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El rey no mueve tinteros

El rey Carlos III llega este domingo al palacio de Buckingham en Londres. EFE/EPA/NEIL HALL

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¿Cómo es que todo funciona al milímetro? ¿Habían ensayado? Eso se pregunta mucha gente al asistir a los fastos en torno al fallecimiento de Isabel II. No hace falta; los británicos, singularmente los ingleses, llevan ensayando siglos, lo llevan en su ADN.

La monarquía británica es fuertemente simbólica, litúrgica, teatral, en rigor no tiene súbditos, pero de buen grado el pueblo acepta participar en la pompa monárquica como espectadores y, al mismo tiempo, figurantes. Y eso, independientemente de que algunos se sientan republicanos o ateos.

Desde hace siglos, los rituales religiosos se han transferido con facilidad a los ceremoniales de la monarquía. No es una casualidad: la relación entre la Iglesia de Inglaterra y la monarquía han fundamentado y sostenido de manera recíproca su propia existencia, nunca se han separado. Los reyes, Carlos III también, son por derecho Gobernadores Supremos de su Iglesia y defensores de la fe protestante.

La monarquía británica es profundamente profiláctica y no se aparta ni un milímetro de su papel en tanto que monarquía parlamentaria. Su ceremonial no es solo la parte florida de su función, es performativo

Pompa y boato, en tanto que litúrgica, la monarquía funciona como una creencia con racionalidad sui generis  que con su simbolismo opera en pro de la estabilidad del  orden político. Por eso, en lo que se refiere al sentimiento monárquico, los británicos son más que súbditos, creyentes. Por su parte, la monarquía -como condición de su existencia- tiene un sentido escrupuloso de su papel, es decir, tiene claro que es el Parlamento quien entroniza la monarquía y no al revés, y ello a pesar de los adornos, el ceremonial, sus liturgias e incluso sus códigos lingüísticos, graciosos y mayestáticos.

La monarquía británica es profundamente profiláctica y no se aparta ni un milímetro de su papel en tanto que monarquía parlamentaria. Su ceremonial no es solo la parte florida de su función, es performativo, de tal manera que nadie se puede apartar de esa manera de entender su rol. Quien no esté dispuesto a cumplir con ese papel es apartado de la realeza, incluso de forma violenta si la situación lo requiere. Es cuestión de supervivencia.

La teatralización es perfecta y todos y cada uno de los que quieran estar dentro de la institución cumplen a rajatabla su papel. Y todos son importantes en la realeza. Amplia y rica, eso sí, conservan algo en común con el resto de casas reales: no trabajan, al menos, en el sentido bíblico de la palabra y el etimológico de la lengua española, una tortura.

El debate sobre la república está prácticamente fuera del negocio político. Las propias reacciones políticas de los dirigentes británicos ante la muerte de Isabel muestran la estabilidad de la situación

Pero nada que ver con otras monarquías. No se pueden hacer proyecciones de salud institucional de la monarquía a partir de la observación de la británica. En todo caso, la británica las oscurece. Bastaría la comparación de los nombres de la familia real o la familia del rey de España con los Windsor para que resulte odiosa. Quizá los nombres de Froilán y Federica, sin mentar a los cuñados de Felipe VI, sean suficiente para entender la endeblez de la monarquía española, cuyo jefe “honorífico” de linaje, Juan Carlos, tiene serios inconvenientes para asistir al funeral de su prima impedido por sus problemas con la justicia.

Pero ha sido un duro aprendizaje. La monarquía británica ha tenido que pasar por Oliver Cromwell y otros tropiezos, y sobre todo tiene en su propio gen la Bill of Rights, Carta de Derechos, de 1689, que dejó grabado en piedra los límites de su poder y su dependencia de la ley y el Parlamento.

El debate sobre la república está prácticamente fuera del negocio político. Las propias reacciones políticas de los dirigentes británicos ante la muerte de Isabel muestran la estabilidad de la situación. Y ello a pesar de que tanto en Escocia como en Irlanda del norte, dos de las cuatro naciones constituyentes del Reino Unido, han ganado las elecciones dos partidos republicanos: el Partido Nacionalista Escocés, que gobierna, y el Sinn Fein, partido republicano que aspira a la reunificación de Irlanda, que debería poder gobernar.

El boato y sus liturgias no serán suficientes; en recientes sondeos, v.g. Ipsos, se muestra cómo los propios británicos no dan a la institución mucho más tiempo por su anacronismo

La monarquía británica seduce por su pompa y boato. Tanto que al deslumbrar apaga el debate político. De momento, en la Commonwealth el futuro de la monarquía es incierto. El boato y sus liturgias no serán suficientes; en recientes sondeos, v.g. Ipsos, se muestra cómo los propios británicos no dan a la institución mucho más tiempo por su anacronismo.

Como en toda performance, cualquier error puede acabar con la función; el solo desplazamiento de un tintero puede arruinarla. Isabel II tenía carisma, sabía muy bien las reglas del juego. Nunca arriesgaría su reputación y la de la corona por una trivialidad de plebeyos; es su carisma el que seduce y atonta. Nunca se pondría en bikini, nunca se ha desnudado de su boato porque como afirmó Pierre Bourdieu: “Los reyes desnudos no son carismáticos”.

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