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Todo parecía nuevo
Todo parecía nuevo en Andalucía la noche electoral del 22 de marzo, pero qué rápido ha envejecido. Todo parecía nuevo con la irrupción de Podemos y de Ciudadanos, tan jóvenes, tan distintos. Todo parecía nuevo con un Parlamento nunca visto, con cinco grupos políticos y lejos de las mayorías absolutas. Todo parecía nuevo y muchos confiaban en que la entrada de otros actores en escena, esos que venían a cambiarlo todo, iba a implicar necesariamente una manera diferente de hacer política. Pero qué rápido se han arrugado las expectativas. Menos de un mes después de los comicios, lo que veteranos y recién llegados discuten en los despachos es la vieja política de siempre: cuántos puestos en la Mesa del Parlamento, cuántas alcaldías a cambio de qué investidura, de qué color es hoy la línea roja de ayer, cuándo son las próximas elecciones, cuánto conviene esperar antes de llegar a un acuerdo.
Hoy por hoy, la hipótesis más probable es que Andalucía no tenga nuevo gobierno hasta después de las municipales y autonómicas del 24 de mayo. Seguramente haya que esperar hasta mediados o finales de junio. Ni a PP, pero sobre todo ni a Podemos ni a Ciudadanos les interesa retratarse como muletas del PSOE. Prefieren aguantar y poner cara de duros hasta ver cómo les va en las urnas y a partir de ahí decidir. Para los nuevos partidos, la prioridad son las generales de noviembre. Los socialistas también esconden sus cartas hasta ver más claro el panorama. Nadie desea forzar unas nuevas elecciones, pero todos esperan que sea el otro quien dé el primer paso para impedirlo.
La cosa se ha convertido, como en la escena final de 'El bueno, el feo y el malo', en un duelo endemoniado, en un triángulo de pistoleros inmóviles que se vigilan con el rabillo del ojo, preguntándose quién hará el primer movimiento. Nadie quiere precipitarse, pero tampoco acabar siendo el último en desenfundar. Y mucho menos pegarse un tiro en el pie. Quizá no tienen claro si en estos momentos les conviene hacer de bueno o de malo de la película. Y así siguen.
Mientras tanto, alguien se preguntará por qué si en enero era un drama adelantar las elecciones, con el argumento de que se paralizaba la gestión durante dos meses, ahora no es un problema que entre la convocatoria de los comicios y la investidura del nuevo ejecutivo andaluz, si se produce, pueda pasar casi medio año. En Bélgica, tal vez lo recuerden, estuvieron más de 500 días sin gobierno por la incapacidad de los partidos de cerrar un acuerdo. Y no se hundió el mundo, según cuentan. Los semáforos funcionaban, se pagaban las pensiones y los hospitales seguían abiertos. Seguramente aquí tampoco pase nada grave. El único problema es que, como los belgas, los andaluces acaben llegando a la conclusión de que, visto lo visto, no necesitan para nada a los políticos. Ni a los viejos, ni tampoco a los nuevos.