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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

Necesitamos un país en equilibrio

Protesta el pasado domingo en Madrid en defensa del mundo rural.

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Los movimientos de protesta que se desarrollan actualmente en España provienen de convulsiones económicas, sociales y políticas engendradas por la crisis financiera internacional de 2008, la pandemia producida por la COVID-19 y la guerra en Ucrania. Tienen sus raíces en la recurrencia y el aumento de las desigualdades sociales, la pobreza, la informalidad, así como en el deterioro de la rentabilidad de diversos sectores productivos y aumento de la inflación y costes de producción, especialmente en los últimos meses. Favorecidos por la expansión de las redes sociales y la aparición de un espacio público digital internacional, estos movimientos sociales se están asentando en el panorama cotidiano de nuestra sociedad. Cuestionan transformaciones, proyectos institucionales y poderes a corto, medio y largo plazo, y acarrean nuevas prácticas sociales y nuevas formas de sociabilidad.

Sus modos de organización y acción, así como su concepción crítica de la democracia representativa y del papel de las instituciones políticas, interpelan y desconciertan a dirigentes políticos, observadores y clases dominantes en su conjunto.

Estos movimientos revelan la existencia de un momento histórico complejo e indeterminado. Pero, al mismo tiempo, aún no encuentran salidas políticas. En este contexto, su resultado, político y social, sigue siendo incierto y tomará diferentes direcciones de acuerdo con la situación que vivimos. Entre los factores que influirán en el futuro de los movimientos actuales, varios serán claves. Mantener un amplio apoyo entre la opinión pública y atraer nuevos sectores, especialmente vinculados a la producción económica en sus movilizaciones, a medida que se desarrollen. Lograr desarrollar una cohesión reivindicativa y organizativa frente a las respuestas proporcionadas y las estrategias desarrolladas por el gobierno.

De todas las guerras se sale más pobre y la pedagogía política sobre la crudeza de las consecuencias es un aliado decisivo para que sea efectiva en la preparación social y moral de la ciudadanía

En los tiempos que corren, y ante el horizonte internacional, a nadie escapa que es más necesario que nunca la cooperación de todos los pueblos y la seguridad global tras la invasión rusa de Ucrania, hecho que puede producir un increíble desequilibrio en el mundo. 

En este contexto, se ha de transmitir a la sociedad española, sin patetismo ni alarmismo, pero con veracidad, la percepción informada y adulta de la gravedad de la situación. No radica solo en la destrucción material y traumática para Occidente de un país europeo, sino de las consecuencias que la defensa de Ucrania va a tener en toda Europa. De todas las guerras se sale más pobre, y la pedagogía política sobre la crudeza de esas consecuencias es un aliado decisivo para que sea efectiva en la preparación social y moral de la ciudadanía. Necesitamos un país en equilibrio ante un cambio de paradigma.

El malestar lleva instalado en España muchos años, pero parecía invisibilizado mediante diversos mecanismos sociales de normalización. Ahora, después de varias crisis encadenadas, con la pandemia sin resolver, la llegada de la guerra de Ucrania, la inflación disparada, entre otras, parece que ese poso de descontento en la ciudadanía comienza a desbordar, encarnada en las protestas de agricultores, ganaderos, pescadores o transportistas, que dicen haber tocado fondo.

Las ideas meritocráticas pueden ser muy útiles a la hora de que los más desfavorecidos se resignen a aceptar su papel en el juego social

Estamos presenciando paro y manifestaciones en sectores fundamentales en los que se percibe el desánimo por nuevas contrariedades cuando parecía que íbamos a dar, si no por cerrada, al menos por encarrilada la última crisis.

La pronunciada inflación (sube el combustible, la energía, los alimentos, etc.) puede ver frustrados los logros del Gobierno para suavizar la crisis y puede también permitir a la derecha y a la extrema derecha capitalizar el descontento e instrumentalizar esta situación para sus fines.

