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Un pasado y presente sobrecogedor

José María Aznar y Mariano Rajoy, en Sevilla, antes de la reunión en 2010 que celebró el 20 aniversario de la llegada de Aznar a la dirección del PP.

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“Ese PP ya no existe”, afirma Pablo Casado interpelado constantemente por las amenazas, de momento solo caninas, de Luis Bárcenas. Sin embargo, desde el ex tesorero y gerente popular y su defensa se aseguran contactos con la actual dirección para aminorar el impacto y consecuencias de sus nuevas andanadas, caídas de forma inmisericorde en plenas elecciones catalanas. Sin duda, de ser todo cierto y demostrable, la viabilidad del PP como partido en un sistema democrático, aunque sea el español, parece imposible.

Corría el año 2010 cuando, en Sevilla, José María Aznar convocaba a los suyos para concelebrar los veinte años de su llegada al poder popular. En aquella ocasión, coincidente en el tiempo con el levantamiento del secreto del sumario del caso Gürtel, los medios meritorios, debidamente masajeados por los spin doctors populares, resaltaron estas palabras del corrido hoy expresidente y jefe de FAES: “El PP es y debe ser incompatible con la corrupción”. Esta última frase y la pronunciada por Casado hacen inexplicable la voluntad del último de romper el, digamos, tracto sucesivo de la historia de este partido de la derecha española. Rajoy, que también tomó la palabra, no habló de corrupción.

Aznar decía eso en presencia de Manuel Fraga, su pasado, y Mariano Rajoy, aka M.Rajoy, el presente de entonces y su futuro, difícilmente desligable del presente actual del PP de Casado o de Soraya Sáenz de Santamaría, si hubiera ganado ella las primarias. El simbolismo era claro, Aznar se erigía en su discurso de Sevilla como garante de la continuidad histórica del partido, fundado por franquistas que lo vinculan al pasado, de su tracto sucesivo y voluntad de permanencia.

La foto en la terraza del restaurante Río Grande, en la calle Betis, con todos los invitados, era sobrecogedora y podemos decir, sin equivocarnos, que todos los aparecidos del retrato oficial, como en otra foto, de boda, estaban sobrecogidos en ese momento o en alguno de los momentos en que tuvieron obligaciones en la organización. Una cosa queda clara, en cualquier caso, no era la foto de la dirección de Wolkswagen, como tampoco Luis Bárcenas ha sido el gerente de la citada empresa automovilística sino del PP.

Aznar quería, con todo el apoyo mediático de las cercanías prometidas del poder, lavarse y lavar. Rato, el príncipe, que ya desprendía aromas de corrupción, no asistió. Rupérez, tampoco. A Rosendo Naseiro, tesorero –los orígenes–, ni le cursaron invitación; igualmente, Gabriel Cañellas, imputado en los líos del Túnel del Sóller, tampoco fue convidado.

Allí estaban Rajoy, Álvarez Cascos, Ana Botella, Tocino, Abel Matutes, Gallardón, Javier Arenas, Trillo... Ya andaba Trillo acusando, como ahora sus sucesores, al ministro de Interior y la Fiscalía General del Estado, de un plan urdido para montar un ambiente de corrupción en torno al PP, pero resulta que ahora, once años después, y bastantes caídos por el camino, hay condenas firmes, definición judicial de su partido como organización para delinquir y otras lindezas, como una exitosa moción de censura. La corrupción se ha extendido, prácticamente, por los territorios y gobiernos del Estado, a todos los niveles donde el PP ha tocado poder, señaladamente Madrid y Valencia.

Desde aquella declaración solemne de Aznar en Sevilla hasta esta reciente de Pablo Casado hay un hilo argumental, orgánico y judicial. Hoy el PP pretende negarlo como que perdió la moción de censura a Rajoy por su incapacidad de defender su honestidad.

Las palabras persiguen, no solo los jueces y fiscales, también los hechos y las fotos. La de Sevilla es sobrecogedora, como sus tiempos, los retratados están sobrecogidos y muchos de los que no salieron en la foto también se sobrecogieron con el tiempo. La pregunta a Pablo Casado es: ¿desde cuándo ese Partido Popular no existe?

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