos del rival. Al contrario, convencerlos va a requerir un buen pulso, moderación, finezza, de guante de hierro en puño de seda, lo que podría inclinar el debate a un terreno más templado de lo que los hooligans de uno y otro bando están seguramente deseando.

Cuanto más se escore la discusión hacia el pasado, hacia el ajuste de cuentas de los traumáticos sucesos de octubre, más tendrá que ganar Pedro. También cuanto más se centre el enfrentamiento en cuestiones internas, en el arriba-abajo que plantea el ex secretario general. Y al contrario, más se dirija el debate hacia las cuestiones de contenido y las perspectivas de futuro, cuanto más se enfoque el relato en la diferencia entre ganar y perder, más cancha tendrá para jugar Susana Díaz.

¿Tiene margen de error este análisis? No hay duda, y es un margen grande: se llama factor humano. La andaluza seguramente sea consciente de que un exceso de agresividad puede alimentar el victimismo de Sánchez y engrandecer su calculada imagen de outsider, pero en su naturaleza no está ser fajadora, aguantar los golpes, sino todo lo contrario. Su instinto político (y lo que esperan de ella sus seguidores) es ir a la ofensiva. Puño de hierro en guante de hierro.

Lo mismo le pasa a Pedro Sánchez, quien a lo mejor sabe que ya ha tocado su techo entre los más indignados del partido, pero quizá no quiera arriesgarse a defraudar a los suyos si aparenta arrugarse, si no hace frente, con toda la artillería, a su poderosa rival del Sur.

En definitiva, el lunes puede pasar de todo. Y seguramente nada bueno. Como suele ocurrir, la gestión política y propagandística del postdebate en teles, radios y redes sociales será tan determinante, o más, como el debate en sí. Lo peor es que puede acabar teniendo razón Patxi López, ese tercero en discordia al que pocos parecen hacer mucho caso: el riesgo de que cuando acabe esta guerra no haya un partido dividido, sino que no haya siquiera un partido que dividir.

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