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Póker de Espadas

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

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Lo peor de unas elecciones no estriba tanto en la campaña sino en la precampaña, que durante el último trienio enlaza un duelo con otro como en una secuencia virada de “La niña de luto” de Manolo Summers, aquella revisitación de La Casa de Bernarda Alba sin sociópatas. Ya hemos incurrido a golpe de Twitter en esa fase. El ruido de urnas, que siempre es preferible al de sables, recorre España como la ardilla que iba y venía de árbol en árbol por la Península, durante los tiempos fabulosos de Alfonso X El Sabio.

La insólita algarabía del improperio político, al pairo del anticipo electoral de Madrid, el final sobrecogedor de Ciudadanos en Murcia y la irresistible ascensión de Vox en los sondeos, ya prefiguran dos meses consecutivos de y tú más. Asistiremos, de cierto, a la Pasarela Cibeles de los eslóganes comprados al por mayor en las rebajas, que han empezado con ese disparate de socialismo o libertad, con el que PP parece presumir que Pablo Iglesias o Irene Montero han colocado retales del telón de acero en lugar de cortinas en su célebre chalet. A este paso, ya me veo a Santiago Abascal gritando patria o muerte, como si fuera un madelman disfrazado de Che Guevara cruzado con Torrente.

Si no fuera por el COVID-19 y porque la gente está más preocupada en la calle por encontrar una mesa libre en las terrazas, diríase que hemos vuelto a la guerra fría y está a punto de trincarnos la Stassi o el KGB. Hoy por hoy, en este país de la eterna vieja del visillo, lo más parecido a los Comités de Defensa de la Revolución, son los vecinos que denuncian a los erasmus que se pasan de decibelios o de gentío en las fiestukis caseras.

Algún sociólogo tendrá que explicar algún día por qué, si Alfred Hitchcock recomendaba a los actores que no aceptaran papeles para películas donde hubiera niños o perros, por qué tienen tanto éxito los animales en la política española

A un año del gran confinamiento, no creo que tengamos inmunidad de rebaño pero seguro que hay un rebaño preparado para aupar a la mayoría absoluta a Isabel Díaz Ayuso, quizá porque sale por la tele y por las redes sociales más que Silvio Berlusconi rodeado de velinas o Jesús Gil, de mamachichos. Sería un puntazo que la actual presidenta de la Comunidad de Madrid se presentara a sus comicios del 4 de mayo –un día después de los fusilamientos de Goya--, disfrazada de Cruella de Vil y rodeada de dálmatas.

Algún sociólogo tendrá que explicar algún día por qué, si Alfred Hitchcock recomendaba a los actores que no aceptaran papeles para películas donde hubiera niños o perros, por qué tienen tanto éxito los animales en la política española. Una secuencia a caballo, que parecía sacada de los créditos de la serie “Curro Jiménez”, llevó a la ultraderecha andaluza de la barra de los bares a los escaños del Parlamento. Juanma Moreno Bonilla llegó al Palacio de San Telmo susurrándole a las vacas de su primo. Y Pablo Casado se ha dejado ver con chanchos en amables videos de telediario.  

En 1998, un periodista estadounidense me preguntó en Ohio si en España había elecciones libres: “Demasiadas”, tuve que contestarle, y todavía no habíamos llegado al festival de convocatorias electorales que llevamos a rastras desde hace dos años. Parece como si desde el poder político, fuere cual fuese, nos impartiesen un coaching de votantes y hasta que no salga lo que ellos quieran, tengamos que seguir repitiendo la experiencia.

Ahí andamos, con las papeletas otra vez bajo el brazo, de norte a sur del país, con la alegre muchachada que piensa que ya el Covid-19 está controlado, que la Astra Zéneca no la ha fabricado Boris Johnson en un chino o que la Pfizer está teniendo tanto éxito en el mercado negro que ríete tú del contrabando de penicilina en la posguerra.

Los cayetanos, a mansalva, ya tienen preparado el kit de ir a votar en día laborable, no sólo por el entusiasmo que les despierte la lideresa o Rocío Monasterio, sino por el pavor que le tienen al líder bolivariano

El efecto Ayuso ya ha provocado que Pablo Iglesias abandone el Gobierno de la nación y se apreste a defender a la izquierda de Madrid como si fuera Durruti con coleta. “España me debe una”, fue la ocurrencia con que recibió la noticia la célebre comunnity manager de España dentro de España. Será al contrario: ella le debe una al líder de Unidas Podemos, ya que si aún está por demostrar que el ex vicepresidente del Gobierno aglutine al voto de la llamada izquierda transformadora, no cabe duda que aglutina al de la derecha. Los cayetanos, a mansalva, ya tienen preparado el kit de ir a votar en día laborable, no sólo por el entusiasmo que les despierte la lideresa o Rocío Monasterio, sino por el pavor que le tienen al líder bolivariano.

Díaz Ayuso habrá dejado tirados y sin subvenciones a las pymes y a los autónomos madrileños, pero es la novia de la Puerta del Sol, la chica de la casa de al lado, la hija natural de Doris Day y Jerry Lewis. Para colmo, sus éxitos políticos se multiplican cada día: incluso ha conseguido también que Ángel Gabilondo salga de su ensalmo como una princesa encantada ante el beso precipitado de los votos. Siempre es un misterio el sentido del voto: los electores dejan de refrendar a Ciudadanos cuando empieza a ser lo que prometieron, un partido capaz de pactar con tirios y troyanos. Lo peor que ha podido ocurrirle es que se vaya Toni Cantó. Aunque su experiencia política sigue siendo limitada, visto lo visto, puede consagrar la ecuación de que cada vez que deja unas siglas, estas desaparecen.

Así las cosas, el PSOE, parece decidido a resucitar a su candidato madrileño que estaba esperando de un día a otro su ingreso en el centro de día del Defensor del Pueblo. Pero también a deponer a la que fuera su secretaria general, Susana Díaz, ahora perimetrada en su feudo andaluz. Si hay algo peor que unas elecciones, son las primarias. Ahí, el lema electoral no es otro que el de “cuerpo a tierra, que vienen los nuestros”. Después de deshojar la margarita de quien podría ser Susana en lugar de Susana, la nominación ha recaído en Juan Espadas, el exitoso alcalde de Sevilla: perfil bonancible, sin aristas, que en gran medida encarna una marca blanca que atraiga adeptos entre propios y extraños, aunque sería más interesante que los buscase en la casa propia y no en la ajena: el problema de aquel diciembre de 2018 en que el PSOE de Andalucía perdió su granero, no fue que votasen más los contrarios sino que no fueron a votar los suyos. ¿Logrará entusiasmar a su electorado Juan Espadas, en caso de que gane las primarias? En el póker de la política andaluza, habrá que ver si, después de cuarenta años de autonomía, los votantes socialistas serán capaces de superar esa otra pandemia a la que llamamos localismo. Lo mismo le beneficia su imagen, su gestión y su capacidad de diálogo, pero lo mismo, sobre todo en algunas provincias, no le perdonan que sea alcalde de Sevilla.

La política es tan entretenida como una teleserie y tan enrevesada como uno de aquellos antiguos seriales radiofónicos. Sería, desde luego, estupendo que se debatieran las ideas y no los chistes fáciles. A quienes conocimos la dictadura, nos encantan los colegios electorales. Pero, esta vez, ¿qué quieren que les diga?, qué divertido sería todo esto si no hubiera 72.258 españoles que no acudirán a votar.

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