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Moderados

Juan Manuel Moreno durante su comparecencia para informar sobre la situación de Andalucía

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Hay personas, y este suele ser mi caso, a las que les basta entrar en una habitación y dar los buenos días para suscitar entre los presentes un comentario general: ¡vaya carácter! La verdad es que es una etiqueta fastidiosa de llevar, lo confieso, porque a veces eso deviene en la clasificación inmediata de conflictiva sin ni siquiera abrir la boca. Supongo que son muchos los factores que influyen: desde la forma de hablar o mirar hasta la de estar. Hay otras personas, sin embargo, que son capaces de recitar largas prédicas de alto voltaje en un tono tan soso y monocorde que la impresión de quienes les escuchan es que ha sido suave. En este grupo se inscribe sin duda Juan Manuel Moreno Bonilla, un dirigente que ejerció una oposición severa e hiperbólica al anterior Ejecutivo, y ahora gobierna con el apoyo de Vox, acuerda medidas y agendas con Vox y defiende a Vox, pero que ha acertado a embutirse en un traje de perfil moderado, quizás por su puesta en escena hipotensa y su gentileza en las distancias cortas. Aunque no es cuestión de simpatía. Javier Arenas ha sido el político más atento y afectuoso que ha dado esta tierra, y aun así sus adversarios lograron que se leyera en su gesto de enarcar una ceja la viva expresión de un alma taimada y oscura.

Tampoco se trata de los contenidos. A Moreno Bonilla se le ha oído decir que Andalucía estaba “intervenida” por Pedro Sánchez tras no poder salir puntualmente a financiarse a los mercados (según una norma de Cristóbal Montoro, por cierto), quejarse de “derechos pisoteados” y de “robo”, y ofrecerse a liderar las manifestaciones que hiciesen falta. O aseverar solemnemente en sede presidencial sobre el último gabinete socialista: “Es como si cada día hubieran tirado [por la ventana de San Telmo] sacos llenos de billetes de 500 euros”. Eso sin contar las arengas permanentes de sus agitados portavoces Elías Bendodo (Gobierno), José Antonio Nieto (Parlamento) y Loles López (partido), personajes antónimos a las formas atemperadas y de consenso. La gestión discurre igualmente ajena a la moderación. El Gobierno andaluz ha ido virando hacia un modelo liberal, e incluso ultraliberal (impuestos), todo lo que le ha dado tiempo y ha podido en medio de una pandemia de proporciones colosales que ha engullido atención y dedicación. Por no mencionar las concesiones a la extrema derecha en banderas cruciales como la igualdad de género y la emigración, que tanto horadan y enturbian la convivencia.

Ha entrado en la escena andaluza otro moderado de plantilla, Juan Espadas (...). Mucho se ha especulado sobre el choque de estos dos emblemas de la baja temperatura.

Es necesario, por tanto, buscar las razones de la impronta moderada en la psicología o en el don de la oportunidad, sin desdeñar la encomiable labor de hormiguita que desempeñan los aduladores de conveniencia del poder, si bien esto ha pasado siempre, en la etapa socialista y en esta. Y también considerar el contraste con sus compañeros de más allá de Despeñaperros, abonados a la alarma enloquecida. Es verdad que el propio protagonista se define a la menor oportunidad como moderado y sostiene que siente repelús por las frases gruesas y las exageraciones, si bien la propaganda, por muy reiterativa que sea, es insuficiente para asentar una imagen. Convendrán conmigo en que el fenómeno es raro. El precedente más próximo es Manuel Chaves, un hombre de pocas palabras y de una timidez casi enfermiza. Estuvo en la presidencia de la Junta 19 años y en ese dilatado periodo sus oponentes nunca consiguieron que popularmente perdiera el aura de bonhomía, a la que contribuían sus característicos enganches con las sílabas y los desternillantes despistes que recogíamos en un listado algunos periodistas para que no cayeran en el olvido. No obstante, soy testigo de cómo Chaves en el Parlamento en ocasiones encabezaba la respuesta a la habitualmente enfadada Teófila Martínez con la acotación de que al término del debate le daría una pastilla, y de describir a Arenas como un señorito a caballo galopando por el monte que iba pegando tiros.

Desde hace unos días ha entrado en la escena andaluza otro moderado de plantilla, Juan Espadas, a quien, al menos, su trayectoria en el Ayuntamiento de Sevilla le avala como experto en dialogar a izquierda y a derecha, y como un político instruido en el arte de mantenerse a flote. Mucho se ha especulado sobre el choque de estos dos emblemas de la baja temperatura. De momento, habrá que esperar. En la política actual, la moderación es más un reclamo publicitario que una realidad. Los extremos han irrumpido en la gestión como aliados necesarios, están dentro, son los compañeros de viaje que sostienen los gobiernos. Ocurre en el Gobierno central, con el desafío del independentismo inconciliable con la idea de España, y en varias autonomías (entre ellas, Andalucía) con la extrema derecha amenazante de Vox. Cuando alguien se autocalifica como moderado se está situando en un espacio amplio, alejado de la cerrazón, de una sociedad dividida en dos, que huye de la polarización y que renuncia a echar más leña a las acusaciones de traición que borbotean por todas partes. Pero una cosa es decir y otra es hacer, a ver qué pasa. 

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