Este escenario es frustrante para el Gobierno, que está haciendo un esfuerzo considerable para salir de la crisis de forma diferente a 2008. En esta situación, es complicado dar respuesta a todas las demandas con celeridad. Lo que requiere es habilidad para gestionar y conducir con delicadeza una situación tan compleja.

El pensamiento positivo y la cultura del esfuerzo propios del dogma económico sirven como engrasante del malestar y las desigualdades. Este tipo de pensamiento positivo saca aspectos como la injusticia, la pobreza, la desigualdad o la precariedad de la ecuación de la felicidad y del éxito que, según se dice, solo dependen de uno mismo, sin contar las condiciones sociales o la coyuntura política en la que vive cada uno. Una falsa meritocracia lo achaca todo al esfuerzo individual, y no a la cuna, a la suerte o la coyuntura económica, premiando así aún más a los ganadores de la competición social y logrando mayor conformismo en los perdedores. Las ideas meritocráticas pueden ser muy útiles a la hora de que los más desfavorecidos se resignen a aceptar su papel en el juego social.

Ante esta complejidad de situaciones ¿quién pagará esta crisis? Es fundamental entender que se han de tomar medidas justas, rápidas y contundentes, sin olvidar la necesidad de repartir el esfuerzo económico entre todos, de lo contrario la brecha será irreparable e irá a favor de los grandes oligopolios, sobre todo a los vinculados a la energía.

Necesitamos inexcusablemente unir voluntades, al margen de luchas ideológicas que confunden a los ciudadanos y dificultan soluciones urgentes y precisas. La guerra vuelve para recordarnos cuán necesaria es la paz, y qué poco la hemos valorado

La solidaridad es la base del modelo social europeo. Hay sectores absolutamente estratégicos para el desarrollo que ahora se encuentran afectados, como la industria, la agroganadería, la pesca o el transporte.

Esta crisis va a tener un impacto difícil de cuantificar ahora mismo, pero que afectará seriamente a la confianza, a la inversión empresarial, al comercio internacional y quizá a los mercados. En cualquier caso, por encima de todo ello, la inflación y el temor al desabastecimiento son las dos urgencias del momento.

Ahora no sirve la experiencia acumulada durante la pandemia, de la que la economía española todavía no se ha recuperado. En el corto plazo será inevitable un aumento del gasto corriente para financiar las diferentes medidas de choque. Conviene asumirlo y planificarlo, porque ocurrirá de todos modos, tanto más cuanto que es necesario dar respuesta a la fatiga social que arrastramos desde el inicio de la pandemia.

Puede que finalmente esta crisis termine siendo menos virulenta de lo que ahora tememos, pero la experiencia invita a considerar que la situación se puede complicar verdaderamente. Necesitamos inexcusablemente unir voluntades, al margen de luchas ideológicas que confunden a los ciudadanos y dificultan soluciones urgentes y precisas. La guerra vuelve para recordarnos cuán necesaria es la paz, y qué poco la hemos valorado.

Las medidas aprobadas en el Consejo de Ministros del pasado martes han de combinarse con la compresión emocional sobre la creciente angustia social, el escenario de más desigualdad que abren las consecuencias económicas de la guerra y la necesidad de mitigar el fuego cruzado de socios y aliados que hoy se sienten excluidos de la conversación.

El Plan de Choque de Respuesta a la Guerra, aprobado en el Consejo de Ministros del pasado 29 de marzo, se compone de un conjunto de medidas para proteger a los sectores y ciudadanos más afectados, repartir de forma justa los efectos de la guerra y preservar al máximo la senda de crecimiento y creación de empleo ya iniciada.

Rebajar los precios, ayudas a transportistas, agricultores, ganaderos o para la pesca son algunas de las medidas. Pero también en ciberseguridad y energía.

No cabe más alternativa que hacer un llamamiento a la responsabilidad de todas las partes para no alentar situaciones que afectan al conjunto de los ciudadanos y que la sociedad en su conjunto ya está sufriendo y que son consecuencia del actual contexto inflacionista y el complejo escenario internacional.

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