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Podemos, Izquierda Unida, universidad y tortilla

PSOE-A pregunta a Fomento (IULV-CA) por los criterios para adjudicar el proyecto de investigación que contrató a Errejón

María Iglesias

La reacción del PSOE ante la percepción por Íñigo Errejón, secretario político de Podemos, de una beca de la Universidad de Málaga contraviniendo la cláusula de presencia en la facultad es tan patética como previsible. Igual que la performance del alcalde de Sevilla y la presidenta de Andalucía en la capilla ardiente de la duquesa. Ya se sabía que el PPSOE buscaría bajo las piedras con qué desacreditar a la formación que amenaza, al fin, el bipartidismo. La sobreactuación es ridícula por dos motivos:

Para empezar, porque, como ha explicado la rectora Adelaida de la Calle, mientras en investigaciones biológicas o médicas es imprescindible que el analista experimente en el laboratorio, en ciencias sociales y humanidades, la localización puede ser irrelevante, con tal de que exista un control del trabajo y se constaten resultados. Algo que aquí han certificado ella, la Consejería de Fomento y Vivienda y el director del proyecto, Alberto Montero - uno de los 62 miembros de la dirección de Podemos.

Y además porque, desgraciadamente, no será esta la única arbitrariedad en la Universidad. Mosquea que el PPSOE siga aquí la “Doctrina Pujol” de airear lo irregular sólo cuando la coyuntura se vuelve para ellos inoportuna.

Precisamente lo que más chirría del caso que se afea a Podemos es la explicación que ha dado el director del proyecto a que sólo Errejón optara a la beca, “en un país de cinco millones de desempleados”, como el propio Montero recordó en La Ventana de Andalucía de la Cadena SER: “Se enteró por mí, como quien se entera de que un puesto de mecánico queda vacío y se lo dice a un amigo mecánico”.

¿Así funciona la universidad? ¿La española, la europea, toda?

Pues a bote pronto saltan dos problemas:

Primero, que igual que en el caso de los viajes de Monago lo peor no era que los pagara con dinero público siendo privados sino lo que ha destapado: que los gastos de transporte de senadores y parlamentarios no tenían que ser justificados. Y que ni prensa, ni ciudadanos nos habíamos preguntado, incluso quizá miramos para otro lado. Pues así, las palabras de Montero parecen confirmar algo que es una sospecha a voces en la sociedad: que, en paralelo a la capacidad intelectual, en la Universidad son las relaciones entre catedráticos o titulares y aspirantes las que hacen que unos y no otros puedan meter cabeza e ir subiendo (¿trepando?) por el escalafón.

Segundo, que dado que la mitad de los 62 miembros del Consejo Ciudadano de Podemos viene del mundo universitario, cabe temer riesgo de corporativismo. Todo riesgo puede ser superado. Siempre que uno no se ponga una venda en los ojos o se empeñe en no enmendar un rumbo determinado.

Como le ha pasado a Izquierda Unida durante años y ahora trata de rectificar, aún con trabajo. La renuncia de Cayo Lara a presentarse a la reelección como candidato a las elecciones generales de IU que permite el relevo generacional en la persona de Alberto Garzón es un acierto que llega, como ellos mismos ya saben, con retraso. Aún falta -las palabras al respecto de Maíllo a Pepa Bueno fueron balbuceos- una explicación de por qué IU no ha sido capaz de liderar el malestar ciudadano ante la estafa de la crisis financiera y los recortes de derechos y trabajo. Y llama muchísimo la atención la aparente falta de banquillo. Que a nivel nacional, la coalición sólo presente como emergentes al citado Garzón y a Tania Sánchez, sólidos y carismáticos, pero sin el equipo que Errejón, Carolina Bescansa, Luis Alegre, Juan Carlos Monedero, Jiménez Villarejo, Tania González, Pablo Echenique o Teresa Rodríguez representan para Pablo Iglesias, en un partido que hace un año no existía.

Pienso en la poca permeabilidad que IU ha tenido para integrar activistas, en cómo han mantenido un corte muy PCE, masculino y rural que subrepresentaba a capas profesionales, femeninas, urbanas. En las salidas de López Garrido, Almeida, Rosa Aguilar, Concha Caballero, Inés Sabanés. Pero uno de los errores tácticos de Izquierda Unida dudo si imputarlo a sus dirigentes o a la ciudadanía. Me refiero a la apuesta por definirse, por no ser ambiguos respecto a los principios. IU es de izquierdas desde la siglas y apela al votante progresista, con un discurso crítico con el capitalismo aún 25 años después de la caída del muro de Berlín. De izquierdas, republicano, anitimilitarista, antiimperialista y sin concesiones al márketing ni la telegenia. Ésa ha sido la apuesta. No maquillar el mensaje, ofrecer la receta en cuchara sujeta con firmeza ante el votante como esas lentejas que, si se quiere se toman, y si no se dejan. El resultado: la mayoría tras mirar el cubierto como si rebosara purgante ha pasado de largo. Así años.

Podemos, en cambio, se dirige “no a la izquierda, sino a la gente”. Rehuye si no niega la ideología para abanderar “el sentido común” -¿como Mariano?-. Por boca de Pablo Iglesias, en entrevistas como la de Ana Pastor o Jordi Ébole, apunta al cierre de las bases americanas pero canta las bondades de las Fuerzas Armadas. El programa cultural nebuloso, la política económica, “será la de los mejores, a quienes consultaremos”.

Pareciera que el atractivo, la capacidad de seducción es mayor cuanto mayor el misterio. Como en los flirteos. Donde un interlocutor callado, enigmático nos deja más libertad para proyectar en él nuestros anhelos, expectativas, sueños. Pero luego, ¿quién es el hombre o la mujer en cuestión? ¿Quién es Podemos?

Es legítimo querer recibir la respuesta antes de elegir la papeleta. Pero el amante sin máscara, sin antifaz al menos, quizá nos parezca menos bello o bello de una manera real, humana, imperfecta. ¿Eso es fallo suyo o nuestro?

“Schopenhauer no enseñaría en esta universidad” escribía en El País el doctor en Filosofía Moreno Claros, mientras en el Cultural de ABC el filósofo Slavoj Zizek criticaba el Plan Bolonia por convertir la universidad en fábrica de expertos “que resuelven problemas definidos por otros” en vez de forjar “intelectuales que hacen algo más radical: cuestionar la forma de ver los problemas”.

¿Podemos se cuestionará que el acceso a becas en la Universidad dependa de que avise al posible candidato un amigo que ya es director del proyecto? Negarse sería una oportunidad perdida. Como la resistencia de Pablo Iglesias a matizar en el Objetivo de la Sexta sus exaltaciones de la “envidiable democracia venezolana” o sus demonizaciones de los medios de comunicación privados que, paradójicamente, le brindan el altavoz que la TVE, pública, le hurta.

Es este momento de ensayos, errores y aciertos. Íñigo Errejón es un valor evidente en textos como Podemos: más democracia, nuevo tablero. Asiste todo el derecho a aspirar a ganar. No hay otra forma de cambiar la realidad. Pero cuando se compara el éxito con el del PSOE del 82, y relatan cómo un grupo de amigos dio nombre al partido, en un coche, “volviendo de una cena en Rivas”, cruzo los dedos y pido: “Que no se repita lo de la foto de la tortilla”.

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